El proceso de constitución del cine y la literatura sucede en el tiempo y el espacio mediante un eje diasincrónico de diálogo, alcance, montaje y construcción de imaginarios artísticos y culturales dinámicos. Hemos visto que desde 1895 hasta hoy se extiende una visión de imágenes en movimiento que comienza con un descubrimiento fundamental llevado a cabo por dos conocidos industriales como los hermanos Lumiѐre.

Cuando G. Meliés constituye la narrativa fílmica marcada por el teatro, la literatura, personajes escritos, acciones cinematográficas basadas en trucos de cuerpo, objetos y efectos ópticos para influir científica y sensiblemente en el espectador, este “mago” francés había seleccionado toda una literatura de viajes, aventuras y movimientos llamados reales, misteriosos y sociales.

De ahí que autores como Jules Verne, León Tolstoi, Jane Austen, Víctor Hugo, F. Dostoievski, G. Verga, E. Zola, H. de Balzac y otros dialoguen en la modernidad con directores, fotógrafos, guionistas, editores, actores, escenógrafos y otros creadores del fenómeno cinematográfico. De hecho, la interacción e intertextualidad cine-literatura ha desarrollado el campo sensorial, visual, sonoro y espectral del cine, tal y como podemos observar el fenómeno en Sergio Wolf: Cine-Literatura. Ritos de pasaje, Ed. Paidós, Barcelona, Buenos Aires y México, 2001).

La transposición literaria en el cine se hace significante y significativa cuando lo que es el sistema institucional cine absorbe aristas estéticas, autoriales, técnicas, históricas, sociológicas, tecnológicas y otras que particularizan sus especificidades. Pero este fenómeno  se mantiene mediante operaciones de subjetividad en la literatura y en el cine. (Ver Michel Chion: Cómo se escribe un guión, Ed. Cátedra, Madrid, 1990).

Se trata de llevar a cabo un análisis de obras y realizaciones realizadas mediante la mano, el ojo y lo que son las variables iconográficas, artísticas, literarias y fílmicas de base. Así, autores como S. M. Eisenstein 1982, Cinematismos; M. Foucault 1996, Del lenguaje a la literatura; A. Gaudreault y F. Jost 1995, El relato cinematográfico; Jean Luc Godard 1980, Introducción a una verdadera historia del cine y otros, van articulando la relación Cine-Literatura como cuestión co-operativa y comunicativa entre el texto fílmico y la práctica de la adaptación literaria.

Así las cosas, los niveles de comprensión entre el cine y la literatura se van conceptualizando mediante el diálogo entre dos lenguajes: el lenguaje cinematográfico y el lenguaje literario ambos respaldado por una retórica fundamental que abarca el cine y la literatura.

Algunos teóricos, críticos e investigadores del cine y la literatura reafirman y comprueban los nexos formales y temáticos entre lo cinematográfico y lo literario, tal y como podemos leer y destacar en D. Oubiña y G. Aguilar (1997) y Carmen Peña-Ardíd (1997). La enunciación fílmica junto a  la enunciación literaria se abrazan en el pacto cinematográfico y en el acto de creación literario. (Véase la doble influencia del cine y la literatura en J. Rulfo, Pedro Páramo, El llano en llamas y El Gallo de oro, y Carlos Fuentes en Terra Nostra, entre otras; Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada y El general en su laberinto; Edmundo Desnoes, en sus Memorias del subdesarrollo; Julio Cortazar, en Rayuela, La vuelta al día en ochenta mundos, Las babas del diablo o El perseguidor; y otros).

La tendencia intertextual y transcodificadora del cine  refiere a dos sistemas en diálogo y acción, así como a dos pronunciamientos que han creado desde el comienzo del siglo XX y el siglo XXI, un abrazo estético, semiológico y epistemológico.