Un costoso error de concepción estriba en considerar la libre empresa sólo como el derecho a hacer negocios y no como todo un conjunto estructural para estimular el desarrollo de la libre iniciativa individual y garantizar el derecho de los consumidores.
La especulación le hace un daño enorme a la libre empresa. Principalmente, porque se ha intentado, y se sigue inexplicablemente asociándola al sistema mismo, como algo natural y congénito a él, y porque, además, se han querido desacreditar las débiles campañas contra esa aberración pretendiéndola señalar como ataques al sistema mismo y no como una acción legítima de defensa social contra los especuladores.
Para muchos empresarios, desafortunadamente, el régimen funciona en la medida en que se muestra tolerante contra el abuso y el afán desmedido de lucro. Y, naturalmente, deja de funcionar o no existe desde el momento mismo en que se ponen en movimiento normas o mecanismos para proteger a la comunidad de acciones vandálicas contrarias a la ley y a la más elemental ética comercial o profesional.
Uno de los grandes triunfos propagandístico de quienes combaten la libertad de empresa es el haber creado estereotipos que actúan en la mente humana en contra de su existencia misma. Objetivo principal de esa propaganda ha sido, por ejemplo, desacreditar el legítimo derecho al lucro como una consecuencia natural de la práctica empresarial, así como presentar la propiedad privada como causas fundamentales del atraso, el subdesarrollo y el sufrimiento de las mayorías. De esta manera la posesión de riqueza se entiende como producto del robo y causa de injusticia social. Como muchas riquezas tienen origen y procedencia cuestionables, esa prédica cala profundamente. Al defender las malas prácticas comerciales, los empresarios contribuyen de ese modo a desacreditar el concepto de libre empresa.