En momentos en que es enviada a la Corte de Apelación del Distrito Nacional la denuncia de agresión sexual contra el Señor Alejandro Faña (conocida figura del PRM y suspendido director del Instituto Agrario Dominicano), otro funcionario del mismo partido está siendo acusado de violación en la ciudad de Santiago, donde dirigía la oficina regional de Aduanas: se trata del Sr. Antonio Gómez Díaz, a quien se le acusa de haber violado una empleada bajo su supervisión.
Estas agresiones, que empañan la gestión de apenas 5 meses del nuevo gobierno, se suman a las extrañas e históricas relaciones que desarrollan algunos hombres cuando se encuentran en ciertas posiciones públicas que les proporcionan poder.
La función les hace sentir que “todas las mujeres están a su disposición”, ya que el cargo los vuelve más atractivos. Muchos piensan que desempeñar una posición, aunque no se tenga la preparación; carece de importancia pues el conocimiento llega con el puesto, del cual emerge también cierto “magnetismo” sexual.
En una administración pública – carente de rendimiento de cuenta, como la nuestra-, al tomar posesión del cargo, todo lo que esté dentro de la institución pasa a ser propiedad del incumbente. Esto hace que la gestión se realice con sentido patrimonialista, lo que incluye mobiliario, automóviles, armas de reglamento y el personal (en particular, el femenino), claro está, manejado a discreción.
Si bien puede haber quedado en el imaginario colectivo la idea de que conseguir y escalar posiciones es más fácil mediante el sexo, una llega a preguntarse estando en una institución estatal: ”¿Con quién es que hay acostarse para que me aumenten el sueldo?”
Es frecuente observar como el pintor, el jardinero y hasta los guardianes de la institución pasan a servir a la familia del funcionario en cuestión. Así nos pinta la casa el pintor de la dirección; el jardinero lo llevamos a plantar a nuestra finca; y caminamos en el parque Mirador con los guardias de seguridad del banco. Mientras el capitán de la PN asignado a la seguridad pasea el perrito o hace el supermercado.
El hecho que las mujeres que trabajen en nuestra administración pública sean acosadas, directa o indirectamente por los incumbentes, debería ser objeto de una investigación rigurosa, ya que el más casto y fiel de los funcionarios es capaz de apropiarse del sexo de cualquiera de sus empleados, sin diferencias de género.
Deslizar un dedo sobre el escote de una funcionaria, rozar los senos al descuido mientras entrega un documento, colocarle la mano sobre el muslo en plena reunión de directores… Estos son gestos que evidencian lo que se esconde en el discurso, al anunciarse en un evento la presencia de una capacitada profesional reducida a su senxualidad: “Y ahora les dejo con la sensual Doña Fulana”, anunciaba un Ministro en una conferencia.
Pareciera que el poder activa la libido de señores, reconocidos como impotentes y mediocres amantes, de algunos presidentes de naciones del I y III mundo, de dirigentes de grandes empresas que entran y salen de historias “sentimentales” con mujeres jóvenes y atractivas, que en tiempos normales no se detendrían a ver estos señores, calvos, flácidos y regordetes. La gran mayoría, convencidos de que son atractivos, se lanzan a la persecución, afirmando algunos que a ciertas mujeres “les encanta el poder”, que se convierte en una poderosa feromona.
Y qué decir del sexo en tiempos de Dictadura, cuando acostarse con un Ministro y ser la amante del dictador generaban cierta aureola de prestigio – llenando de terror familias y mujeres serias que se escondían y salían del país, para no caer en las redes de la depravación.
Si bien puede haber quedado en el imaginario colectivo la idea de que conseguir y escalar posiciones es más fácil mediante el sexo, una llega a preguntarse estando en una institución estatal: ”¿Con quién es que hay acostarse para que me aumenten el sueldo?”
Con el trascurrir del tiempo, el avance de la democracia y los cambios de gobierno, el acoso sexual ha estado presente, silenciado y aceptado. Pero hoy en día, con la preparación de la mujer y los movimientos activistas (como #MeToo), se ha perdido el miedo a denunciar a los agresores sexuales, independientemente de la fama, poder y militancia política. A esto se suma la promesa de cambio del presidente Abinader, quien parece no permitir que la libido de cierta parte de su militancia, sujeta a una abstención sexual de 15 años fuera del poder, arrastre el partido PRM a una especie de destape sexual, siendo suspendidos de sus funciones y militancia de los eventuales culpables, mientras la justicia investiga – dejando claro que no permitirá agresiones.