Cada 16 de mayo, la Chalinomanía derrama una lágrima en recuerdo de su ídolo. En efecto, en un día como aquél pero de 1992, el cuerpo de Rosalino Sánchez Félix fue encontrado sin vida en un paraje remoto de la capital sinaloense. La noche previa había dado un concierto en el Salón Las Buganvilias y según parece, había recibido amenazas de muerte mientras cantaba…
Chalino nació en un poblado cercano a Culiacán, Sinaloa, el 30 de agosto de 1960. Unos dicen que en El Guayabo, otros, que en Las Flechas. Lo cierto es que provenía de un medio humilde y campirano. Pese a que nunca estudió música, tenía talento para cantar y elaborar corridos.
Ahora bien, como dice el lugar común, con la muerte de Chalino nacería su leyenda. Una leyenda alimentada por él mismo y que le permitió crear un personaje que no sólo cantaba corridos, sino que también los vivía, como señala el estudioso Juan Carlos Ramírez Pimienta, para quien el sinaloense se encargaría de renovar el género del narcocorrido: «De contrabando conoce, eso ya está comprobado…Por toditas las fronteras su contrabando ha pasado». Nos dice el Corrido de Rosalino, escrito por el propio Rosalino y que, egos aparte, ayuda a la construcción del mito. ¿Cuándo se había visto que un compositor se hiciera su corrido en el que se describe como “muy enamorado” de las mujeres… y del peligro?
Sin duda, la precaria situación de su familia lo obligó a emigrar al “otro lado”, adonde ya había ido su hermano mayor, pero la leyenda cuenta que tuvo que huir para salvar el pellejo: Aún no había cumplido la mayoría de edad y ya había matado a un tipo que quiso abusar de su hermana. Alguna semejanza con Pancho Villa, es mera coincidencia, pues además el Centauro del Norte cantaba desafinadón.
Ángel Parra fue quien lo ayudó a grabar sus primeras melodías, entre las que sobresale el corrido de Armando Sánchez, dedicado a su hermano, que un día apareció muerto en un hotel de Tijuana: «Tus amigos recordamos, que fuiste un hombre valiente, a sangre fría te mataron, tu no esperabas la muerte». Con él, luego de su llegada a California, hizo varios trabajos, de esos prohibidos por la DEA, tal y como alardea en los versos de Rosalio.
Otro rasgo que nutriría su mito fue su manera de cantar, desenfadada y con una voz nada memorable. Cantaba feo, le dijeron a su representante cuando éste iba a las estaciones de radio de Los Ángeles, pero esa falta de lindura lo acercaba a la gente: si el Chalino con esa voz puede, yo también, se dijeron y los imitadores empezaron a multiplicarse.
Escribió más de doscientos corridos, muchos por encargo, en los que el protagonista no requería mayores atributos, salvo que pagara por adelantado: «todo aquel hombre formal se merece su corrido», dice uno de sus versos.
La primera canción que le escuché fue la de Nieves de enero, una ranchera que habla de la taimada indecisión de la mujer amada: «Ya se fueron las nieves de enero y llegaron las flores de mayo, ya lo ves me he aguantado a lo macho y mi amargo dolor me lo callo». También interpretó temas clásicos de su tierra como el Pávido návido o Alma enamorada, que hizo famoso Piporro…
El hecho de que iniciara su carrera en Estados Unidos también fue decisivo para su éxito. Según Ramírez Pimienta los mexicanos de allá, vieron su música como algo propio, que los hermanaba con la cultura del origen. La música con la que habían crecido sus padres, que siempre les había resultado ajena, ahora la tenían a la mano y les empezó a gustar.
Sin embargo, el hecho que lo encumbra como un corridista valiente, fue el ocurrido en enero del 92 en el centro nocturno Los Arcos, en Coachella, California. Chalino, que se hacía acompañar por banda sinaloense o redova norteña por igual, en esa ocasión cantaba junto a Los Amables del Norte, cuando un fulano se subió al escenario con intenciones asesinas. Rosalino, que según su corrido, llevaba siempre pistola al cinto, echó mano de ella para defenderse de la agresión. En el tiroteo hubo una decena de heridos, un muerto y hasta humor negro, pues uno de los lesionados recibió un balazo en la nalga; además, la pistola del cantante se trabó a la hora buena, por lo que no le quedó otra que arrojársela al agresor a la cara, lo que no le impidió de recibir un par de balazos, de poca importancia, cuenta la leyenda…
No pasaron ni seis meses del incidente en Los Arcos, cuando tristemente la muerte lo alcanzó. Una muerte violenta y a todas luces dictada por la mafia. Chalino ¿pudo morir peleando, como lo imaginaba en sus corridos?
Con él, se inicia un triste rosario de músicos acallados con plomo, que en los tiempos actuales ha alcanzado a todos o casi. Nada importa si se trata de pistoleros, policías, cantantes, periodistas o simples ciudadanos; la lista macabra parece interminable.