Al ver la creciente animosidad del debate, pienso en una ley que nos obligue a escuchar cada mañana y antes de acostarnos, el Concierto  en Do mayor para flauta y arpa de Juan Crisostomos Wolfang Amadeus Mozart, para ver si logramos calmarnos y discutir con la serenidad que la nación necesita los asuntos más urgentes. Por ejemplo, dotar al organismo responsable de organizar las elecciones del poder necesario para garantizar su transparencia y feliz realización.

Si la magia espiritual de esa obra majestuosa no nos fuera suficiente, y el segundo movimiento, Andantino, no surtiera en algunos el efecto tranquilizador requerido, la ley  debería declararlos “casos perdidos”, con lo cual  nuestro país comenzaría, ¡por fin! a tomar al toro por los cuernos.

Tal vez una ley así nunca sería aprobada porque en su discusión se tendría la necesidad de ver de qué se trata y me temo que Mozart sería demasiado castigo para oídos acostumbrados al ruido que  ensordece  en la búsqueda de solución a los problemas nacionales aún pendientes. Y no bromeo porque también se observa  la ausencia absoluta de poesía en el tratamiento de los temas, sin pretender con ello que en las sesiones del Congreso o en los foros de discusión política algún despistado se pare a declamar a Bueza, o pretendiera absolución  recitando mejor a Darío.

Pero sin duda, ha  faltado belleza y amabilidad en el debate y la incomparable capacidad del liderazgo nacional, en casi todas las esferas del diario quehacer, para no llegar a ninguna parte y permanecer siempre en el punto de partida, hace más que doloroso el viacrucis en el camino de las realizaciones fundamentales.

Obviamente, Mozart no es el remedio a la ausencia de firme voluntad para alcanzar acuerdos. Pero no se perdería nada con escucharlo.