Una de las características modernas de una sociedad, independientemente del marco político o territorial en que se encuentre, es que está compuesta por niveles abstractos que permean cada capa de conciencia colectiva.

Esto no es un efecto negativo de la modernidad, todo lo contrario, en principio, lo que hace es facilitar el ámbito cognitivo sustrayendo del individuo la necesidad de entender, suscribiéndola a una conciencia compartida que, consecuencia de la colectividad y su discrecionalidad, cada concepto que sea ofertado y sobreviva se entiende, por vía de consecuencia, que debe ser válido.

Un ejemplo de cómo la colectividad cognitiva funciona es que no necesitamos saber todo lo que tiene que ver con un vehículo para abordarlo, pues suponemos que otros, con conocimiento, ya han tenido la oportunidad para evaluar cada componente, y si está disponible al público, ya venció las barreras mínimas de seguridad y funcionalidad.

Socialmente, esto permite que cada individuo pueda especializarse y enfocarse en lo que entienda pertinente, según sus posibilidades o necesidades, delegando en "la colectividad" todo lo demás. Las redes sociales, el internet y los medios digitales han promovido con éxito esta parte del tema.

Sin embargo, estas mismas herramientas sociales que nos permiten, como si fueran brazos, realizar distintas tareas sin descuidar otros elementos necesarios es, en sí, un arma de doble filo. La razón es simple, hay personas, corporaciones o estados que, con especialistas en la materia, pueden aprender cómo manipular y manejar estas capas abstractas y, en base a técnicas de comunicación e interpretación, y es esto lo que crea situaciones sociales como la que actualmente, en nuestro país, estamos viviendo.

Nosotros, como sociedad, hemos estado acostumbrados a que, en capas cognitivas, la clase política nos sepa manejar como corderos. Lo peor es que se trata de una decisión consciente, y para nada algo sofisticado como a veces se puede ver en otros países o hasta en ciencia ficción.

Tenemos un segmento de la población que, de manera reiterada, espera con ansias los comicios para poder poner en venta el intangible voto, ya sea apoyando con su presencia, o evitando votar por algún candidato. Otro segmento, con mayor poder adquisitivo, requiere obras y mejoras en su entorno para, como contraprestación, otorgar su voto. Y luego tenemos quienes, por su condición social aventajada, ven estos momentos críticos como una oportunidad de negocio, pues apoyan para mantener condiciones, o para obtener mejores. Cada uno de estos tres segmentos, a su manera, han acostumbrado a nuestra clase política a no contar con discursos realmente profundos, y ha limitado la necesidad de sofisticación de nuestros candidatos, donde ya prácticamente hay temas puntuales que gustan, otros que no, y cada discurso de basa en esto. Dar un poco de azúcar, luego el amargo, y terminar con alguna promesa etérea. Esta es, en síntesis, la política dominicana. No hay lineamientos políticos, ni teorías sociales aplicables. Todo es muy casual y, si se quiere, simplista.

Hemos vivido durante décadas en este país, simplista, donde todos buscan su beneficio y, eventualmente, en algún momento logran algún favor que como Pávlov decía, que los hace salivar. Pero dicen "los que saben" que todo tiene fecha de expiración y, aunque refrigeremos para extenderla, hay una pared que no podemos ignorar. Eso es lo que actualmente estamos viviendo.

El pasado miércoles, 17 de julio, el ex Presidente Leonel Fernandez, ducho orador y realmente intelectual, atrapó la mirada de todo el pueblo dominicano (y quizás la comunidad internacional) cuando, como un Dios que visita a su pueblo, decidió acompañar a quienes apoyan su actual postura y, frente al Congreso declarar, entre otras cosas, que su postura extrañamente proactiva no responde a una rivalidad interna con el actual Presidente, Danilo Medina, a quien dijo profundamente respetar, pero además, y luego de un "pero" repetido tres veces, indicó que entró a la política "no buscando cargos, no buscando puestos" y que llegó a la política porque "no podía ser indiferente e insensible" con lo que ocurría en la República Dominicana.

Y es este el problema que nosotros, como sociedad, gracias al comportamiento levente al que hemos acostumbrado a nuestra clase política, hemos creado y hoy, lamentablemente, sufrimos.

Al no exigir ideales, ni teorías concretas aplicables a la generalidad, hemos creado un efecto Barnum, aplicado a las políticas sociales, donde como explicó el psicólogo Bertram R. Forer, los individuos (en este caso, los segmentos abstractos, capas, que ya hemos discutido) atribuyen valor y, con seguridad tildan de certeros, descripciones y aseveraciones vagas que, por su confección molecular, aún genéricas, encontrarán parcial o totalmente alguna coincidencia en cada receptor. Esto es una técnica básica que se basa en la teoría de la necesidad de validación personal que todo psicólogo sabe es, en sí, la razón por la que un horóscopo puede, siempre, tener un poco de verdad, y, además, la principal razón por la que ahora, cada día, encontramos citas genéricas que amigos, familiares y personalidades comparten en su muro. El ser humano es una máquina que busca y detecta, autónomamente, coincidencias y, cuando son favorables, las hace propias y se cree único.

Entonces, al leer (o escuchar) el discurso político del expresidente Leonel Fernandez, es fácil ver como el mismo, aún genérico y básico, fue creado con un nivel técnico envidiable pues, a alguien sin contexto, o perteneciente a una de estas capas sociales de las que depende para validación de información, pero sin conocimiento directo, podría entender que todo es cierto y, al final, válido. Pero conociendo el contexto social y político, sus posturas anteriores y, además, la historia de los gobiernos que han sido promovidos por el partido que representa, esta nueva postura angelical raya en el irrespeto al pueblo. También lo es el “silencio” del actual presidente, que como Balaguer, en su momento, entendía que mantenía su imagen limpia cuando no era directamente quien ejecutaba su pensar.

Pero es esto mismo lo que ha promovido una serie de voces discordantes y adversas, unas promoviendo la aparente posición del actual presidente, y otras del que pretende volver a serlo, lo que nos demuestra la degradación política que hemos causado. Ya no hay formas, no hay fondo y, tampoco, apariencias.

Somos nosotros los únicos que debemos culpar, pues no hacemos lo que podemos para no salir de nuestra zona de confort y, a veces, evaluamos como aceptable tener que crear "pequeños países" en cada hogar. No exigimos luz, seguridad ni educación pues ya admitimos son conquistas personales o de cada núcleo familiar. No exigimos salud pues pagamos seguros privados, o entendemos que lo que el estado, precariamente (para su costo), ofrece, es suficiente.

Y no exigimos discursos políticos reales pues ya hemos aceptado que todo lo que no sea obras, impuestos o modificaciones legislativas no nos importa o afecta.

Dominicano, estamos frente a un momento histórico donde, aunque no lo quieran aceptar, probablemente se le pase factura al partido que ha gobernado nuestro país en la última década por todas las decisiones – técnicas y tácticas – de los últimos años y, en consecuencia, se podrán crear brechas importantes que se pretenderán llenar con lo que mayormente se ofrece en la clase política: más de lo mismo.

No dejemos pasar esta coyuntura, que históricamente no es común, y vamos a unir nuestros esfuerzos como sociedad para poder luchar contra la inercia que hemos instituido, dejando de lado los chismes entre nuestros políticos que, en el fondo, buscan solamente permanecer disfrutando de las mieles del poder, y enfoquémonos en exigirles, primero, que respeten nuestra inteligencia. Segundo, que el silencio – cuando es mal intencionado – hace más daño que cualquier discurso absurdo.

Hoy, socialmente, somos rehenes e instrumentos de la "clase" política, pero tenemos la oportunidad de, escapando a esta abstracción social, pensar como individuos y producir cambios que requieran, ya sea que actuemos, o que exijamos. Pero hermanos, por favor, no pensemos que todo esto pasará como un temporal y nada más. Hagamos. Discutamos. Pensemos en nuestro futuro.