Pensar que las redes sociales virtuales están repletas de imbéciles parece ser la nueva consigna de muchos intelectuales. Después de que Umberto Eco hizo célebre su anatema a internet, este parece ser el intelectual de referencia para juzgar el comportamiento de las grandes masas en la construcción de opinión sobre temas de interés colectivo o público a través de las redes sociales virtuales como Twitter, por citar solo una.

Ciertamente que el descontrol emocional y la poca prudencia al externar juicios de valor en torno a un hecho se hacen presentes en los espacios de discusión abierta. Lo mismo sucede a escala micro, esto es, dentro de las relaciones del núcleo de amigos o colaboradores más cercano: allí se discute y se ofende. Pero lo que sucede en el espacio de la camaradería de las relaciones privadas, no tiene que suceder en el espacio de las libertades públicas.

Las discusiones abiertas en el espacio público, en la que efectivamente todos los usuarios conectados a través de algún nodo con la fuente del debate pueden interactuar y expresar su pensamiento al respecto, deben ceñirse por normas de cortesía distintas a la del espacio privado. Esto último es lo que nos ha costado aprender a los usuarios de las redes sociales virtuales debido a que estas nacen como una expansión de lo social en la que lo público se fortalece, pero arrastrado por contenidos que pertenecen a la esfera privada.

Desde el punto de vista arendtiano el fenómeno de las redes sociales virtuales es que vulnera aún más lo privado al exponerse no solo un contenido que podríamos considerar íntimo, sino también diluimos los códigos de comportamientos del espacio público y trasladamos los comportamientos acostumbrados en los círculos más cercanos a la gran red de usuarios. En el fondo es un problema de establecer límites entre las esferas de la vida y las normas sociales que pautan las relaciones en cada una de ellas. En otras palabras, debo distinguir que la interacción entre el grupo de pares no es igual a la interacción que debo mostrar en un debate de interés público sustentado por la libertad de expresión. La libertad de expresión que se juega en el círculo de íntimos no es igual al derecho a la expresión pública.

Las redes sociales virtuales pueden ser grandes aliadas de la democracia y del estado de derecho que debe reinar para que las libertades públicas sean de provecho para todos. Los espacios públicos de discusión son igualmente espacios de libertades que se construyen y sostienen en base al debate de ideas; pero este uso común de la palabra debe hacerse sujeto a normas sociales comunes a todos que tenemos que aprender. En este sentido, educar es la vía de solución para el problema; pero no la condena y el anatema.

Por último, en democracias como la nuestra las redes sociales virtuales tienen más de positivo que de negativo. La masificación de los dispositivos electrónicos y el acceso gratuito a Twitter han permitido la denuncia de hechos que, en otras circunstancias, hubiesen permanecido en el silencio de la complicidad de las autoridades. La presión pública que se ha ejercido sobre ciertas instituciones y figuras públicas en determinados momentos es una muestra de que los servidores públicos y las malas acciones ya no pueden ampararse en el mal uso del poder y que no suceda nada.

Todos debemos de aprender y crecer en las normativas que incumben al uso masivo de las redes sociales virtuales y lo que ella puede aportar en la generación de opinión pública y de presión social frente al ejercicio del poder. Está claro que el poder hoy en día no es lo mismo que hace unas décadas, está más diluido e impreciso. En momentos en que la jerarquía y la autoridad que otorga un puesto o un servicio se utiliza para beneficio propio, las redes sociales virtuales han servido de voz de alerta a la ciudadanía frente al abuso del poder que se ampara en este y lo corrompe. Estamos en tiempos en que la información y el control de esta ya no dependen de los medios de comunicación, sino que se le escapa de las manos.