De este lado del continente, fue el gobierno de Uruguay presidido por Pepe Mujica, el que tomó la iniciativa de legalizar la marihuana con alegados fines medicinales. En algunos estados de los Estados Unidos, también se ha levantado la prohibición sobre su uso bajo el mismo alegato. Y aquí se han dejado escuchar algunas contadas propuestas en la misma dirección, si bien le han salido al frente voces de rechazo.
Sobre el tema, en la edición de Diario Libre de este día, en la columna Hablando con el Pediatra, el doctor Marcos Díaz Guillén hace una serie de orientadoras y contundentes consideraciones que resultan de obligada lectura.
El especialista establece de manera concluyente los efectos perjudiciales que provoca el consumo de la droga cannabis a corto y largo plazo. Estos incluyen alteración de la memoria reciente, pérdida de habilidades para resolver problemas, dificultad de aprendizaje, déficit de concentración, depresión y psicosis, incoordinación de las facultades motoras y causas de muertes no intencionales en muchos adolescentes. De manera categórica desmonta la creencia de que es una droga inocua, siendo por el contrario peligrosa.
En endoso de sus alegatos científicos, suma la experiencia registrada en el estado de Colorado, que toma como ejemplo. Mientras el consumo de marihuana estuvo prohibido, el registro de usuarios no pasaba de dos mil. En cambio, desde que se liberó su uso en el 2012 la cantidad alcanza ahora a 60 mil, o sea, 30 veces más en apenas media docena de años. Resultados: han aumentado las visitas a las salas de emergencia de los hospitales y las llamadas a los centros de toxicología, previéndose que su número seguirá incrementándose en la medida en que se extienda el uso de la droga.
De particular riesgo, sobre el que llama la atención, en especial en el caso de los menores y adolescentes, es el insólito empleo que se está haciendo del principio activo de la marihuana en la elaboración de productos comestibles tales como bizcochos, helados, galletas y otros, creando una temprana adición a la droga.
En el caso específico de nuestro país, el doctor Díaz Guillén sostiene con sobrada razón el riesgo que implicaría legalizar el consumo de la marihuana con supuestos fines medicinales, cuando son tan limitados y deficientes los controles de que disponemos. Es el mismo argumento, que con evidente mucha menos autoridad profesional, hemos enarbolado en más de una ocasión para rechazar esa propuesta.
El hecho sobradamente probado, admitido y compartido por nuestra parte de que las medidas implementadas hasta ahora para combatir y controlar el tráfico y consumo de drogas, que en nuestro medio ha ido en escalada creciente, en modo alguno puede servir de excusa para la venta y consumo libre de la marihuana, que aún siendo considerada una droga menor en relación a los perjuicios derivados de la cocaína, el éxtasis y la heroína, no por ello deja de provocar efectos dañinos.
Tomar también como ejemplo el alegato de que el consumo excesivo de alcohol y el insano vicio de fumar provocan tanto o más daño que el consumo de las drogas prohibidos, es también otro argumento inadmisible. No se combate un daño agregándole otro, como sería el caso si bajo ese pretexto se autorizara el consumo libre de la marihuana.
Que es necesario buscar mecanismos más efectivos para enfrentar el problema de la drogadicción está más allá de toda duda. Pero en todo caso, la solución no puede ser la venta y consumo libre que, como en el caso del estado de Colorado, multiplicaría de manera acelerada el número de usuarios.
Más bien, aunque pueda lucir y resultar un proceso más laborioso pero que sin duda resultaría más efectivo, la solución debe emprenderse por vía de la educación y la prevención. En la medida en que baje el consumo y la cantidad de usuarios se reducirán la producción y el tráfico como ocurre con cualquier otro producto de comercio.
Intentarlo vale la pena en vez de apelar a la cómoda pero peligrosa fórmula de pretender legalizar el consumo de marihuana, donde el resultado final pudiera resumirse en la consabida frase de que “el remedio resultaría peor que la enfermedad”.