El fracaso de la lucha contra el narcotráfico y la opción de sustituirla por la legalización del consumo de drogas ha vuelto a la actualidad recreado por la presencia y propuesta en este sentido del polémico juez español Baltazar Garzón en la amplia entrevista que concedió al Listín Diario.
Como era lógico, las reacciones no se han hecho esperar. En tanto la Fundación Institucionalidad y Justicia y el Consejo Nacional de Drogas rechazan que dicha propuesta sea de acogida en el país, el presidente del Colegio de Abogados y Casa Abierta abogan porque el consumo sea despenalizado.
El tema es complejo, ha sido y seguirá siendo por mucho tiempo objeto de fuertes debates.
Si nos guiamos por los resultados obtenidos hasta ahora en combatir el narcotráfico hay que admitir que estos distan mucho de poder considerarse exitosos. Los cuantiosos recursos técnicos, humanos y financieros destinados a ese fin no han logrado doblegar el pulso de los carteles de la droga, cuyo volumen de negocios estimado en cientos de miles de millones de dólares anuales, lo mantiene como una de las tres o cuatro actividades más lucrativas a nivel mundial.
Ahora bien…¿es la legalización del consumo la fórmula mágica para superar la situación que no han podido las estrategias seguidas hasta el presente? ¿Es la única alternativa a la mano?
Es posible que en naciones altamente desarrolladas que disponen de mecanismos adecuados de control, sea factible llevarla a la práctica bajo un estricto monitoreo que permita una comprobación continua de sus resultados. Pero no es ni con mucho, el caso de la República Dominicana. Ni disponemos de los recursos ni de la capacidad para montar la estructura requerida para que la situación no se salga de cauce y su manejo escape prontamente de las manos de las autoridades encargadas de velar por su correcta aplicación.
Por otra parte, es muy distinto despenalizar el consumo a legalizarlo. Ciertamente una adicción no se supera con una larga estancia en prisión. Por experiencia propia sabemos que hay adictos que sin tratamiento de desintoxicación, una vez que recobran la libertad vuelven de inmediato a retomar el consumo. El adicto es un enfermo y como tal requiere cura y no castigo, y en este sentido debiera ser reformada la ley sin mas dilación, al tiempo de destinar mayores recursos a la prevención por un lado, y a los tratamientos de desintoxicación por otro.
Pero la legalización del consumo comporta el riesgo cierto de convertir en popular y al libre alcance de cualquiera un producto que de manera comprobada causa graves efectos degenerativos en la salud física y mental. Utilizar como argumento por sus defensores de que también el alcohol y el tabaco lo son, lo que es cierto, no justifica el que agreguemos otro nuevo elemento de consecuencias negativas que pudiera conducir a un consumo masivo.
En el caso nuestro, luce que la posición mas sensata es mantenerse a la expectativa de los resultados que arroje la experiencia en otros países, sobre todo de la marihuana, considerada una droga “suave”, lo cual no implica que deje de ser dañina.
Porque negar que no estamos preparados para manejar de manera sensata y eficiente una propuesta de la naturaleza planteada por el magistrado Garzón sería equivalente a pretender tapar el sol con un dedo.