Es mucho lo que se investiga sobre la comprensión lectora y sus niveles de dominio, pero poco sobre las concepciones, los modelos de lectura o los métodos y estrategias para eficientizar ese proceso tan complejo. Es como si la comprensión lectora, en el área educativa, fuese el tema comodín para quien no consigue formular una problemática relativamente interesante y novedosa. Incluso, hay investigadores que afirman que ya no vale la pena una investigación en comprensión lectora dada la innumerable cantidad de las ya realizadas.  No iría tan lejos.

La tendencia en educación e investigación educativa, tanto de grado como de posgrado, es a complejizar los procesos involucrados en la lectura o a realizar investigaciones cuantitativas con complejos estadísticos que en definitiva no son aprovechables en la labor pedagógica. Incluso quien realiza la investigación no plantea cómo traducir sus conclusiones a donde verdaderamente interesa: el aula. Se produce un conocimiento especializado y digno de presentarse en cualquier revista indexada, algo muy loable y apetecible por sí mismo; pero con escaso impacto en los docentes y, sobre todo, con pocas posibilidades de aplicación práctica para un docente lector que busque mejorar sus estrategias de enseñanza.

En las búsquedas sobre el tema he encontrado mejores cosas y más prácticas desde la filosofía hermenéutica ya que me resultan más comprensibles, manejables y transmisibles que los complejos métodos que derivan de las teorías psicoeducativas; con la honrosa excepción de la propuesta por Louis Rosenblatt y su teoría transaccional.

Tengo la firme convicción que la lectura no es solo una cuestión del docente de Lengua y Literatura, sino que esta debe enseñarse en todas las áreas académicas. Esto es lo que muestran hasta la saciedad las incontables investigaciones realizadas sobre la comprensión lectora. Pero es lo más lejano en la conciencia de los docentes de bachillerato y universidades En esta última existe la terrible idea de que deben ceñirse a sus áreas de especialización y que los alumnos ya debieron aprender a leer en los niveles anteriores. Esta lógica de trabajo hace más daño que bien y olvida que la complejidad de los textos presentados en la educación superior demanda habilidades cada vez más complejas de procesamiento de la información. Por esta razón es que se habla de alfabetización académica en la universidad, ya que no es lo mismo leer una fábula que un texto académico y/o científico. Así como no es igual leer el periódico o un anuncio publicitario que una novela o un libro de ciencias.

Así como hay diferenciación de niveles académicos en el proceso formativo del alumnado, igualmente deben existir métodos distintos de lecturas en el que se vayan añadiendo y complejizando esa interacción entre el mundo del texto y el mundo del lector. Docente que no entienda esta nivelación tan obvia en la interacción entre el texto, la vida y el lector, es un docente que no enseñará a sus alumnos, cada día de clases, a cómo leer un texto ni cultivará con ellos un hábito lector.

Es más, hay más formación sobre la lectura en el currículo oculto que en el currículo oficial; por tanto, el docente que no muestre y dé señales claras de poseer un hábito lector fructífero y consumado no irradiará en sus alumnos interés alguno por la lectura en el área disciplinar en que trabaja. Aquí hay que enseñar con el ejemplo y no con las palabras. Imagínense un “profe” de Lengua y Literatura que al año no se lea al menos cinco o seis novelas nuevas o uno de física que no les hable a sus alumnos de Stephen Hawking y su Breve historia del tiempo o de Borges y por qué es el literato más leído entre los expertos en física teórica.

Me arriesgo: tengo la firma convicción de no se le debe dejar la enseñanza de métodos de lectura ni de técnicas de aprendizajes a los psicólogos escolares o al área de formación humana, como ahora se le llama. La razón es sencilla, suelen leer poco y, para salvar la proposición del prójimo, tienen demasiado con la difícil relación padres-alumnos-traumas del pasado.

La lectura es el núcleo de la acción formativa del docente que educa para la autonomía.