La sociedad dominicana se sacude con un debate sobre la lectura obligatoria de la Biblia en el sistema educativo nacional. De entrada, nos preocupa el hecho de que esta decisión entra en contradicción con la propia constitución nacional que enarbola la libertad de cultos, por tanto siendo un país con una la identidad diversa, es conflictivo imponer determinadas formas culturales sobre el resto de la población cuando partimos de un principio constitucional de igualdad de derechos.
Se ha fundamentado en estos debates el derecho a defender la base de los valores sobre los cuales se cimienta la sociedad dominicana. No obstante, los valores son constructos sociales, son también diversos y no son incólumes en su aprobación y validación social. Si los valores son refrendados socialmente, las sociedades son a la vez la conjunción de distintas cosmogonías del mundo y por tanto un valor asumido como único, sería una manera de violentar los derechos de minorías.
La preocupación de la iglesia y de los legisladores para que el país se enderece, no es cuestionable, pero yerran en la elección del blanco. La descomposición social tiene otros procedentes de tipo éticos, donde muchos de los que leen la Biblia son también responsables de esta enfermedad del tejido social nuestro hoy.
La lectura de la Biblia obviamente tiene implicaciones ideológicas, encierra viejos fantasmas del debate sobre la identidad nacional, sobre el concepto de nación y la democratización definitiva de la cultura en la sociedad dominicana
Otros son los problemas a discutir en la sociedad dominicana actual. No resuelve nada leer la Biblia en las escuelas y seguir permitiendo la violencia entre los estudiantes, la debilidad estructural del sistema educativo nacional y los problemas múltiples de la educación nacional.
Esta polémica evade el tema central de los problemas sociales dominicanos. para centrarnos en si el problema es leer o no la Biblia.La iglesia no es la principal responsable de los males sociales que nos acosan, ella puede ser parte por su indiferencia, su omisión, su falta de beligerancia, sin embargo, el Estado, que es una estructura más compleja y beligerante, ha sido negligente en lograr otros resultados diferentes a los actuales.
Creo que distraer el agobio nacional a este debate, desenfoca la cámara de los problemas neurálgicos del país. Reordenar las instituciones y su funcionalidad sería una mejor tarea nacional y evitar los temas de distracción. La lectura de la Biblia obviamente tiene implicaciones ideológicas, encierra viejos fantasmas del debate sobre la identidad nacional, sobre el concepto de nación y la democratización definitiva de la cultura en la sociedad dominicana.
Toda iniciativa excluyente, segregacionista, prejuiciada, tiende a desvirtuar su fundamentación y justificación. Lo de la Biblia nos retrotrae a viejos fantasmas. Siendo un país multicolor, multicultural y diverso, es oportuno retirar la propuesta y dejar en libertad que cada quien construya su dimensión sagrada según la tradición familiar y cultural particular.
Lo contrario no contribuye a la democracia cultural que debe tener un país en un estado de derecho. Argumentos variados se han expuestos como el predominio del vudú en determinadas regiones del país, pero también hay dominicanos de religión judía, islámicos, cristianos y sin religión, por lo que imponer una lectura obligada no ayuda a una convivencia democrática y de respeto a las diferencias. El argumento de que debemos defender y promover nuestros valores cristianos está bien, pero estos no son absolutamente nacionales, debemos pensar al mismo tiempo en grupos de dominicanos que procesan otras religiones o en aquellos que entienden que no es necesario obligar a sus hijos a elegir tempranamente una religión determinada.
No olvidemos que en todo momento tenemos que tener presente que el Estado dominicano es laico y que el Congreso y el Ministerio de Educación son parte de ese Estado laico que separa la iglesia del Estado. Tampoco debemos olvidar las ideas de Eugenio María de Hostos cuando habló de una educación laica. Es decir que el debate de las sociedades siempre es oxigenante, pero debemos guardar el respeto a la diferencia, sostener ideas claras y que eleven la calidad del debate. Siempre mirando al futuro no al pasado.