No sé si ocurrirán cambios sustanciales en el modo en que nos comportamos y convivimos. No sé si a partir de este estado de emergencia mundial en que nos encontramos y de la consustancial crisis económica que vendrá el sistema económico caducará y la civilización tal y como la conocemos hoy desaparecerá. No lo sé; pero de algo tengo certeza: si bien no ocurran transformaciones revolucionarias, algo debemos de aprender de esta situación y realizar los ajustes necesarios para continuar la vida.

Tal vez pensemos que sea poco. Tal vez pensemos que son nimiedades provocadas por el miedo a perderla. De todos modos, la voluntad de vivir debe imponerse. Pero no ya como un vivir de cualquier modo, sino como un vivir auténtico y armónico con todo y en todos. Poético, ¿no? ¡Cuándo la poesía ha dejado de ser tan cierta como el primer día!

Forzados por esta voluntad de vivir, hemos aprendido que, a pesar de la emergencia, la formación académica y humana de las nuevas generaciones debe continuar. Hoy más que nunca se hace necesaria la transformación del individuo en una persona con no solo altos estándares de excelencia, también con altos valores y conciencia de lo público, de lo privado, de lo social, de lo ecológico, de lo vital. No podemos, en nombre de la propia vida, continuar como lo hemos estado haciendo.

A pesar del imperativo que nos compromete y conmina a la transformación; es probable que muchas cosas no cambien y sigamos por la senda trazada por la tradición o, a penas, se realicen ajustes superficiales según las nuevas dinámicas de los tiempos. Como educador me pregunto si no ha llegado el momento de que una de la institución más antigua y en la que menos transformaciones sustanciales ocurren, como es la escuela, sigamos haciendo ajustes accidentales o realicemos una transformación profunda. Sea una cosa o la otra, está claro por demás que las tecnologías de la información y la comunicación serán las aliadas permanentes en lo que ocurra en lo adelante.

¿En qué medida el futuro de la educación y la formación de la persona depende de la incorporación de las TIC al proceso educativo? Si miramos lo que se avecina, apuesto a que no hablaremos de incorporación de las TIC al proceso formativo del individuo como lo hemos estado haciendo, sino de estas como el “lugar” donde ocurre el aprendizaje autónomo. No significa esto la pérdida absoluta del sistema educativo, ni la derogación del papel del maestro o la familia dentro del proceso de enseñanza; ni la anulación de ese espacio tradicional de encuentro y confinamiento que es la vieja escuela. La formación de un niño es “guarda” y socialización; se ha pensado a partir del confinamiento (como un régimen militar) de los sujetos en el mismo espacio; pero ¿debe ser este el modelo?

La formación de un joven no necesariamente debe estar recluida a un espacio cerrado de interacción y control constante del maestro. Tampoco se trata de añadir más horas de labor al estudiantado a través de las tareas en línea para el hogar. ¿Cuál ha de ser el modelo para seguir? No sé, no se me ocurre nada. Tan solo me surgen preguntas y anhelos a partir de este confinamiento por cuarentena y el teletrabajo educativo.

Pero de algo sí estoy seguro, con la seguridad que da la certeza de la lección aprendida a fuerza de golpe de experiencias: la reclusión al salón de clases va quedando más obsoleta cada día, al menos en aquellos jóvenes que pueden pasar en términos de Piaget (para usar un referente al pensamiento educativo dominicano) de un pensamiento concreto a un pensamiento abstracto. ¿Por qué este criterio? Porque de lo que se trata es de la autonomía, ese hiperbién muchas veces olvidado por la práctica educativa nacional.

Aquí es cuando el maestro deja de ser el instructor y el “mandamás” y pasa a ser el creativo que inventa o estimula a descubrir situaciones de aprendizaje y que también, por último, acompaña y “vigila”  para que el proceso sea efectivo y de alto nivel de excelencia.  El aprendizaje, aunque sea colaborativo, es personal y es un bien que adquiere el individuo solo.