Me criaron y me educaron entendiendo la importancia de la lealtad y valorándola como un atributo de la más pura esencia de la vida: la libertad.
Aprendí que la lealtad y la libertad caminan juntas, van de la mano. Para mi ser leal es sinónimo de ser libre. ¿Quién me garantiza y me facilita una agradable estadía en este paso por la vida si no es un familiar, una amiga o un amigo fiel? ¿Quién comparte conmigo los momentos más difíciles, aquellos en los que me derrumbo, en los que veo el fondo y toco el filo del abismo si no es un familiar, una amiga o un amigo fiel?
Hace más de tres lustros conocí a una persona que no cultiva la lealtad, que no cree en ella y la rechaza. Un día me dijo que no era una persona leal y que no creía en la lealtad. Me impactó. Me negué a dar cabida en mi mente a lo que había escuchado. Pensé que era un decir, que no era posible que una persona que se definiera a sí misma como activista comunitaria también se asumiera como alguien desleal. Incluso llegué a pensar que ella trataba de parecer "cool" o que era una expresión de rebeldía de alguien perteneciente a una generación más joven que la mía.
Para mi sorpresa, años más tarde, tras haber colaborado con ella en la defensa de los derechos de las personas inmigrantes, ella me traicionó. Puso en práctica su creencia en la deslealtad, de la cual había hecho acopio y demostró que la utiliza como herramienta fundamental para alcanzar el éxito. Y, como dice el refrán, "Dios los cría y ellos se juntan", pues un hombre al que yo había ayudado y quien se decía ser mi amigo, se involucró sentimentalmente con ella y también me traicionó.
Esas no son las únicas expresiones de deslealtad que he vivido. A mis 55 años he sufrido la deslealtad en diversos momentos. Observo que en las acciones desleales de amistades y familiares media la envidia, la falta de respeto a los límites de la otra persona, el afán de poder, el deseo de controlar a la otra o al otro, el empeño en imponer la voluntad propia y la competencia.
De lo que se trata es de aceptar que todas las personas somos diferentes y que la creencia en un valor como la lealtad, por saludable que sea, no necesariamente es asumido y practicado por todo el mundo. Pues, como me enseñara mi madre, "no todo en lo que uno cree es cierto". Y yo agregaría, al menos no para algunas personas.
No sé cuánto tiempo me queda por vivir y tampoco puedo predecir cuántas veces más experimentaré la deslealtad. Lo que si me consta es que son mayores las muestras de lealtad que he vivido y vivo que las de deslealtad.
Creo que es posible asimilar y practicar la lealtad, que la amistad se sostiene en base a ella y que es un valor esencial para vivir en armonía con todas las personas, sobre todo con aquellas a quienes conocemos y amamos.