Hace unos días me di cuenta de que en el perfil del “WhatsApp” de algunos amigos del gobierno está una foto del mandatario dominicano y una leyenda que dice “Danilo es lealtad”. Debo confesar desde el primer momento en que se destapó el escándalo Odebrecht a nivel internacional y al ver las respuestas del gobierno dominicano al mismo, he sentido esta duda: ¿a quién el señor presidente ha sido leal? Así que no me sorprende que un grupo de la confianza del señor presidente externe en las redes sociales lo que entiende es un gesto de lealtad, en estos momentos de crisis de credibilidad tanto del gobierno como del sistema de justicia.
La lealtad es una virtud y como tal es de las virtudes que menos han profundizado los filósofos en lo que se denominado “ética de la convicción”. Por ejemplo, Aristóteles apenas les dedica algunas notas en su Ética a Nicómaco y lo hace cuando trata sobre la amistad como una virtud social esencial. Para el Estagirita, la amistad perfecta o buena, que es la que se tiene entre almas virtuosas que se desean el bien mutuamente y no se relacionan por utilidad alguna (interés o placer), supone una relación de lealtad regulada por la fidelidad y el honor. El amigo bueno es leal al otro amigo porque le guarda fidelidad y salva de la deshonra la relación amistosa.
Es en la Edad Media en donde la lealtad adquiere su mayor trascendencia como virtud. Un ejemplo claro es el cantar de gesta del Cid Campeador, leal al rey Alfonso a pesar de la ingratitud del monarca. Aquí la lealtad se hizo bajo la figura del valor en sí mismo y no por una utilidad o mérito alcanzable a través de ella. Esta lealtad exigida y/o dada al Rey se extiende, posteriormente, a todos los vasallos bajo la forma de “fidelidad a la ley” ya que esta emanaba directamente del monarca. Ser “leal” era ser fiel a la ley, sujetarse a la ley.
La lealtad como sujeción a la ley o a la Corona mostró el lado oculto de otro tipo de lealtad al margen de la ley, la de los malhechores y piratas. La mafia es paradigmática en esta lealtad impuesta al margen de la ley, no en tanto a virtud dada y bajo la protección de la ley, sino como valor exigido cuya violación significaba la muerte como castigo.
Para el DRAE “lealtad” proviene de “leal” y siempre es tratado como un adjetivo atribuible a una persona o a una acción que es considerada veraz o que se ajusta a lo pactado. En este sentido, la lealtad es sinónimo de fidelidad a una persona, a una amistad para la cual se actúa conforme a lo pactado, a lo honorable. Hacer honor a lo pactado es señal de lealtad.
El problema de la lealtad entendida como fidelidad a lo pactado es que puedo ser “leal” a objetivos, proyectos o personas que riñen con la ley o actúan al margen de la ley. Entonces mi “lealtad” al margen de la ley niega rotundamente lo esencial de la virtud ya que leal viene del latín “legalis” y siempre significó “respeto a la ley”. Esta cercanía entre lealtad y la fidelidad, cuando esta última no debe ser tratada como una virtud política, sino como un sometimiento ciego a la autoridad o al poder que emana de alguien o de una situación, trae ambigüedades tan nefastas como la de creer que la lealtad que se da al margen de la ley es una virtud política a emular porque se identifica con la fidelidad ciega e irracional.
Aristóteles dijo que “una sola golondrina no hace verano”. Lo hizo para señalar la importancia del hábito, la acción repetida, en la construcción del carácter virtuoso. De igual forma, un acto de lealtad no me hace un virtuoso y mucho menos si la lealtad se realiza al margen de la ley o si esta no está acompañada de principios universales como los demanda la acción política.
La acción política leal es la acción que se realiza en apego a la ley, no a las amistades, al pacto, ni al interés propio.