Entre los fenómenos que frustran al ciudadano que aún sueña con una sociedad mejor está el de nuestro solitario panorama intelectual. Ya casi hace cien años, abarcando el contexto dominicano, Pedro Henríquez Ureña nos advirtió del “peligro de producir generaciones intelectualmente frustradas.” Esta advertencia ha pasado desapercibida. El ambiente dominicano, salvo algunas excepciones, resulta hostil para la producción intelectual y el diálogo cívico, debido al abandono histórico de la educación y nuestro carácter osuno.
No hay que ir a indagar en la universidad. Podemos palpar esta realidad simplemente examinando la oferta cotidiana de los medios de comunicación masiva. La prensa escrita y digital es el cauce por donde diariamente discurren opiniones sin fundamento, politólogos ofuscando el debate político, panegiristas masajeando los egos de políticos o empresarios y una balsa de académicos figureando su erudición postiza. Abundan los bibliófilos voceando que “el autor X de tal partido ha publicado más que el autor fulano de tal.” Muchas de las personalidades del ámbito de las letras tienden al combate. Fácilmente se echan doce asaltos buscando la entronización de sus íconos o detrás del escarmiento de algún iconoclasta maldito a quien se le tenía prohibido entrar en terreno monopolizado por unos cuantos críticos culturales, según estipula la estricta división de la labor intelectual.
A nuestro actual panorama intelectual dominicano le aplica la sentencia que el pensador y político peruano Manuel González Prada (1844-1918) empleó para criticar la fraseología en la literatura peruana de su época: “se delinean dos grupos de escritores: unos que hablan a lo Sancho Panza, con idiotismos, dicharachos y refranes; otros que se expresan a lo Don Quijote, solamente en clausolones altisonantes y enrevesados.”
En definitivo, hay intelectuales dominicanos de admirable inteligencia, pero sus obras tienden a ser exclusivamente de propaganda y ataque. Los hay capaces de análisis sociopolíticos incisivos, pero en el fondo controlados por los intereses del partido o guiados por ciertas agendas ocultas. Aquí podríamos ejemplificar con nombres, pero lo significante no es la figura sino la obra. El debate, cuando emerge, no se basa en la discusión intensa de ideas, sino en el enfrentamiento agresivo de egos. Y lo que se tiende a debatir es la lealtad hacia ciertas instituciones o ministros, individuos quienes posibilitan y modelan la exhibición obscena de capital e influencia. Y así en ese afán se despoja a la palabra de la verdad y la realidad.
Tristemente, descubrimos que entre nuestra intelligentsia dominicana los intelectuales apenas se leen, interpelan o escuchan, cada cual errando ciego y sordo por el limbo. Y si lo hacen, es para restar valor, no para agregar o colaborar. Mientras tanto el público se entretiene con este drama pornográfico, producto de la lógica del sistema de producción, el cual privilegia el adiestramiento de consumidores sumisos y ciudadanos pasivos.
Por suerte, existen algunos oasis. En los medios dominicanos también publican pensadores perspicaces y cuya mayor preocupación es expresar ideas, opiniones o sentimientos orientados hacia el análisis y mejoría de la sociedad y culturas dominicanas. Por ejemplo, ahí tenemos los paradigmas del profesor Leonardo Díaz y las sensatas opiniones y reflexiones de Pablo Rodríguez. Estos autores acostumbran a brindar sus aportes sin incurrir en protagonismos ni polémicas huecas. Su tendencia es dejar que el contenido crítico conduzca sus ideas. Sus objetivos son el análisis de problemas sociales urgentes y relevantes y el desarrollo del pensamiento crítico en la ciudadanía. Nos invitan a la lectura atenta.
Una intelectual en cuya obra encontramos cierto parentesco crítico y cuya gestión hay que destacar es la antropóloga dominicana Tahira Vargas García. Su investigación antropológica y sus intervenciones como intelectual pública están orientadas hacia el combate de la violencia política y epistémica y la exclusión sociocultural, la promoción del cambio social y la construcción de la interculturalidad. En sus “cápsulas etnográficas,” textos regularmente publicados en esta sección de opinión de Acento, Tahira Vargas explora las conflictivas relaciones sociales con frecuencia basándose en observaciones etnográficas, pero también mediante la etnografía del habla o el análisis etnográfico de usos lingüísticos y discursivos (tales como “La chopa;” “Ayy pero usted es dominicana;” “Una pelita de vez en cuando hace bien”). Estas frases contienen datos cuyo análisis en sus respectivos contextos develan el sentimiento y la conducta popular. Constituyen enunciaciones claves, el lenguaje, que ordenan nuestras conductas, construyen y reflejan la compleja cotidianidad dominicana.
Los análisis que Vargas ha puesto a nuestra disposición a través de su columna incluyen: “Chapeo y poligamia” (4 de septiembre de 2018), “Sexualidad y relaciones transfronterizas” (20 de febrero de 2018) y “Ruptura con la negación y exclusión, Cimarronas” (29 de agosto de 2017). Estos análisis nos brindan importantes datos y reflexiones en torno a cómo se manifiesta, se siente, se acepta y también se rechaza el efecto del poder (o las relaciones de dominación y subordinación) en la sociedad dominicana. En los lúcidos ensayos (un esfuerzo por saber) de Tahira Vargas emergen ideas claras y cuestiones pertinentes que abarcan muchos de los problemas de mayor relevancia para la sociedad dominicana. Sería estupendo poder establecer un diálogo que trascienda nuestros límites y nos permita aprender el uno del otro y poner en común o poner a pruebas ideas y propuestas.