La juventud, aunque se tiende a definir por la pertenencia a determinada edad cronológica, no significa solamente eso ni acaba ahí. El significado de ser y sentirse joven abarca la actitud ante la vida, ante la sociedad y ante las realidades que agobian su país. Frente a las realidades de las injusticias sociales, la inequidad y la violencia del poder ejercida para que todo siga como está, no cabe el conformismo ni la aceptación contemplativa.
Eso lo sabe el espíritu joven, donde se anida la rebeldía contra el statu quo que niega sus aspiraciones esenciales. El joven tiene la tendencia a cuestionar el viejo orden social que perpetúa la sociedad de privilegios, donde unos pocos concentran la riqueza y nadan en una ofensiva abundancia, y una gran mayoría malvive en la pobreza más honda.
Cuando somos más adultos, el conservadurismo de la edad nos lleva comportarnos con resignación a fuerza del golpeo de la dura vida, la sórdida lucha por la subsistencia, las tantas frustraciones sufridas, los tantos sueños truncados, las tantas esperanzas quedadas en el ayer, y los tantos engaños que roban la fe. Y así nos vamos acostumbrando a la normalidad de esa anormalidad.
En pocas palabras, el sistema juega al tiempo para vencer los desbordamientos impetuosos de las olas juveniles, saben que esa “fiebre” pasará con la adultez, donde las prioridades cambian de orden.
Por eso, antes de que el tiempo tienda su manto de quietismo social y personal, con sus consecuentes miedos a los cambios, es bueno apelar ahora a ese espíritu de riesgo que lleva a los jóvenes a asumir compromisos y a rebelarse contra las injusticias de ahora, que son las mismas de ayer y que serán las mismas de mañana y las mismas de siempre, si no se cambian ya, pues ya está bueno de que continúen reproduciéndose en un escenario donde solo cambian los personajes, pero el drama humano sigue siendo el mismo.
A esos jóvenes que son los protagonistas de la historia, los hacedores del futuro, les pido que no se cansen de la juventud cuando se aproximen a la madurez, que mantengan fresca su capacidad creativa, que nunca pierdan la sensibilidad frente a los problemas sociales, que busquen respuestas nuevas para cambiar la sociedad que aspiran mejorar y que nunca dejen envejecer la esperanza dentro de su ánimo.
Vivimos una sociedad de antivalores, donde la corrupción y la impunidad se burlan del trabajo honrado como fuente de movilidad social, donde se castigan los robos menores de simple ratería, pero el latrocinio mayor que nos roba el bienestar de todos y que se traduce en menos medicina en los hospitales y en menos escuelas para los pobres, se premia con otros cargos en el gobierno o con la simple indiferencia que tácitamente reconoce el peculado como un valor de aceptación general que no acarrea ninguna consecuencia.
En pocas palabras, el sistema juega al tiempo para vencer los desbordamientos impetuosos de las olas juveniles, saben que esa “fiebre” pasará con la adultez, donde las prioridades cambian de orden
Esa es la realidad de hipocresía y falsedad que debemos revolucionar despertando los ánimos aletargados, dinamizando el cuerpo social para que se libere del moho de la retranca, y nadie mejor que los jóvenes para desentumecer las piernas del país que permanecen sentadas en el miedo de correr, como dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones.
A esos jóvenes les digo, que soy parte de una organización que los toma muy en serio, donde pueden hacer carrera de servicio al país, un país donde se pueda progresar individualmente ayudando a todos a progresar. También les pido que no se dejen defraudar por la falta de autenticidad de algunos de los líderes y dirigentes políticos en los que alguna vez creyeron y que hoy han provocado su hastío.
Habrá futuro si nuestros jóvenes se convierten en constructores de un mejor porvenir para todos.