EL DÍA de mi cumpleaños número 15, en 1939, corrí a la oficina de registro del distrito del Gobierno de Palestina para cambiar mi nombre oficialmente.

Descarté el nombre alemán que recibí en mi nacimiento y adopté el primer nombre y apellido hebreos que había elegido.

Pero era algo más que un simple cambio de nombres. Era una declaración, un divorcio con mi pasado en la Diáspora (“exilio”, en jerga sionista); de la tradición de mis antepasados germano-judíos, de todo lo que fuera exílic. “Exiliado” era el peor insulto que usted pudiera proferir a alguien entonces.

Se decía entonces: Soy hebreo, parte de la gran aventura de crear una nación hebrea nueva, la nueva cultura hebrea, el futuro Estado hebreo que debía surgir una vez que hubiéramos expulsado al régimen colonial británico de nuestra tierra.

ESTO ERA lo normal que haba que hacer. Casi todos mis amigos y conocidos lo hicieron en el momento que pudieron hacerlo legalmente.

Cuando el Estado se fundó, se convirtió en la política oficial. Usted no podía participar en el servicio diplomático ni obtener un alto cargo en el ejército si no tenía un nombre extranjero.

Y en verdad, ¿podría alguien imaginar a un embajador israelí en Alemania llamado “Berliner” (berlinés)? ¿O un embajador en Polonia llamado “Polansky” (polaco)? ¿O un primer ministro israelí llamado “Grün” (el primer nombre de Ben Gurión)? ¿O un jefe del Estado Mayor del Ejército llamado “Kitaigorodsky” (el antiguo nombre de Moshe Dayan? ¿O una estrella israelí internacional de fútbol llamado “Ochs”?

Ben Gurión fue un fanático en este asunto. Fue, quizá, el único tema en el que estuvimos de acuerdo.

EL CAMBIO de nombre simbolizaba una actitud ideológica básica. El sionismo estaba fundamentado en una negación total de la Diáspora Judía, su manera de vivir, sus tradiciones y expresiones.

El padre fundador del sionismo, Theodor Herzl, ahora oficialmente designado aquí como “el visionario del Estado", previó la desaparición total de la Diáspora. En su diario, él previó que después de la fundación del "Jewstate" (mal traducido como "Estado Judío"), todos los judíos que deseaban hacerlo podrían establecerse en Israel. Ellos (¡y sólo ellos!) serían llamados “judíos”. Todos los demás serían finalmente asimilados en sus países de acogida y dejarían de ser judíos. (Esta parte de las enseñanzas de Herzl está por completo y deliberadamente borrada en Israel. Esto no se enseña en las escuelas ni se menciona por los políticos.)

En sus diarios, que son de gran valor literario, Herzl no oculta su desprecio por los judíos de la diáspora. Algunos pasajes son positivamente antisemitas, un término que fue inventado en Alemania después del nacimiento de Herzl.

Como alumno en una escuela primaria en Palestina fui imbuido con esta actitud despectiva. Todo "exiliado" era despreciable: el shtetl (pequeño poblado) judío, la religión judía, los prejuicios y las supersticiones judías. Nos enteramos de que los judíos del "exilio" se dedicaban a "empresas aéreas" ‒parasitarias ofertas de la bolsa de valores que no producían nada concreto‒, que los judíos rehuían el trabajo físico, que su configuración social era una "pirámide inversa" que deberíamos derruir mediante la creación de una sociedad sana de campesinos y trabajadores.

En mi compañía en el Irgún clandestino, y más tarde en el ejército israelí, no había ni un solo combatiente que llevara la kipá, aunque algunos llevaban gorras de plato. Las personas religiosas eran objeto de lástima.

La doctrina predominante era que la religión sí había desempeñado un papel útil a lo largo de los siglos al mantener juntos a los judíos juntos y permitir la supervivencia del pueblo judío, pero ahora que el nacionalismo hebreo se había hecho cargo de esa función, la religión sobraba. La religión, se pensó, pronto se extinguiría.

Todo lo bueno y sano era hebreo: la comunidad hebrea, la agricultura hebrea, los kibbutzim hebreos, la "primera ciudad hebrea" (Tel Aviv), las organizaciones militares subterráneas en hebreo, el futuro Estado hebreo. Judías eran las cosas del "exilio", como la religión, la tradición y cosas inútiles como esas.

Sólo cuando se conoció el alcance total del Holocausto, cerca del final de la Segunda Guerra Mundial, esta actitud se convirtió en profundo remordimiento. Había un sentimiento de culpa, de no haber hecho lo suficiente por nuestros parientes perseguidos. El shtetl adquirió el resplandor de los recuerdos infantiles, la gente comenzó a añorar el hogar judío cálido, la existencia judía idílica.

Incluso entonces, Ben-Gurión se negó a aceptar la idea de que los judíos pudieran vivir fuera de Israel. Él se negó a tratar con los líderes sionistas que vivían en el extranjero. Sólo cuando el nuevo estado se encontró en una situación económica desesperada y necesitaba desesperadamente el dinero judío, por fin estuvo de acuerdo en ir a Estados Unidos y pedirle al liderazgo judío de allí que acudiera en ayuda de Israel.

DESDE ENTONCES, el judaísmo ha tenido un gran retorno. El pequeño grupo de judíos religiosos que se habían unido al sionismo desde el principio, ahora es un movimiento grande y poderoso "nacional-religioso", el núcleo de los colonos y la extrema derecha, un partido crucial en el gobierno actual.

La comunidad ortodoxa antisionista "Temerosos de Dios" (haredim) son una fuerza aún mayor. A pesar de que todos sus rabinos eminentes en aquel momento condenaron y maldijeron a Herzl y a sus seguidores, ahora ellos utilizan su poder para extorsionar inmensas sumas de dinero al Estado. Su objetivo principal es mantener un sistema escolar separado, religioso, en el que sus hijos no aprenden nada, excepto las escrituras. Evitan que sus jóvenes sean reclutados por el ejército, a fin de evitar que entren en contacto con la juventud ordinaria, especialmente las mujeres. Viven en un gueto.

Un reciente documental de televisión alarmista citó a demógrafos que pronostican que en treinta años, más o menos, los haredim constituirán la mayoría de los ciudadanos judíos en Israel, en virtud de su enorme tasa de natalidad. Esto convertiría a Israel en algo similar a la actual Arabia Saudita o Irán.

Incluso ahora, algunas ciudades y barrios en Israel que están dominadas por los ortodoxos están cerrados a cualquier tipo de tráfico los sábados. A las mujeres que usan mangas cortas ‒como visten todas las mujeres no ortodoxas en el caluroso verano israelí‒ las escupen y, a veces, las golpean. EL AL (la línea aérea israelí) no vuela en Shabbat, ni hay servicios de autobús o de tren en todo el país.

Con una mayoría ortodoxa en el estado, esto se convertiría en la regla general. No habría tráfico de ningún tipo los sábados; ni tiendas abiertas en las festividades religiosas; ni alimentos no kosher en las tiendas o en los restaurantes (hay muchos ahora); no habría leyes seculares, sin se eludirían las leyes que prohíben el matrimonio entre judíos y no judíos: un estricto código moral impuesto por la policía.

La población secular, ahora en mayoría, probablemente escaparía de un país hacia pastos judíos más verdes en Nueva York o Berlín.

Todo esto fue transmitido en la televisión israelí.

Un proyecto de ley que se debate en el Knéset anularía la actual doctrina de que Israel es un "Estado judío y democrático" y sería reemplazado por la doctrina de que Israel es "el Estado-nación del pueblo judío".

Esto se presenta como la realización del sionismo, pero es de hecho la negación misma del sionismo. El proceso ha girado 360 grados y llegó de vuelta a donde empezó. En lugar del gueto en el shtetl, todo Israel se convertiría en un gran gueto. En lugar de negar la Diáspora, toda la Diáspora se convertiría en una parte de Israel, sin tener voz en el asunto. El estado ya no pertenecería a sus ciudadanos (tanto el hebreo como el árabe), excepto los judíos en Los Ángeles y Moscú.

La idea en sí es, por supuesto, ridícula. Los judíos son, básicamente, una comunidad mundial étnico-religiosa que existe desde hace 2,500 años, sin necesidad de una patria. Incluso en la época del reino Hasmoneo, la mayoría de los judíos vivían fuera de Palestina. Su conexión abstracta con Eretz Israel es como la conexión de los musulmanes de Indonesia y Malí con La Meca: un lugar sagrado para ser mencionados en las oraciones y un objeto de peregrinación, pero no reclamado como posesión terrenal soberana. Hasta el surgimiento del nacionalismo europeo, los judíos no hicieron ningún esfuerzo durante todos estos siglos para establecerse allí. De hecho, estaba prohibido por la ley judía ir a la Tierra Santa en masa.

El nacionalismo israelí, por su parte, tiene sus raíces en una tierra física, ligada a la soberanía y la ciudadanía nacional, conceptos ajenos a la religión.

Los primeros sionistas se vieron obligados por las circunstancias a combinar los dos conceptos opuestos. No existía ninguna nación judía, Palestina pertenecía a otro pueblo. Por necesidad se inventó la fórmula de que para los judíos, a diferencia de otros pueblos, la nación y la religión son una y la misma. Para justificar su reclamo a un país, los ateos argumentaron ‒y todavía lo hacen‒ que Dios Todopoderoso les había prometido la tierra a los judíos mediante un acuerdo realizado hace unos 3,500 años.

El gobierno israelí exige ahora, como condición para hacer la paz, que los palestinos reconozcan oficialmente esta fórmula: "Israel es el Estado-nación del pueblo judío". Si se niegan, significa que ellos están decididos a aniquilarnos, como Hitler, y por lo tanto no vamos a hacer la paz con ellos.

Para mí, esto es absurdo. Quiero que los palestinos reconozcan al Estado de Israel, pura y simplemente (a cambio de nuestro reconocimiento del Estado de Palestina). No problema suyo cómo Israel se defina a sí mismo (ya que no nos corresponde a nosotros decidir cómo el Estado palestino se definirá a sí mismo.)

Nos corresponde a nosotros, y solo a nosotros, decidir si nuestro estado será judío o simplemente israelí.

Y AHÍ ES donde viene la cuestión de los nombres.

Últimamente, sólo muy pocas personas han estado adoptando nuevos apellidos hebreos. La mayoría conserva sus queridos nombres alemanes, rusos o árabes. Veo esto como una regresión: volver a caer en un gueto.

Cuando fui entrevistado esta semana en la red de radio militar (curiosamente, la más liberal en el país), mis jóvenes entrevistadores me atacaron por sostener esta opinión. Ellos ven el cambio semi-obligatorio de los nombres que se practicó en los primeros días de Israel como un acto de opresión, una violación de la intimidad, casi una violación.

La mayoría de los israelíes hoy en día se sienten satisfechos por retener los nombres de sus antepasados polacos, rusos, marroquíes e ​​iraquíes. No se dan cuenta que estos nombres simbolizan la re-judaización de Israel.