El bloque de oposición, integrado por  doce partidos sin más lazo de unión que su rechazo al gobierno, ha advertido que se opondrá férreamente al supuesto propósito del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) de valerse de su mayoría absoluta en el Senado para escoger a  personas complacientes para dirigir la Junta central Electoral y de la Cámara de Cuentas. El grupo ha reiterado así sus temores sobre una ulterior designación “unilateral” para dirigir esos importantes organismos del Estado.

Sea real o supuesta la intención del PLD, cabría preguntar de qué método se valdría la oposición para evitarlo, si por decisión voluntaria y apelando a esa imaginaria posibilidad, se ha retirado de las pláticas que culminarán con esa elección. Y, además, cuán efectiva pudiera ser esa táctica. No se necesita mucho ejercicio para llegar a la conclusión de que ese retiro facilita la intención que pudiera mover al oficialismo. Dilatar la selección de los directivos de ambos organismos no parece oportuno, dado el nivel de rispidez prevaleciente en las relaciones gobierno-oposición, y la ansiedad de una sociedad civil que  la entiende como una prioridad para salvaguardar la transparencia y despejar de dudas el próximo proceso electoral. En vista de ello, si intención que se le presume al PLD llegara a consumarse, la oposición no tendría una excusa válida para quejarse, cuando el efecto de la elección impacte el ambiente político.

La cuestión es sencilla. Si se le deja el campo abierto no hay manera de evitar que el PLD consiga lo que se le supone y con el tiempo, cuando baje el tono de la protesta, lo que quedará al descubierto será el amateurismo de una oposición incapaz de ver más allá de lo que está a la vista. Como no tiene un líder visible, ha faltado quien llame al Presidente  para decirle: “Resolvamos usted y yo esto de una vez por el país”, y olvidarse de esos recados con terceros que ya no funcionan.