El panorama geofísico, político y demográfico de la Isla, parece confundirse con la travesía humana de los pobladores y sus travesías colonialistas y etnopolíticas. Los espacios étnicos y el vivir insular de la Isla van constituyendo los registros que poco a poco hacen “respirar” la diferencia etnohistórica y los diversos signos de la cultura en la dinámica misma española y francesa.

El manoseado tema de esta oposición-relación admite un estudio que aún hoy ha generado enormes contradicciones historiológicas, no sólo por toda la “grasa” que hace ver el tema y las imágenes que de él surgen, sino también por las líneas de significación que produce y ha producido toda la discusión y la crítica histórica al respecto.

En la Historia del hambre, Pedro Mir retoma de nuevo el camino de la discutio histórica y a su vez el modus operandi de la memoria, el mapa y las determinaciones del conflicto provocado por las Devastaciones:

“El origen remoto de este proceso se encuentra, por supuesto en las Devastaciones de principios del siglo XVII. Cuando los franceses ocuparon las zonas despobladas, ya con la firme determinación de permanecer en ellas, comenzaron por copiar el modelo económico español, los “attes”, y se consagraron a la agricultura y crianza de ganado, que exigía poca población y muchas tierras. Pero ya al concluir el siglo había unos 35 ingenios en la parte norte que, al comenzar el siguiente, se habían convertido en un centenar y seguían multiplicándose”. (Ver, op. cit. p. 105)

La multiplicación hatera trajo consigo la crisis del “Hatte”, según Pedro Mir, pues el hato “…se fue extinguiendo paulatinamente y cediendo literalmente el terreno a la producción  azucarera, hasta que la Colonia se convirtió en una enorme plantación servida por centenares de miles de esclavos negros. De hecho, llegó a ser la colonia más rica del mundo y el antiguo Guarico de los españoles, primero Cabo Francés y después Cabo Haitiano o simplemente El Cabo, fue calificado como el “París de las Antillas”. (Ibídem.)

¿Qué denotan estos signos en la sintaxis cultural de la Isla y sus dos partes? El fenómeno analizado por Mir al respecto reclama una discusión que invita a leer con precaución los argumentos históricos de dicha formación colonial, en documentos que no siempre “documentan” todo, sino más bien una parte de la dispositio histórica de las formas políticas, económicas y psicológicas del sujeto insular.

Según Mir:

“Es natural que este proceso repercutiera profundamente en la parte española. No solo en el orden psicológico. La gravitación de la economía de plantaciones con la consiguiente necesidad de tierras para la expansión de los campos de caña de azúcar a expensas de la ganadería y la agricultura de consumo, creó una demanda insaciable de estos productos, carne principalmente. Sólo que estos productos se encontraban en la parte española, en momentos en que se definía la coordenada vertical que separaban físicamente a una colonia de la otra. Y ya se sabe, la política española se fundaba en la prohibición absoluta de llevar a cabo trato comercial alguno con los extranjeros”. (Ibídem.)

El argumentario historiológico y económico presentado por nuestro poeta, narrador e historiador se presenta como una travesía y una cartografía sociocultural orientada a la comprensión y visión de las diversas mentalidades que “decidieron” los rumbos de la parte española y la parte francesa de la Isla. Más bien, lo que describe Mir, en este sentido, no es solo aquella economía de plantaciones o economía hatera que comprendía la tierra, el ganado, la distribución y el producto en sentido general, sino la forma en que se afirmó la práctica hatera en sus líneas de cruce o entrecruce económico.   

“La vida, tan inflexible como los españoles, mostró que esto era imposible. Los españoles tenían tanta necesidad de obtener los productos franceses como estos lo de los españoles. Por aquellos días se calcula que en las praderas de la parte española pastaban más de 200 mil reses, prácticamente sin dueños, a la disposición de unas criaturas que andaban con los fundillos rotos, siempre añorando una hogaza de pan de Castilla y un buen vaso de vino de Málaga”. (Ver, pp. 105-106).

La “añoranza” forma parte no sólo de la “historia del hambre” en la Isla, sino también de la historia de las mentalidades que vivían en ambas partes de la Isla. Los hábitos y las formas de vida determinaron muchos procesos del vivir “dentro de la historia” y “fuera de la historia”; todo esto pide una actitud comparativa y una perspectiva crítica del trazado geográfico, económico y cultural.

La añoranza, recordar la comida, los modos de vida españoles y franceses creaban una “nostalgia” y un deseo de identidad:

“Sólo venía un barco de registro cada 3 años y su cargamento de mercancía española se disipaba en un instante. La solución que ofrecía la realidad insoslayable era el comercio clandestino con los franceses. Al  mismo tiempo que las autoridades se enfrascaban en disputas o en acciones bélicas en torno al litigio fronterizo, se llevaba a cabo el trasiego entusiasta de productos de una parte a la otra”. (Ibídem.)

En efecto, el trasiego y el intercambio económico crearon fórmulas que hicieron cambiar algunos modos de negociar y de ahí se produjo otra práctica económica. Era la vieja tradición de contrabandos. Según Pedro Mir:

“…la Isla tenía una vieja tradición de contrabando. Las Devastaciones destruyeron la industria y paralizaron el desarrollo de la Colonia en dirección capitalista, pero nunca eliminaron el contrabando. A lo sumo cambiaron el estilo y la ubicación de esa actividad. Pronto en la banda del sur sirvieron a este fin los fondeaderos y los ríos, principalmente el Río Higuamo y el Soco en el Este”. (Ibíd.)

El comercio basado en el contrabando estaba integrado por naves inglesas, danesas, holandesas y francesas, según destaca Pedro Mir. El negocio reclamaba un arduo y difícil trabajo y cada vez más se acentuaba el conflicto económico. El comercio se llevaba a cabo en la zona fronteriza, pero también en aquellos fondeadero s de los grandes ríos que tenía la Isla para entonces.

Según apunta nuestro historiador:

“Algunos funcionarios celosos, como López de Castro y Osorio en la época, se quejaron a la Corona desde 1701, cuando aun los intercambios no habían alcanzado su nivel característico, deplorando “el exceso con que los franceses que habitaban las colonias de esta Isla de las costas del norte y sur que tienen comercio abierto en las villas de Azua y Guaba y ciudades de Santiago y La Vega, conduciéndose mercaderes franceses a dichas poblaciones con ropas y otros géneros…” (Vid. p. 107).