Pues mire usted que a mí me parece excesivo… ¿De verdad es necesaria tanta propaganda electoral?
Un país literalmente empapelado, medios de comunicación copados, intoxicados; actos públicos por doquier, programas pagados, comentaristas mediatizados, electores comprados, opositores vendidos, una “quinta columna” en cada partido. En fin un despliegue de medios desmedido, en recursos económicos y humanos.
Empecemos por el principio. ¿Cuál es el objetivo? Bueno, estamos en año de elecciones y cada candidato hace su oferta electoral. Muy bien. Pues utilicen toda su capacidad persuasiva para convencernos de lo bien que lo van a hacer. Vuelvan a prometernos lo mismo de siempre, no importa, que como somos un pueblo que necesita confiar, les vamos a creer a poco que sean hábiles en sus argumentaciones, y después de escucharlos a todos hasta la saciedad, votaremos a quien nos parezca menos malo. Pero no, es que, en este negocio de la política hay muchos intereses en juego: los presupuestos, los salarios vitalicios, las informaciones privilegiadas, las dietas, los gastos de representación, y un largo y tentador etcétera…
Pero nuestros representantes tampoco han de preocuparse demasiado, porque el gobierno ya les asigna una sustanciosa cantidad a cuenta, para que nos inunden con sus imágenes sonrientes.
La eficacia en la mayoría de nuestros políticos radica en que son expertos en exoneraciones, bachilleres en tráfico de influencias, príncipes del dolo, peritos en comisiones, reyes del cohecho, cófrades de la conveniencia y paladines de la intriga.
Entonces para hacer las cosas bien contratan sociólogos extranjeros y a asesores de imagen reconocidos para convencernos todavía mejor; de manera que a la postre, gane los comicios quien más convenza, que será seguramente, quien haya conseguido mayores medios económicos.
Así nos va… como nos va. Responsables de tales excesos somos todos por consentirlo, incluyendo la mayoría de los medios de comunicación que conceden tanta importancia a las “vedettes” políticas y secundan sus intenciones, con el agravante, de que, en muchos casos lo hacen gratuitamente. ¿Realmente son noticias relevantes las andanzas de nuestros candidatos? Al final terminamos siguiendo su estela con fijación morbosa como el Reality Show en el que se ha convertido su devenir.
Pero a mi humilde entender alguien debería poner coto a tales excesos y desmanes, porque tal vez nos daría igual a todos, bueno a casi todos, que se redujera el tiempo de carnaval electoral y las cantidades asignadas al efecto. Quizás así dejáramos de incentivar su codicia. Y puede que parte de esas asignaciones se invirtieran en sanidad, en cultura o en educación, que falta nos hace.
Pero dejemos la ciencia ficción, que aquí tenemos lo que tenemos. Nos comeremos esta contienda de imágenes de papel; digeriremos sus intenciones, y luego, tras los comicios sufriremos la resaca. Para entonces habrá que ver quién nos limpia esta isla empapelada.