“Hay terremotos de tierra y hay terremotos del alma” (Eugenio María de Hostos)

No es Grecia, es Puerto Rico, la “Isla del Encanto”.

Su deuda externa sobrepasa los 70 billones de dólares, más del 100% de su Producto Interno Bruto (PIB) y Obama dice que “de aquello nada”, que no hay tu tía.

No es desde Haití, el país caribeño desde donde emigran más personas por año en busca de mejores condiciones de vida. Tampoco es Dominicana; es Borinquen.

Más de 50,000 personas se van cada año de Puerto Rico, cuyo índice de desempleo roza el 15%, mientras que en el resto de la Unión es de 5.3%.

Es algo increíble, dada su condición de “territorio” estadounidense hacia el cual se enfilan las yolas llenas de desesperados dominicanos que terminan “extraviándose” en la Fosa de Milwaukee, si es que no se los comen los tiburones. Y hay muchos tipos de tiburones y de tiburoncitos que se lucran de esta tragedia.

En la “Isla del Desencanto” apenas quedan tres millones y medio de habitantes, mucho menos de los que viven fuera de la isla. En total hay más de cinco millones residiendo en los EEUU (una quinta parte de ellos reside en el estado de la Florida, sobre todo en el área de Orlando), irónicamente la tierra de la fantasía del Disneyworld (la Disneylandia original se encuentra en Los Ángeles).

Tradicionalmente, Puerto Rico ha dependido de la manufactura barata, específicamente de la manufactura farmacéutica y de la manufactura de valor añadido, con zonas francas exentas de impuestos. A eso se añade el turismo, concentrado en el mercado de los Estados Unidos. Sin embargo, la economía de la isla se durmió en sus laureles y, al golpear la última crisis financiera, combinada con el dominio asiático de la mano de obra súper-barata, las grandes corporaciones se fueron de la isla.

La “NAFTA” (North American Free Trade Agreement) y luego el “DR-CAFTA”, el “Tratado de Libre comercio entre la República Dominicana, los Estados Unidos y los Países Centroamericanos”, con sus 30,000 millones de dólares, complicaron las cosas para Borinquen, porque desviaron esos millones de dólares de la isla.

De hecho, en el 2005 el Congreso puso fin al crédito que había sido diseñado para atraer industrias hacia la isla. 

En otras palabras, que la globalización y el Neoliberalismo lo que han hecho es hundir aún más a la “Isla del Desencanto”, pues, desde el punto de vista financiero, Puerto Rico está al borde de la bancarrota, tal como estuvo la ciudad de Detroit en el 2008. La diferencia es que Detroit, tradicionalmente una ciudad industrial (la Ford y la General Motors), se encuentra en el estado de Michigan, uno de los 51 estados de la Unión y Puerto Rico continúa siendo una nebulosa, una especie de “ni chicha ni limoná”. Un “Estado Libre Asociado” (ELA), que ni es “libre” ni es “asociado” en el sentido estricto de la palabra. Es casi como si estuviera situado en otra galaxia.

Detroit pudo ponerse bajo la égida de la Ley de Bancarrotas, activando los fondos federales de rescate. En cambio, Puerto Rico, al no ser un estado, no puede refugiarse bajo ese acápite y ha estado dependiendo de préstamos bancarios comerciales e individuales provenientes de Wall Street, para mantener su economía a flote, desde la década de los 60 cuando el gobernador era Roberto Sánchez Villela, el “gobernador accidental”. Originalmente del Partido Popular, fundó después su propio partido y se declaró independiente, siendo elegido dos veces.

Uno de los errores tácticos del gobierno insular fue el de subir los impuestos y el de recortar los gastos públicos, al mismo tiempo que emitía bonos gubernamentales ($60 billones entre 2006-2013), tal como había hecho la ciudad de Detroit antes de caer en bancarrota, ahuyentando así a los inversionistas (elnuevodía.com).

Un billón y medio de estos bonos fue para pagar los honorarios de los banqueros de Wall Street y sus bufetes de abogados.

El gobierno central de Washington, más interesado en garantizarles las ganancias a los banqueros que en proveer asistencia a sus territorios “libres asociados”, se abstuvo de intervenir en la debacle.

En estos precisos momentos Puerto Rico se encuentra entre “Lucas y Juan Mejía” o entre “Pinto y Valdemoro”, la versión castellana del proverbio. El gobierno de la isla está inmerso en una crujía sin precedentes, casi imposibilitado de incrementar su mercado turístico, sobre todo ahora que tiene que competir con Altos de Chavón, Bávaro, Punta Cana, la Habana y Varadero, contra todos y al mismo tiempo.

Uno de los posibles recursos que le quedan podría ser apelando a los “fondos de inversiones de emergencia” (a la Franklin Templeton Foundation o a la Oppenheimer Fund) pero entonces se exponen a la especulación financiera de los “Vulture Funds”, los llamados “Fondos Buitres”, que han hecho estragos en países del tercer mundo, como Zambia y Liberia, intentando hacer lo mismo en Argentina.

“Compran” la deuda de esos países y terminan adueñándose de sus recursos naturales.

Un estudio detallado de la situación indica que la “Isla del Desencanto” está en una recesión económica crónica, por no llamarla a las claras “default” o una franca “depresión” sin precedentes, nunca vista en su historia. Y que no será hasta el año 2020 cuando Puerto Rico empezará a experimentar una exigua recuperación del 1.8% anual en su Producto Interno Bruto (PIB).

La restructuración de la deuda de Puerto Rico tiene que empezar cuanto antes, con un meticuloso plan de ajuste fiscal y económico a largo plazo. Los acreedores no tendrán más remedio que adaptarse a esta situación sin exigir más recortes a los ciudadanos. Hay que lidiar con cada uno de ellos de manera individual, independiente y escalonada.