Durante el acto de lanzamiento de su precandidatura presidencial para las elecciones de 2020, el pasado 26 de agosto de 2018 en el Palacio de los Deportes, el Dr. Leonel Fernández Reyna, presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y ex gobernante, sorprendió a muchos con una insólita afirmación en torno al tema migratorio y el racismo en la República Dominicana:
“…Debo decir que hay una situación de injusticia con respecto a nuestro país. Se nos tilda de racistas, que somos xenófobos, que aquí se practica la apatridia; personas que nacen en nuestro territorio y no les reconocemos la nacionalidad dominicana. Y todo eso es falso. El pueblo dominicano, hasta por razones biológicas, no puede ser racista, porque el pueblo dominicano es el pueblo más mulato del mundo. Y ser mulato significa una combinación de negro y blanco (…)
Pero la idea de que somos un país apátrida: no. Cada país define su política de migración y cada país define su política de nacionalidad. Las políticas de migración son una expresión de la soberanía de cada país. La política de nacionalidad es una expresión de soberanía de cada país… Y para nosotros todo es muy simple: la República Dominicana es para los dominicanos y no admitimos ninguna injerencia extranjera que nos diga quién es dominicano y quién no puede serlo”
Las opiniones del Dr. Fernández, dada su condición de ex presidente de la República y cabeza de una organización política en el poder, tienen graves implicaciones, y representan una dramática involución intelectual, ética y política.
Intelectual porque muestra en él una comprensión reducida y distorsionada de la distinción de conceptos básicos de las ciencias sociales y el Derecho. Confunde los conceptos de política migratoria con otros de nacionalidad y ciudadanía, y desconoce los matices jurídicos y políticos del concepto de apatridia. En un giro conceptual hacia dimensión no conocida en su trayectoria, el Dr. Fernández parece echar por la borda los conceptos, teorías y argumentos que desplegó en su dilatada carrera jurídica, en la producción de sus textos, y a los que accede en la más grande y surtida biblioteca del país, que se encuentra a la distancia de una puerta de su despacho como presidente de FUNGLODE.
¿Qué pasó para que el Dr. Fernández transmutara y, con las expresiones como las resaltadas, abandone su fama de promotor, “guardián” y “centinela” de la Constitución del 2010 para cobijarse en el mismo techo de quienes prohíjan la Sentencia 168/2013 del Tribunal Constitucional, que ha sido considerada tanto aquí como por connotados juristas y expertos internacionales como una aberración jurídica que nunca debió producirse? ¿Olvidó el Dr. Fernández que esa triste sentencia fue articulada, producida y gestionada por quienes se opusieron a los consensos logrados para que su proyecto de Constitución de 2010 pudiera materializarse, y que han obstaculizado históricamente la solución al tema de la nacionalidad dominicana en un marco que respete la doctrina, los derechos y normas internacionales que dieron origen al Estado Social y Democrático de Derecho?
En el campo de la ética, las expresiones del Dr. Fernández dan pie a la creencia de que ahora se ha convertido en un abanderado de las posiciones que siempre han sido levantadas por las tiranías y gobiernos autoritarios: que los Derechos Humanos, las Convenciones internacionales y la Constitución pueden quedar suspendidas tras la línea de fuego de la “no injerencia” y la “soberanía”, malentendida como autarquía jurídica de un Estado sin legalidad a la que atenerse. Atrás parece quedar el Leonel Fernández que se hizo conocer en América y el mundo como promotor de la paz, la democracia, la integración, los Derechos Humanos y los pactos globales.
También parece difuminarse el Leonel Fernández que se mostró enfático en estimular a los dominicanos migrantes a incorporarse en la política en los países donde residen (sin condicionante alguna), y el que se ha mostrado orgulloso de que ya existan más dominicanos nacidos en EE.UU. que dominicanos que hayan emigrado. A ellos los aquilata como gran promesa de desarrollo para nuestro país, aunque a los dominicanos hijos de migrantes, que nacieron y viven en Quisqueya, ahora los trate simplemente como extranjeros sin derecho a la nacionalidad y ni siquiera a protestar por su situación.
Y en el campo propiamente de la política, su discurso ha involucionado ya que parece haber aceptado que su paradigma de Estado Social y Democrático de Derecho podría ser reemplazado por principios del Estado organicista y nacionalista, heredados de la doctrina de Trujillo y Balaguer. Es decir un orden donde los derechos y la protección de las personas por parte del Estado no son el fin, sino al revés, las personas son piezas subordinadas a la realización plena del Estado y “la nación”, cuya “verdadera esencia” se revela en manos de un grupo elegido. Bajo esa lógica, en esencia totalitaria, se han justificado (y negado) matanzas (1937-1938), trabajo forzoso (1938-1961), deportaciones masivas (1991), imposición de la apatridia y menoscabo de los derechos de nacionalidad y ciudadanía a decenas de miles de dominicanos hijos de inmigrantes (1999-2018).
Es que, aunque el Dr. Fernández lo haya olvidado o lo niegue, fruto de esa doctrina del Estado, se han violado derechos y obligaciones jurídicas en nombre de la “soberanía” o la “nación”, y la inmigración siempre ha sido tratada como tema de seguridad y soberanía, y el migrante (particularmente el haitiano) como amenaza y peligro que hay que neutralizar. Los pésimos resultados de esta doctrina en términos institucionales y migratorios sólo han sido directamente proporcionales a lo exacerbado de la retórica, y a lo violento e irracional de las acciones desde poder.
¿Es todo esto algo incomprensible o fruto de una deriva personal? En 1996 Balaguer lo dictaminó como su elegido, en un discurso abiertamente racista -aunque Fernández hoy niegue el racismo- que trató a José Francisco Peña Gómez como un peligro para nuestra nacionalidad, sólo por su color de piel y su supuesto origen genético. Aunque no se afilió a ese discurso ni seguidor de Balaguer, aquel aún joven Fernández aceptó y aprovechó ese apoyo como “un paso táctico” y obtuvo la presidencia. 12 años más tarde, en su campaña reeleccionista de 2008, se declararía “heredero del balaguerismo histórico” y también “boschista-vinchista”, aludiendo al partido de Marino Vinicio -Vincho- Castillo, connotado colaborador de Trujillo y Balaguer. Ya vemos a donde ha llegado en 2018.
Leonel Fernández parece cada vez más dispuesto a todo con tal de sumar adeptos en su disputa por el poder y el control del PLD, ahora contra el poderoso presidente Danilo Medina. Su deriva electoralista y demagógica pueden arrastrarlo al peor de los mundos y, con él, también llevar al infierno a la política y la sociedad dominicana. Debería recordar a Juan Bosch -fundador del PLD y quien Fernández declara como su mentor-: “El poder es una fuerza creadora si se usa en favor del pueblo, es una fuerza destructora y nefasta si se usa contra el pueblo”; “No deseamos el poder para gobernar con amigos contra enemigos, sino para gobernar con dominicanos para el bien de los dominicanos.”