Las elecciones dominicanas son el escenario más idóneo para demostrar la invisibilidad del contribuyente. El contribuyente es quien paga los impuestos, el contribuyente es el plural invisible de una sociedad saqueada. No hay como la imagen del contribuyente para definir “el largo exilio de la razón” en que vivimos sumido. Lo han esfumado algo más de ciento cincuenta años de autoritarismo, pero es él quien sostiene a todos. Es en el contribuyente que se han cebado todos los tiranosque nos han gobernado, y es de él que han brotado sus riquezas insólitas. El chivato torvo y alerta para el crimen de Ulises Hereaux lo pagaba el contribuyente. Trujillo le besaba la mano, obsequioso, a Horacio Vásquez, pero un pelotón de intelectuales, pagados con dinero de los contribuyentes, limaba las asperezas de la imagen dura del militar traidor que impondría el absolutismo. Si Balaguer se quería colar, furtivo, en la cama y la gloria del Almirante de la Mar Océana, construía un Faro a Colón que es la estafa hiriente más absurda que se haya hecho al contribuyente.
La historia de este país es una conga encojonada, un barroco delirante que todo lo confunde, porque Dios y Lilís, Trujillo-el Jefe- y Balaguer, Dios e Hipólito, Leonel y Dios, Danilo y Dios, son la misma vaina; casi siempre a despecho de la cordura, prendidos al gesto decisivo de construir el mito. Y nos desbancan, nos dejan sin aliento, para perseguir sus sueños de dominio. Es el contribuyente el que alimenta el monstruo, porque ése es el prototipo inmóvil de nuestra existencia, en cuyo seno todos los límites son posibles.Mirémoslo en la historia contemporánea. Cuando Leonel Fernández se quería arropar con el Destino, ahí estaba el contribuyente. Hipólito pensaba que el tiempo de su mandato no era suficiente, ahí estaba el contribuyente. Danilo Medina se sueña como un dictadorcito de media-suela, ahí está el contribuyente. A ese fin hemos sacrificado todos los discursos del alba.
Todo a costa del contribuyente. Como si el Estado les perteneciera, como si los fondos públicos fueran un patrimonio propio
Las barbaridades del poder la pagan los contribuyentes. El tigueraje intelectual comido por el silencio. Los tránsfugas de toda laya. Los partidos-ventorrillos con militancia portátil, los artistas con pensiones que reciben “grasa” en cada torneo electoral, los tígueres bimbines que apagan con la lengua el cabo del cigarrillo, el bastón de Euclides, los moños postizos de Fefita la grande, las togas claveteadas por la podredumbre de los “magistrados” de las “altas cortes”, el barrigón del “poeta-diplomático” que tiene sede en el Conde, el tupé de Sergio Vargas, las setenta yipetas pintadas con la imagen de Danilo Medina, el montón de marrulleros con sueldos, los sombreros de Margarita, el ceño fruncido del rostro del gobernador del Banco central, las “ingeniosidades” de Temístocles Montás, el carapacho del “ejemplar” Reynaldo Pared, el yate y el avión de Díaz Rúa, el cosmético que le convierte en rosada la tez de Amable Aristy Castro, el “diplomático” de la OEA que escribe sin firmarlo comunicados amenazantes, y le brota la vena familiar del lambonismo trujillista; todo lo pagamos los contribuyentes, incluyendo las guirnaldas entretejidas en las puertas barrocas de las casas de campo de algún funcionario.
Nadie lo nombra, nadie lo invoca. Ayer mismo, Reinaldo Paredanunciaba la solución de los problemas de la convención del PLD diciendo quién iba como candidato en La Vega. Y al perdedor lo designaba como compensación “en un puesto del gobierno”. Todo a costa del contribuyente. Como si el Estado les perteneciera, como si los fondos públicos fueran un patrimonio propio. Los poderes fácticos de esta nación tienen un defecto de fábrica, y es el hecho de que nunca han sido clase social para sí. Los políticos dominicanos han logrado invisibilizar al contribuyente, lo han esfumado.
Yo comprendo la inutilidad del gesto, pero si en este país de mortajas ardientes hace falta algo, es que el pueblo asuma la consciencia del contribuyente y le pidan cuentas airadas al clientelismo y a la corrupción. Danilo Medina está demostrando ahora mismo que el Estado es él. Se gasta más de diez millones diarios en promoción, y se burla de cualquier amago de institucionalización que se haya logrado desde el año 1961 hasta nuestros días. Los contribuyentes dominicanos enseñan sus harapos sin rubor. Sería bueno algún día que escucharan su trueno.