Cuando me pongo a escribir quisiera hacerlo de manera refrescante. Al revisar mis archivos he visto que he hablado de la COVID-19 unas cuantas veces.

Todos los periódicos que abrimos, sus noticias  giran en torno a esta pandemia. Comenzando por las figuras que aparecen en su página principal, léase el Ministro de Salud Pública, que al verlo se me parece al abuelo de la familia Monster y al Ministro de la Presidencia que lo relaciono con Barnabás Colins, solo les falta a ambos la capa negra. Fúnebres  y misteriosos.

Pues bien, si he querido hablar hoy de este tema tan espeluznante es porque el sábado pasado, justo hace una semana, ocurrió un hecho que me indignó, me partió el alma e hirió mi corazón.

San Miguel es un poblado de la Zona Colonial. Así lo describí en uno de mis artículos. Es la patria chica de Mario Emilio Pérez quien se jacta de ser un “miguelete”.

En los pueblos todo el mundo se conoce. Conoce sus borrachos, los que recogen basura para que le den dinero, los que piden por pedir, los que si huelen que se está haciendo una paella creen que es arenque y buscan un plato para que le den. Hasta los de los barrios vecinos como es el caso de Martín Calembo, un gran personaje, que siempre pasa por mi casa y me dice: “ doña, deme cinco pesos” y que me hace recordar a Cuquín Victoria que siempre mencionaba en uno de sus personajes al padre de éste, “Calembo”, quien arreglaba bicicletas, en San Antón.

Pensaba contar este hecho si Robert se contagiaba, pero a sugerencia de una amiga lo escribo ahora, antes de que se enferme.

Si recordamos algo que ocurrió con un señor y que produjo todo tipo de repudio del país, porque con una fundita de arroz, buscando para cocinar ya que tenía hambre, lo despegaron de la reja de una casa en donde iban a echarle en la misma funda un poco de aceite. No respetaron el ruego del vecindario para tener un poco de clemencia.

En San Miguel, pasados unos cuantos minutos de las cinco de la tarde, pasó la arrogante policía, una camioneta delante, un jeep detrás y en la caravana, dos carritos con dos policiítas, escuchando su música e indiferentes a lo que ocurría a su alrededor.

Robert es un joven del barrio, es un enfermo, estaba a pasos de su casa, venía borracho, su estado era tan crítico que no le permitía avivar el paso para llegar y entrar. Yo estaba hablando por teléfono con una amiga, el reperpero era tan grande que abrí mi puerta a ver qué pasaba. Vi un barrio plenamente gritando que no se lo llevaran, yo me uní a la protesta. No salí porque mis rejas tenían candados, además estaba en pijama, esto no me hubiera importado, pero en lo que abría los candados, ya era tarde. Creo que el irrespeto a todo un barrio fue tan grande que me ha hecho cuestionar hasta dónde llega la intolerancia de la policía. Un borracho es un enfermo y más, un barrio en pleno no iba a lanzar una voz de protesta si no conoce la condición de una persona.

Estoy de acuerdo de que la gente no ande e irrespete las órdenes, pero nadie toma un riesgo de defender a alguien que no sea digno de piedad, por su condición.

Creo que la “gloriosa policía nacional”  debía revisarse, porque esa prepotencia de tener un gorro, un palo y un revólver terciao, le hacen sentir dueños del mundo. Son tan insignificantes, TODOS, que piensan que mientras más muestren el pechito y sus atuendos complementarios, son más hombres.

Lo raro y extraño es que andan vigilando al que quebrante el toque de queda, pero no vigilan a los delincuentes que andan robando de noche en las casas y negocios. Conozco la hija de una amiga que se entraron en su casa y le robaron dos laptops, que era el instrumento de trabajo de ella, su esposo y los hijos, además tres celulares.

Otro caso es el de un negocio en Villa Consuelo en que rompieron una pared y desvalijaron todo. ¿Dónde estaba la policía? “Cumpliendo con su deber” pero deben de saber que aún en los deberes y reglas debe primar la parte humana. Estos dos casos no los supe ni por las redes sociales, pues no tengo, ni por “radio bemba” que está cerrada. Los conocí porque afectaron a dos personas muy cercanas.

Cuando vi a Robert en medio de otros dos que ya habían sido recogidos, solo pensé en un contagio y roguémosle a Dios que en el hacinamiento en que los confinan, no haya habido enfermos de coronavirus, porque si se contagió ahí, difícilmente podremos contar los contagiados, porque él cuando está sobrio es motoconchista. 

Para los que no conocen la ciudad intramuros, ésta comienza en la Palo Hincado con los poblados, primero “El Polvorín”, luego “San Lázaro”, “San Miguel”, “San Antón” y por último “Santa Bárbara”, que hace frontera con el  muelle de Santo Domingo. Al Sur se encuentra lo que todos llaman “La Zona”. Los límites son al Norte la Avenida Mella y al Sur, el paseo  Presidente Billini.