A propósito de las declaraciones de la vicepresidenta de la República sobre la lamentable muerte de niños en el Hospital Reid Cabral, que le han generado muchas críticas en las redes, escribí en mi cuenta de twitter que la discreción y el bajo perfil deberían ser características propias de ese cargo. Especialmente por el hecho de que deben haber sido muy pocos los vicepresidentes en sistemas como el nuestro que no alimentaran en alguna ocasión la esperanza de un llamado del Señor, intención que no se le puede atribuir por supuesto a la vicepresidenta por cuanto ella tiene la edad, bagaje y popularidad suficientes para esperar tranquilamente por su turno.
En nuestra región, tal vez el caso más emblemático ha sido el de Juan Vicente Gómez, en Venezuela, quien casi le llora en el puerto de La Guaira al presidente Cipriano Castro para que su “compadrito” no le dejara sólo con esa responsabilidad, a pesar de lo cual apenas la nave zarpara con su superior a bordo en viaje de salud a Europa, se adueñara del poder por 30 años, lo mismo que aquí Trujillo.
John Adams, el respetable e históricamente subestimado primer vicepresidente y segundo presidente de Estados Unidos, solía quejarse por experiencia propia que la vicepresidencia, que el ejerció durante los ocho años de George Washington, era el más insulso y aburrido de los cargos. Naturalmente no puede decirse lo mismo en este país, porque desde el segundo regreso de Balaguer, en 1986, en adición a sus responsabilidades protocolares de representar al mandatario y asistir a cuantos cocteles inviten, los segundos en el mando han desempeñado otras funciones, con la idea probable de ocuparle el tiempo para evitarle malos o pecaminosos pensamientos. Tan entretenido han quedado que ninguno de ellos ha podido realizar su sueño de alcanzar el puesto de más arriba, sequía esta que sólo Dios sabe cuándo podría terminar, si la impaciencia no interfiere.