“Las encuestas son como las morcillas: muy sabrosas hasta que uno sabe cómo las hacen“- Álvaro Gómez Hurtado.

En ninguna otra coyuntura política habíamos tenido tantas encuestas de percepción política tan sospechosamente distanciadas en sus resultados unas de otras. Algunas de las que están muy activas hoy son conocidas por los fracasos de sus predicciones en experiencias electorales pasadas; otras,  a todas luces, manipulan los resultados a petición del pujador político que mejor retribución pecuniaria ofrezca. 

En el caso de las primarias de octubre, las diferencias de los “pronósticos” de las empresas encuestadoras privadas, con semanas o días de diferencia, resultan sencillamente ofensivas. El pueblo ha llamado a este fenómeno “la guerra de las encuestas”.

Esta guerra es una evidencia más de que en este país nada permanece en su estado de pureza original y de que todo es alcanzado al final de cuentas por la fuerza, al parecer imbatible, del dinero. Si algo tienen de bueno estos ejercicios es la reiteración tozuda de los problemas cruciales del presente que, dicho sea de paso, no revisten interés alguno, como objeto de manipulación aviesa, para las firmas encuestadoras.

Es una pena que las firmas encuestadoras privadas hayan llegado a tal punto de degradación de la calidad de su trabajo. Hacemos esta afirmación porque en realidad las encuestas que son elaboradas desde el principio hasta el fin con la debida rigurosidad metodológica-estadística, constituyen un instrumento de enorme importancia para conocer determinadas tendencias de la funcionalidad social, económica y política de cualquier nación. Por ello, con mucha razón, cuando son rigurosas y exigentes en su construcción, algunos autores las califican de “ventana a la sociedad”.

No obstante, por más bien hechas que estén, las encuestas siempre adolecen de errores que terminan contaminando la información recolectada. Ellas solo permiten divisar una fracción o fragmento invariable de toda la dinámica del conjunto social, por lo demás compleja e inmensamente rica en contenidos. En las encuestas realmente todo puede ser preguntado, pero no todo puede ser respondido.

Los expertos en el tema nos dicen que nunca podrían ser eliminados los sesgos y errores de la información obtenida a través de cuestionarios. En adición, como opción técnica, las encuestas resumen ideas muy esquemáticas, llevando a un reduccionismo o simplificación de la realidad que la distorsiona a grandes rasgos. Imagínense, hasta los mismos paradigmas científicos presentan serias limitaciones a la hora del conocimiento de la realidad social.

Con todo y sus limitaciones, si se observaran de manera estricta los llamados criterios de calidad en cada una de las fases previstas, las encuestas podrían ser-y lo han sido- de gran utilidad para enrutar políticas, enmendar estrategias y corregir o afinar la puntería de las consignas partidarias.

Las encuestas objetivas e imparciales – dentro del universo que tenemos la Gallup es un buen ejemplo – deben garantizar un buen diseño muestral, la calidad del trabajo del encuestador, de las respuestas y, finalmente, de la recodificación, depuración y consistencia e interpretación de la información obtenida.

Salvo contadas excepciones, en nuestro país las encuestas privadas son como los mismos políticos tradicionales, todo el mundo los escucha, pero nadie les cree.

En este país, donde evidentemente todo se puede, los partidos se muestran invariablemente inclinados a comprar-literalmente- las encuestas privadas. Facilita las cosas el hecho de que estas encuestas hacen su “trabajo” al margen de todo escrutinio público o de autoridad competente. Lamentablemente, los casos de adulteraciones o de informes manoseados por el interés partidario, nunca se conocen. Lo mismo sucede con ciertas “filtraciones” de resultados. Al final, ¿debemos resignarnos con la muy mala calidad de ciertas firmas encuestadoras?

En República Dominicana, hemos llegado a los extremos. Subimos la puntuación a ciertos candidatos rezagados y rebajamos gradualmente la puntuación a los aspirantes punteros. La confusión es grande porque todas las semanas aparecen resultados vergonzosamente contrapuestos. De aquí que las encuestas más confiables sean las que hacen los propios partidos para su exclusivo uso interno. Las conclusiones de su auscultación perceptiva no se conocen más que por la militancia que tiene ciertas influencias decisorias.

En mi caso particular, mi voto lo deciden las propuestas sinceras y objetivas, no los sospechosos porcentajes de las encuestas. Lamentamentablemente, reconozco que soy parte de una minoría moribunda. En efecto, las variables que deciden el voto por propuestas tienen un peso cada vez más insignificante en esta sociedad, en franca quiebra moral y de autoridad.