“Si una personalidad no se orienta a valores más elevados que su propio ser, inevitablemente tomarán el mando la corrupción y la decadencia”. Nikolai Lossky

Para una gran mayoría de políticos de la República Dominicana, la moral y la ética están mandadas a guardar. Ya es muy poca la consideración de carácter moral y ética que toman en cuenta los políticos, para los cuales lo que importa es ganar elecciones y mantenerse en el poder.

Ya no es raro encontrar políticos y asesores en la materia, que les importa un bledo  desprestigiar a los contrincantes ante la opinión pública, manipulando de manera burda las noticias radiales y televisivas que de aquellos se divulgan.

La doble moral ondea por sus fueros y los estrategas políticos hacen galas de su “pragmatismo” sin ningún rubor; pues, en ellos prima la ambición desmedida, la codicia, el orgullo, y las ansias de poder. Son, en gran mayoría la casta de políticos que nos ha tocado conocer, son los que entienden que en la política todo se puede, que la mentira  flagrante, el delito , la depravación, el desenfreno, la impudicia y la corrupción son instrumentos idóneos para mantenerse en el poder; justificando en lo ideológico toda aquella inmundicia y obscenidad política.

En nuestras sociedades actuales, gran parte de los políticos enquistados en el poder, recurren a los gastos que sean necesarios (del erario público) con tal de mantener por lo alto su popularidad, pues de esta se valdrán para  enmascarar el dolo y la corrupción, mediante las que, conjuntamente con sus acólitos, se enriquecen grandemente.Tal es el caso del ex presidente de Brasil Luis Ignacio Lula Da Silva, condenado a 12 años de prisión por recibir pagos de Odebrech, compañía constructora con la que mantenía estrechos lazos. Los casos abundan, de manera marcada en los últimos años, en los que la mencionada compañía logró comprar la conciencia de algunos altos funcionarios de Gobierno de distintos países y todavía se investigan algunos otros.

Así van cayendo ex presidentes y ex altos funcionarios; sin embargo, en la República Dominicana no avanzan las investigaciones ni la labor de la justicia, aún existiendo evidencias de sobornos de mayor dimensión que en aquellos países.

En este país, la corrupción política viene siendo aceptada de manera abierta, la población sigue estos ejemplos y a la vez se inmoraliza, apegándose a la falta de la verdad dejando de lado las célebres palabras de Aristóteles: “El sentido moral es de gran importancia, cuando desaparece de una Nación, toda estructura social va hacia el derrumbe”.

Lo que predomina hoy día son las referencias de Maquiavelo en El Príncipe, de una política ajustada a otros modos y otras estrategias de comunicación y persuasión; en otras palabras: “campaña sucia”, donde se impone el fin sobre los medios y donde todo se vale, la mentira, la difamación, la injuria. Por ello, la aprensión de la población de la República Dominicana sobre los políticos, porque además existe una altísima percepción de que la mayoría de los políticos están involucrados con la corrupción; de igual forma, los ciudadanos muestran gran desconfianza en los tribunales de justicia.

Cada vez se cree menos en los políticos, en su gran mayoría están desacreditados, desprestigiados, pues la gente ha visto tanto  que dicen una cosa y hacen otra, que ya no se sorprende; está cansada de sufrir frustraciones y desengaños, de tal manera que una gran parte de la población, necesitada de lo más ínfimo para la subsistencia, le hacen juego (a cambio de unos pocos pesos) al activismo político  de estos seudo- líderes demagogos que hasta juran ante Dios que dedicarán todos sus esfuerzos a mejorar la calidad de vida de la población, que erradicarán la pobreza y cumplirán sus promesas; todo ello sin ninguna intención de cumplirlas.

Lo más peligroso de toda esta situación, estriba en que nos encaminamos a la entronización sin regreso de la inmoralidad política como una cultura, donde la corrupción y la falta de ética es lo normal, lógico, habitual. El peligro que corre nuestra sociedad es tal, que ella misma se va haciendo cómplice, por lo que la inmoralidad ya no sólo sería política sino que también social, porque la consentimos, la  dispensamos y la dejamos pasar.

Aún es posible poner un alto a esta carrera desbocada, todavía es posible que como sociedad, acudamos a dar el valor que tienen el honor, la dignidad y la palabra empeñada; los sectores sociales y fuerzas vivas de la Nación deben dar los pasos necesarios para enfrentar el flagelo de la inmoralidad, pues, todavía hay esperanza en que el Pueblo pueda reaccionar en pos de que nos demos autoridades honestas, veraces y prudentes; que no estén convencidos de que están por encima del bien común.