Mucho se ha escrito sobre el tema de Punta Catalina.  En este artículo el enfoque es moral, no técnico, relacionado con la existencia misma y los factores detrás de su construcción.

Para Aristóteles, uno de los padres de la filosofía occidental, la virtud moral es el resultado de elegir y ejecutar el bien honesto.  Para Platón, su maestro, la moral define los patrones en base a los cuales podemos evaluar y juzgar.  Y uno puede señalar que Sócrates, maestro de Platón, decía que la moral tiene mucho que ver con el autodominio.  En el caso de las plantas en Punta Catalina no hubo autodominio, las evaluaciones y juicios hechos sobre el proceso de construcción dejan mucho que desear y es obvio que las elecciones tomadas no produjeron un bien honesto.  Punta Catalina es hoy un monstruo físico de connotaciones morales cuestionables, una ejecución que será objetada y rechazada durante el resto de nuestra historia.

Hoy más que nunca en el pasado reciente, vemos como el cambio climático afecta a todas las regiones del mundo:  sequías, incendios forestales, pérdida de la capa glacial en los polos, incremento en la fuerza de los huracanes, elevación del nivel del agua del mar, erosión en playas, daño a las condiciones para mantener la vida de especies acuáticas por la temperatura del agua, altas temperaturas, incremento en toda la variedad de fenómenos atmosféricos, por mencionar algunos.  Todos esos factores ya estaban presentes de manera más evidente en las últimas dos décadas, por lo que al decidir construir una planta que utiliza el carbón como materia prima deja al desnudo la consideración del gobierno de turno de hacer caso omiso de las realidades medio ambientales globales cuyos resultados más obvios se reflejan en el cambio climático.  Se escogió un método de generación eléctrica que tendría un impacto negativo directo sobre la calidad del aire, sobre el calentamiento global y sobre las condiciones climáticas locales, regionales y globales.  Eso es inmoral.

En una isla del Caribe con condiciones excelentes para la producción de energía solar y eólica, como lo demuestran plantas ya establecidas, que se haya escogido utilizar carbón no tiene sentido y carece de la lógica necesaria para justificar su construcción como tal.  No escoger métodos y técnicas limpias, sostenibles, renovables y, por el contrario, escoger la materia prima más dañina es inmoral.

Se habla mucho de los costos asociados con la construcción de las plantas en Punta Catalina, pero tales costos no se limitan a la estructura sino a todo el entramado político, financiero, comercial, publicitario y de tráfico de influencias.  En algunas de esas áreas los costos no pueden ser contabilizados y algunos continúan hasta el día de hoy.  Gastar tanto dinero para construirlo, para ganar simpatías y apoyo en todos los niveles, en la comunicación social, en el congreso, en los partidos políticos y en todos los niveles gubernamentales y privados, no se justifica para una obra que debió ser modelo de gestión gubernamental.  Es como cuando todo lo bueno que pudo haber salido de allí está ahora embarrado con el lodo de costos ocultos y de influencias malsanas.  Hacer una obra de tal magnitud, quizás la más grande realizada por el Estado en toda su historia, haciéndola tan malsanamente es inmoral.

Si todo funcionara a la perfección habría cierto nivel de satisfacción, pero el resultado final es que duraremos años investigando y comprobando todo lo malsano en sus entrañas, desde su ideación hasta su desempeño como planta generadora.  El país no necesita algo tan dañino ni controversial y todos los recursos utilizados pudieron ser puestos para la producción de una energía más limpia en todos los aspectos, incluyendo el moral.  La naturaleza, diversidad y consecuencias de todos los factores cuestionables envueltos en la construcción de las plantas convierten al proyecto en una inmoralidad.

Que la planta fuera construida por una multinacional cuestionada en todos los países donde ha trabajado, con conclusiones finales y decisivas sobre sus fallas ejecutivas, administrativas y económicas, con el uso de mecanismos de corrupción, manipulación, sobrevaluación y ejecución altamente cuestionables, constituyen una afrenta para la integridad moral del Estado Dominicano.  La manera en que el proyecto le fue entregado a una multinacional altamente cuestionada con resultados altamente cuestionados es inmoral.

Imaginemos por un momento que las plantas fueran lo opuesto a lo que son hoy, que las ideas, tomas de decisiones, diseño, ejecuciones y beneficios fueran del nivel más alto posible para el bien común, tendríamos razones para celebrar la obra como un modelo moral y ético para el bien común. Sin embargo, es todo lo contrario, convirtiendo a Punta Catalina en el ejemplo supremo y más costoso de inmoralidad en el Estado Dominicano.