La llevamos entre las piernas. Va allí, con las frustraciones, los deseos, y los complejos que guardamos entre calzones y bragas.  Ahí, con la imaginación, las aspiraciones y todas esas construcciones que no nos dejan ser. La llevamos en el bulto, en esa colección de miserias que nos echamos arriba y nos agarra por las bolas. Va en esos cuentos que nos hacemos para pertenecer, para condenarnos a reproducir patrones e injusticias. Ahí la llevamos, con los clichés que no queremos ver; con las añoranzas de tiempos superados, con los vestigios de una época dorada que no fue.

A raíz del Día Internacional de la Mujer, debatimos nueva vez –por necesario- el tema de la brecha salarial de género. Se publicaron estudios y expertos opinaron sobre el tema. Pero el debate se acomoda en el lugar común. En la necesidad de instancias infantiles (guarderías) para promover el trabajo de la mujer o en las licencias parentales y de paternidad.  Toca reconocer que se tratan de mejoras al margen. Son medidas que, si bien habilitadoras de una realidad más justa, no bastan para alcanzarla.

Dinamarca, con un estado de bienestar generoso y promotor de políticas familiares inclusivas como las antes mencionadas, mantiene una brecha salarial de género de 15%. En Estados Unidos, sin políticas de similar envergadura, la brecha se estima en 21%, mientras que en República Dominicana, según notas de prensa, un reciente estudio la sitúa en 16.2%. Si bien esta última cifra parece altamente discutible, no podemos dejar de ver que a medida que las mujeres se abren camino en el mundo laboral, la composición de la brecha va cambiando y con ella sus principales obstáculos.

Prima lo sabido desde siempre: la (in)justicia comienza en casa. Como si no se cayera del árbol, la evidencia se acumula. Un reciente estudio realizado en Dinamarca muestra que un 80% de la brecha salarial persistente en ese país se explica por la llegada de los hijos. Hasta ese evento, los salarios de hombres y mujeres son sumamente parejos. De la misma forma, los salarios de las mujeres sin hijos son considerablemente superiores a aquellos de las que los tienen (ver gráficas más abajo). La pregunta queda y pega: ¿Quién paga el costo económico de tener hijos?

Nuestros modelos de género determinan cómo nos relacionamos en casa y fuera de ella. Más allá de los nueve meses, relegamos a las mujeres a funciones que la economía que nos hemos dado no reconoce. Asumen en general el rol de principal cuidador. Esto, cuando no significa el abandono de la profesión, se convierte efectivamente en un trabajo suplementario no remunerado. Las empresas ven en los hijos, o su potencial llegada, costos y falta de compromiso por parte de las mujeres. Los hombres, desde la comodidad de nuestro privilegio, somos más reacios a asumir labores domésticas, pero ligeros con las estándares estéticos que exigimos de la mujer.  La creciente prevalencia del divorcio y la irresponsabilidad paterna coronan el menú. Esa retahíla de penalidades económicas se acumula y mantiene a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad, pero genera escozor que vayan por más. Molesta que pretendan tomar control sobre sus vidas y preocupa que decidan priorizar su desarrollo profesional.

Las normas sociales que gobiernan nuestros hogares cuestan. La brecha de género devela hoy cómo repartimos ese costo. Nuestros clichés de género nos hacen más pobres, como individuos y como país. McKinsey and Co., una reconocida compañía de consultoría estratégica, estima que la reducción de la brecha de género le agregaría $12 billones de dólares al PIB mundial de aquí a 2025.

Una mejor conversación parte de cuestionar nuestras narrativas, que es cuestionar lo que queremos y aspiramos ser. Al final, de lo que se trata es de crear una infraestructura social que saque lo mejor de cada uno de nosotros. Bajo esa luz, queda claro que hay mejores y más ricas formas de amar, y no hablo del PIB.

Evolución de ingresos en hombres y mujeres relativa al momento de nacimiento del primer hijo

Evolución de ingresos en mujeres con y sin hijos relativa al nacimiento del primer hijo

 

Fuente: Kleven, Landais y Sogaard (2018) “Children and Gender Inequality: Evidence from Denmark”, NBER Working Papers, http://www.nber.org/papers/w24219