Cuentan que fue Sir Walter Raleigh quien introdujo el tabaco a Inglaterra, era un tipo listo que gozaba de una excelente amistad con la reina. En cierta ocasión, para impresionarla, apostó con ella que podía medir el peso del humo. Ella dudó que pudiera, eso equivalía más o menos a pesar el alma (21 gramos?) de una persona o a pesar el aire.
Entonces, inició su demostración y lo primero que hizo fue tomar un cigarrillo nuevo, lo puso en una balanza y lo pesó. Tomó nota. Luego lo encendió y con calma se lo fumó, poniendo cuidadosamente las cenizas en el platillo de la balanza. Cuando lo terminó, puso la colilla en el platillo, junto a las cenizas y pesó todo. Luego restó esa cifra del peso original del cigarrillo entero. La diferencia, resulta ser el peso del Humo.
Así inicia la película “Smoke” de Wayne Wang. Basada en la novela del mismo nombre, cuyo autor y guionista es Paul Auster. Lo utilizó para introducir algunos párrafos acerca del manejo de la información en la posmodernidad, de cómo mucha información tiende a desinformar y a multiplicar la ignorancia, a disfrazar el lobo de la opacidad en piel de mansa oveja, para conseguir aceptación popular con objetivos que pueden ser materiales, de egos o hasta con las mejores de las intenciones espirituales.
En la actualidad los complejos hechos y conductas, divulgadas por los medios sociales se multiplican de forma exponencial y muchas veces el tratamiento irresponsable de los argumentos llega a generar limitaciones teóricas e instrumentales, haciendo que los consumidores de las informaciones partan de supuestos falaces o maleados, dada la ligereza con la que se manejan los datos. De aquí que, muchas personas sostienen como verdad lo escuchado en el colmado, lo escrito en un block, twitt, el encabezado o titular de una noticia, sin ir a la fuente que les permita atar cabos y ahí hacer que su capacidad analítica le provea una visión objetiva de lo acontecido o por acontecer.
Las noticias las ofrecen cualquier persona que esté en el lugar de los hechos y parecer que su definición se ha limitado o expandido a la información que se comparte al instante, con fotos y detalles “a priori” que pueden llegar a ofender a familiares y las memorias de las víctimas.
Hace tiempo que se sabe que las malas noticias venden más que las buenas. Que el ser humano se interesa más por la una noticia o información morbosa que por una que transmite algo bueno. Aunque estamos conscientes de que puede haber buen periodismo en ambos casos, pues la calidad de la información no se supedita a si es buena o mala y una cosa puede ser periodismo puro y otra sólo una apariencia. El punto está en la forma, en el enfoque de opinión, en transgredir a otros con argumentos amarillos.
El tema ha sido analizado por muchos que han enfocado lo bueno y lo malo del “rebaño digital” citado por Jason Leinier. El escritor Ernesto Hernández Busto, en su artículo “El periodismo fantasma” (El País, 14/10/16), cita un ensayo del periodista ruso-inglés, Peter Pomerantsev, indicando que el actual escenario de “tecno-fantasías”, alimentadas por una atmósfera de incertidumbre económica y social contribuye a que las personas consuman informaciones reales y pseudohechos disfrazados de noticias. Adicionalmente, ese daño a la actualidad noticiosa podría estar basado en el cambio que se tiene del tema que protagoniza el hecho. Tradicionalmente, se demarcó lo interior como algo significativo, por lo que descifrar la verdad era investigar en lo “interno”, en los hechos. Conocer tendía a ser producto de un análisis de la realidad y de los criterios que producto del mismo podían ser forjados. Añadiendo que “En la era del selfie ese “nosotros mismos” es cada vez menos privado y más abierto, inmediato y expuesto. Ha cambiado el carácter y la definición de lo humano, concebido menos como “interioridad” que como un “mundo público”, visible y realizado en autoficciones, prótesis y sucedáneos”.
Es indudable que contamos con un periodismo de investigación de mucha calidad, los aportes de ese periodismo responsable son saludables y significativos para la sociedad. Una atalaya que sirve de contrapeso para una plena transparencia y justicia social. El llamado de atención es al pseudoperiodismo, a los que utilizan la red para mal informar, pues vivimos en la era de la información y el conocimiento, la primera es la fuente de la segunda, por lo que si su calidad es mala entonces la expansión del conocimiento será cimentada en bases muy frágiles o engañosas. Se seguiría chapoteando en el mar de la ignorancia y no hay nada más atrevido que una ignorancia mal concebida. La mala información es nociva en todos los aspectos pues daña reputaciones, crea dudas injustas, pudiendo afectar hasta los mercados y con esto las economías.
Ciertamente, la pluralidad es libertad, pero no debe convertirse el libertinaje. La participación y las opiniones no deben ser limitadas, más si lo que pueda dañar por diseminar argumentos falsos o amañados. Al final, la responsabilidad es del lector, de quien consume todo lo que se cuelga en las redes informativas, cuya nómina va en aumento y que bueno. He aquí lo importante, la inclusión debe implicar educación, consciencia de parte del lector, pues al final de cuentas es quien debe decidir qué probar, qué digerir y qué ni siquiera tocar. Esto debe ser parte del proceso irrevocable de la evolución digital e informativa. Es como pesar el humo en función de lo que queme el fuego y con otros métodos más objetivos.