Cuando el sitio de la web Wikileaks reveló a finales del 2010 el interés del Departamento de Estado norteamericano de estar al tanto de los defectos y otras características de los líderes mundiales, escribí, e insisto en el tema, si al gobierno dominicano, al actual o al siguiente, le sería irrelevante saber cómo procedería el gobernante haitiano sobre temas que pudieran afectar las relaciones bilaterales.
¿No era acaso del mayor interés entonces para este país poseer de antemano suficiente información sobre cuál sería la reacción del presidente Chávez, o ahora el de su sucesor, el señor Maduro, en el caso hipotético que el país decidiera irse en contra suya en materia de política internacional? Todo sabíamos el carácter impulsivo y temperamental del señor Chávez y sus arranques contra todo aquello que no era de su agrado, sin respetar protocolo, y con modales impropios de la investidura que ostentaba y por igual el de su brutal heredero. Es obvio que muchas de las grandes decisiones que rigen la actualidad internacional y aquellas que ayudaron a mejorar el mundo, a preservar la paz o a conducir a la guerra, estuvieron basadas en información de inteligencia, y es casi seguro que así será por el resto de la existencia humana.
Ninguna potencia mundial traza su política exterior sin tomar en cuenta la magnitud de las eventuales reacciones que pudieran generar entre aliados y adversarios. ¿O creemos a EEUU, Inglaterra, Francia, Rusia y Alemania tan tontos como para no haber analizado a profundidad la personalidad a los líderes de Irán, para detener sus afanes de convertirse en otra potencia nuclear? ¿Y los Castro? ¿Nos vamos a tragar el cuento de que su embajada en el país no espía a los exiliados cubanos y a periodistas y políticos contrarios a esa cruel tiranía dinástica de más de medio siglo? Ese es el tipo de información que buscan y poseen todos los gobiernos.