En la nación norteamericana, los postulados económicos cohabitan dentro de una caja de pandora.
Los medios de comunicación, durante las ultimas semanas, han resaltado el aumento descomunal en los precios de la canasta básica de los alimentos, que llega al consumidor promedio norteamericano.
Sin embargo, lo anterior es lo que salta a la luz pública, pero no los intríngulis detrás de estos eventos económicos.
Realmente, según analistas independientes, lo que está sucediendo es que el Leviatán de la inflación tiene sus orígenes en un aparente conflicto de dos clases sociales preeminentes: acreedores y deudores; una lucha que ha estado ocurriendo desde la fundación de la nación norteamericana.
Esto se debe a que la inflación crea, de manera útil y solapada, las condiciones para debilitar el poder cotidiano de los trabajadores. Veamos:
1-Primero, la inflación disminuye el valor real de la deuda, sobre la cual se valoran sus activos tangibles.
En 2020, los hogares estadounidenses tenían alrededor de US$14.5 billones en deuda de sus hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos estudiantiles y otras fuentes.
Una inflación actual, estimada en un 6.2%, significa que el valor real de esos 14.5 billones de dólares es ahora de sólo US$13.65 billones de dólares, en dólares en comparación al año 2020.
En otras palabras, la inflación, durante el año pasado, efectivamente transfirió US$8.50 billones en riqueza de acreedores a deudores consuetudinarios. Eso es mucho dinero.
La mayoría de las personas son una mezcla de acreedores (por ejemplo, tiene una cuenta bancaria) y deudores (tiene una hipoteca y préstamos para vehículos, etc.). Pero en general, estos US$8.50 billones han generado un gran cheque, emitido desde la parte superior de la escala de ingresos hacia todos los demás. En otras palabras, este diferencial pudiera verse como un aumento virtual en los ingresos de los deudores y no de los acreedores.
2-En segundo lugar, la inflación generalmente acompaña a los auges económicos, que se da cuando la tasa de desempleo es baja y los trabajadores tienen el poder de mercado para exigir salarios más altos.
Eso es lo que está sucediendo ahora: a medida que los precios aumentaron un 6.2%, durante el año pasado, los salarios de la gente común subieron solo un 5.8%. En otras palabras, la inflación apenas tocó su poder adquisitivo.
Con más de 300 huelgas laborales en lo que va del año, los trabajadores están aprovechando su poder para exigir una mejor compensación a tasas históricas. Entonces, la inflación si puede ser un problema significativo para los acreedores, si no compensan este diferencial a través de salarios reales más altos o compensaciones gubernamentales periódicas; eso parece poco probable hoy en día, por el déficit descomunal que azota a la economía de ese país.
En resumen y poniendo las cosas en su debido contexto, al ocurrir ambos eventos simultáneamente, verbigracia, (valores más bajos para sus activos y salarios más altos para los trabajadores) podríamos comprender el por qué los ricos que dirigen los Estados Unidos detestan absolutamente la inflación.
Sin embargo, hay una normativa que pudiera homologar los eventos anteriores: La Reserva Federal puede subir las tasas de interés.
Esto ralentizaría la economía y aumentaría la tasa de desempleo, lo que reduciría el poder de negociación de los trabajadores. Un menor poder de negociación significaría aumentos menores o inexistentes, lo que eventualmente se traduciría en una menor inflación. Si embargo, el gobierno estadounidense tendría que volver a los programas de compensación para estimular el gasto/consumo, lo que conllevaría a emisiones inorgánicas impensables hoy día, a menos que se expanda la política fiscal a niveles muy regresivos.
Lo anterior plantea la posibilidad de que esa economía podía caer en lo que las ciencias económicas denominan la Trampa de la Inflación Baja (TIB).
El análisis se basa en un modelo de inflación neo-keynesiano, que asume que el sector privado está formado por hogares y empresas productoras de bienes, y el sector público está formado por un banco central y una autoridad fiscal. El banco central fija la tasa de interés nominal de corto plazo y la autoridad fiscal controla el nivel de gasto público, que se financia con impuestos corrientes y futuros.
Se supone que las dos autoridades normativas actúan discrecionalmente, en el sentido de que reajustan periódicamente sus decisiones por lo cual, tanto el sector público como el privado miran hacia el futuro, es decir, sus expectativas sobre las condiciones económicas futuras afectan sus decisiones.
NOTA: Se supone que las normativas emanadas de las autoridades monetaria y fiscal logren equilibrar los niveles de la deuda de los deudores, y los acreedores, para que estos últimos puedan cobrarla.
Lo anterior se pudiera lograr si la TIB es una situación en la que tanto la inflación real como la esperada están firmemente por debajo de la meta del banco central y las tasas de interés nominales están cerca o en su límite inferior.
Recientemente, los persistentes déficits inflacionarios en el mundo industrializado han suscitado preocupaciones de que otras naciones también puedan estar al borde de quedar atrapadas en una trampa de baja inflación al estilo japonés.
De ahí que, para alejar a una economía de una trampa de baja inflación, los responsables de la formulación de políticas requieren tanto de la voluntad como las herramientas para actuar en consecuencia.
El quid pro quo será una actitud, entere la acreedores y deudores, donde la normativa sea la de ganar-ganar y no perder todo por posturas intransigentes.