Las principales actividades industriales de República Dominicana son el refinado de azúcar, la producción de cemento, cerveza, puros y cigarrillos, harina de trigo y derivados, y ron. También hay importantes industrias de plástico, calzado, textiles, confección —sobre todo camisas y los famosos sombreros de palma—, fertilizantes, melaza, muebles, materiales de construcción y petróleo refinado.

Pero su desenvolvimiento en los últimos 10 años ha sido decepcionante. No la vamos a comparar con los años del proteccionismo (años 70, 80 y parte de los 90), cuando la industria dominicana era beneficiada con leyes de incentivo en la importación de materias primas.

Herrera era una cantera de industrias que se beneficiaban de esa ley incentivo 299 para importar materias primas y equipos libre de arancel o aranceles mínimos.

Sin embargo, cuando se inicio el proceso de apertura del comercio mundial a mediados de los años 90 y se derogaron muchas de esas leyes de incentivo, incluyendo la privatización de las empresas públicas, la historia comienza a cambiar.

La Zona Industrial de Herrera pasó a convertirse en un centro de acopio de bienes importados. Lo que antes producían ahora lo importaban. Simplemente no pudieron competir con la apertura del mercado porque jamás se prepararon para ello. 

La mayoría de estas industrias, poseían un bajísimo nivel tecnológico, muchas se administraban como colmados de barrios o eran empresas familiares que no poseían ninguna capacidad gerencial,

Recuerdo que una gran empresa que solicito mis servicios de asesoría en los años 70 tenía una contabilidad primitiva y ajena a la que usaban para declarar impuestos. O sea, una doble contabilidad. Simplemente, sus dueños se apropiaban de todo el dinero en efectivo que entraba de las ventas y no había forma de cuadrar las cifras. Por eso, el negocio languidecía gradualmente y pensaron que un economista le podía resolver el problema.

Apenas dure 15 días en ese trabajo porque seguir en eso era un desprestigio profesional.

La competitividad ha sido el tema predominante de las ultimas décadas. Todos hablan de ella, pero nadie la entiende o la aborda de manera sistemática.

Revisando las cifras del Banco Central de los últimos 10 año, se observa que el aporte de la manufactura local al PIB ha rondado entre 0.3% y 0.6% con tendencia a decrecer. En el 2017 fue de apenas un 0.2%.

Esto excluye las zonas francas y la minería.

Igualmente, la manufactura local ha mostrado una tasa de crecimiento que oscila entre negativas (-4.8%) en el 2009 hasta tasas positivas de 7.9% en el 2010, para después caen sistemáticamente a tasas que no superan el 6% en los últimos 5 años. En el 2017 su crecimiento fue de 2.9%.

Y volviendo a la falta competitividad que causa este comportamiento decepcionante de la manufactura local, unos se refieren al tema eléctrico y los costos de energía, otros a la burocracia estatal y la corrupción, otros a la sobrevaluación del peso, algunos culpan al desinterés en invertir en nuevas tecnologías y una generalidad cuestiona al obsoleto código laboral existente que penaliza con una doble tributación la seguridad social.

Se mencionan también otros costos asociados a los malos servicios que ofrece el estado dominicano desde la recogida de basura hasta los robos e inseguridad ciudadana.

¿Como muchas de estas industrias compensan tales desventajas y sobrecostos? Evadiendo el IRS o el ITBIs porque no existe otra explicación para que sigan operando y vendiendo bienes que ahora resultan mas caro que los importados.

Si aquí se elimina la evasión fiscal (un simple supuesto), más del 70% de la manufactura local desaparecería. Y seria mejor porque es más fácil y seguro cobrarle impuestos y aranceles a los bienes importados que a los bienes producidos localmente pero que no son competitivos.

La parte negativa de este supuesto es que miles de trabajadores se quedarían sin empleos.

Corolario: mientras no se realicen las reformas institucionales, económicas y sectoriales pendientes la manufactura local seguirá agonizando.