Desde que la estructura-función de la televisión se convirtió en competencia y performance audio-visual produjo todo un escenario mediante el cual la imagen se expresa en materia y subjetividad video-sonora. El relato adquiere valor y se acentúa un proceso desde la agenda, y en la máquina misma de reproducir tipos sonoros, textos sonoros y visuales, fórmulas efectuales, respuestas tele-espectatoriales y modos de dirección y programación concentrados en el sistema de reconocimiento de la videocultura, y la tecno-sociedad. Comienza entonces la verdadera función de la televisión construida por superficies, interacciones, canales y mediaciones sociocomunicacionales.
La video-inducción es aquello que hace posible y legible la performance canalizada a través de sistemas de internet, el teletexto y los archivos video-gráficos, reconocidos por un telespectador y un video-espectador que se maneja sobre la base de imágenes, símbolos, señales, puntos de inserción en el ecosistema televisivo, videoeconómico, cinematográfico y videoartístico. (Véase Sherry Turkle: La vida en la pantalla. La construcción de la identidad en la era de internet (1997).
Para la semiótica de la televisión se hace visible el concepto de pantalla en el sentido programado de cualquier agenda, estructurada para textualizar la cotidianidad y producir alienación mediante el televidente contextualizado.(Ver Valerio Fuenzalida: Televisión abierta y audiencia en América Latina, Eds. Grupo Norma, 2002).
Las grandes empresas multinacionales y los actuales mercados globales, justificados también por cierta economía informal de medios, productos, marcas o mercancías, suponen una lectura que en muchos casos rebasa los moldes o modelos televisuales.
En su Introducción al lenguaje de la televisión, Mariano Cebrián Herreros (1980), decodifica el texto televisivo, así como toda la perspectiva de la televisión encodificada. Todo lo cual permite comprender y sobre todo ensayar los diversos procesos de una videoinducción que se articula, teniendo en cuenta la sociedad y la cultura del Homo videns de Giovanni Sartori, donde se reconoce la llamada primacía de la imagen.
Este sistema no es solo reproductivo, sino más bien convergente en el espacio de significación-tv de las imágenes y las mediaciones sonoro-visuales. Si observamos cómo se desenvuelve el sujeto televidente hoy, llegaríamos a la conclusión de que el producto y el productor siguen siendo las dos columnas del proceso sociocomunicacional.
En su importante obra titulada Historia y crítica de la opinión pública (Editora Gustavo Gilli, Barcelona, 1982), J. Habermas explica toda una experiencia de lenguaje, acción social y vector relacional entre sujetos en el espacio público.
Según J. Habermas, se ha puesto de relieve cierta opinión política sobre este problema. Sin embargo, la eventología organizada a partir de puntos de significación que convergen en la imagen donde el actor real y el actor contextual, junto al supervisor de programas manejan toda una estructura organizada con criterios de producción y productividad insertados en cuanto a lo que es el espacio público teledirigido.
El sistema televisión imperante, participa de una vida de las imágenes-síntesis constituida bajo el orden justificado en el marco de los acentos, ritmos y fuerzas de identidad, de tal manera que se justifica como visión una posibilidad un programa videotelevisivo y sociocomunicativo donde podemos observar y reconocer los datos sensibles concurrentes en la televisión o imagen-tv.
El directo y el indirecto televisual crean la posibilidad de un texto unidimensional o multidimensional, sujeto a un texto estandarizado que aparece en la pantalla, pero que ha sido fabricado para ejercer influencia en el espectador. El régimen enunciativo del texto televisual solicita una atención que pueda servirle al registro lingüístico del espectador, toda vez que el directo como técnica y el indirecto como lenguaje pretenden acercar al televidente a un mensaje cuyo nivel de comunicación acentúa cierto nivel o grado de subjetividad.
La importancia de un proceso como este está justamente en el dispositivo de reconocimiento y procedimiento de la información televisiva, debido a que en la relación entre televisión y tele espectador se produce un contrato enunciativo que tiende a desarrollarse a medida que la necesidad o presión del sistema-programa ayuda a resituar, a contextualizar imágenes y acciones propias de la forma-sentido audiovisual; lo que hace posible y visible un mundo procesado, y expresado en base a una eventología que va más allá del propio registro televisivo.
Cuando se piensa en la televisión como parte del proceso de opinión pública, acudimos a lo que se ha reconocido como una construcción social de la realidad (Luckmann y Berger 1968), conceptuación esta que ayuda a ordenar el universo de subjetividad de la televisión a favor del régimen de verosimilitud y sentido; todo lo cual significa que la noción de programa televisual está ligada a un discurso televisivo que funciona como escena, espectáculo, expectación, y suma de enunciados significativos.
Se considera hoy según lo describe Mario Carlón (2006) que el marco de estudio de lo televisivo crea su posibilidad en un proceso que va de lo cinematográfico a lo televisivo, de la temporalidad a telesubjetividad y de la performance televisual a la metatelevisión, indicándose que el orden telediscursivo cobra valor en una televisión que narra, trabaja, informa, flexiona, y construye lo televisivo. Este planteamiento que genera otros más específicos, obliga a establecer un tipo de comunicación que se rige por procesos deontológicos y comunicativos, siendo así que lo que se convierte en texto televisivo constituye una direccionalidad del mensaje y sus valores televisuales.
La labor de un programa televisivo supone televidentes y todo el entronque televisual, siendo así que la misma televisión se desarrolla como un sistema de signos y referencias que construyen a su vez un lenguaje de comunicación, de significación y de producción; los tres crean una constelación de sentido direccional y multidireccional según la posición o posicionamiento del telespectador.
La inducción televisual, así como la inducción-video y la inducción-cine crea y procrea especies de signos, imágenes y símbolos, creando lo que Harry Pross ha denominado “la estructura simbólica del poder”, de tal manera que la influencia y acentuación del medio induce a crear mensajes y mundos-tv que se particularizan en un determinado orden telecomunicativo que poco a poco se va reconociendo en estándares de intercomunicación e interproducción, reconstruyendo de esta suerte un mundo lenguaje y un mundo pantalla cuyos productores rebasan el concepto de televisión para convertirse en una concentración de códigos que se explican a nivel de una visión integrada de televisión y discurso audiovisual mixto.
Finalmente la pantalla registra lo social, lo social y sus correspondencias, siendo así que existe un “combate por la historia” audiovisual y socioimaginaria.