El pasado domingo 16 de febrero todos vivimos un suceso sin precedentes en nuestra historia. Antes del mediodía, ya las elecciones municipales habían sido suspendidas por errores en la carga de la boleta electoral en los equipos de voto automatizado. No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran las señalaciones con el dedo acusador.

La realidad es que, independientemente de quién fue el principal responsable en la degeneración de nuestras elecciones municipales, no nos quedó de otra que sentir una profunda indignación. Muchos vimos en los errores de las boletas del voto automatizado y en la posterior suspensión de las elecciones, a la democracia dominicana debilitarse grandemente.   

Sin embargo, aquel sentimiento colectivo de indignación, propio de pueblos que han visto en primera plana como su democracia se agrieta y desvirtúa, rompió las barreras de la emocionalidad y logró convertirse en la maestra de varias enseñanzas que nos harán una nación cada vez más fuerte:

La primera, que el voto automatizado no es una opción viable, al menos para nuestra realidad actual. Ha probado ser un sistema técnico frágil. Varios países con acceso a la tecnología más moderna no lo utilizan por una simple razón: vulnera las características del voto, que debe ser siempre libre, directo, secreto, universal, personal, e intransferible. Aunque indudablemente el sistema le da celeridad al proceso electoral, ¿qué logramos con obtener filas más cortas y boletines más rápidos, si la democracia misma está en juego?

La segunda, que las teorías de culpabilidad basadas en preferencias partidarias preexistentes no ayudan en situaciones como estas. Las teorías sin pruebas solo obstaculizan el camino hacia la verdad. Al final del día lo que buscamos son respuestas y explicaciones de parte de la Junta Central Electoral, no entorpecer todo el proceso con conjeturas sin suficiente base.

La tercera, que los tiempos de unos dominicanos oprimidos, anestesiados y callados se acabaron. Cada día que pasa se unen más y más dominicanos a la causa común de salvaguardar nuestro derecho constitucional de elegir y ser elegido. Hemos sabido salir de la comodidad de nuestras casas o salir cansados del trabajo para ir a protestar por nuestra democracia. Hemos demostrado ser un pueblo resiliente que en las próximas elecciones votara con más fe y ardor patriótico que nunca.