Increíble. Sí, increíble, aún a la vuelta de 49 años. Una batalla informal, ¡terrorífica batalla! Y dentro y derredor de un hotel de Santiago, de una ciudad aldeana, denominado “Matum”. Cruel ironía: Matum en lengua de los Taínos, la arawaca, significaba bueno, generoso…
Treinta militares constitucionalistas –“con órbitas entre las piernas”-, armados de fusiles automáticos, combatieron con tesón durante seis horas en defensa de sus vidas y de las de más de mil personas –niños y niñas, viejos y viejas, adolescentes y maduros, casi todos de extracción media y humilde- que habían ido allí a agasajarlos luego de una misa en la Iglesia La Altagracia y una ofrenda en el Cementerio Municipal, al cumplirse el 19 de diciembre de 1965 el séptimo mes de la muerte en combate, en la capital, del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez.
Era domingo. Se había iniciado el invierno dominicano. A eso de las diez de la mañana, luego de acciones provocadoras de parte de tropas “leales” ordenadas por oficiales de Estados Unidos que nos habían invadido desde el 28 de abril de aquel año, aproximadamente 300 soldados –llegarían a sumar 500, ¡500 contra 30!- los sitiaron por los cuatro flancos accionando con sus fusiles automáticos, ametralladoras 30 y 50, bazucas y tres tanques de guerra… y los vuelos rasantes de dos aviones de guerra P-51 Mustang.
Como saben algunos lectores de esta columna, publiqué en febrero de 2011 la obra “La Batalla del Hotel Matum. 1965. Cronología”, que fue puesta en circulación en el Hotel Matum con la asistencia en su mayoría de miembros del personal de la sociedad de 1965 de Santiago y de la Capital.
Aquel relato cronológico va mostrando los hechos, cual filmación de una película, en sucesión de a cinco minutos, hasta que a prima noche se salda a favor de los constitucionalistas, quienes batieron a 74 soldados atacantes y sólo sufrieron cinco bajas: tres soldados heridos y dos muertos, el mayor Juan María Lora Fernández y su chofer y asistente, sargento Domingo Báez Peña (Minguito).
Allí también murieron tres civiles desarmados que, dominados por el pánico, huyeron del hotel, y fueron apresados y fusilados por los atacantes, así como un mozo y un mecánico de automóviles Volswagen, “Cepillos”, alcanzados por esquirlas de los obuses de los tanques de guerra.
Las tropas invasoras tras bastidores habían impuesto a sus subordinados dominicanos que el ataque se realizara por etapa mediante el método de La Escalada, de modo que el resultado anterior justificara cada paso ascendente en el uso de instrumentos de guerra y en la intensificaciones de los ataques. En el primer peldaño el primer teniente Gustavo Ramírez Beltré (Meneíto) trató de entrar al hotel con argucias y fue eliminado, lo que justificó el que 13 soldados de vanguardia del ataque masivo avanzaran con lentitud a campo abierto.
El capitán de navío Montes Arache eliminó a 12 de estos, casi a todos de un disparo o a la frente o al corazón, por lo que los oficiales comandantes creyeron que hubo llegado el momento del avance total de los casi 300 soldados sobrevivientes apoyándose en todas las armas pesadas de que disponían. Pero los constitucionalistas les permitieron avanzar y ganar confianza. En un momento dado, comandados por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el capitán Montes Arache y el entonces capitán Héctor Lachapelle Díaz dispararon al unísono y el resultado fue una caída masiva de soldados y su retirada desordenada.
Momentos después, al recibir esfuerzos que les sumaron 200 soldados más, atacaron sin piedad apoyados por 3 tanques de guerra, los que fueron abatidos uno a uno por los constitucionalistas, y entonces recurrieron al quinto y último peldaño de La Escalada: atacarlos desde el aire con aviones de guerra P-51 Mustang. Pero el comandante de la aviación en Santiago y un vicecónsul estadounidenses oficial de la CIA impidieron a los pilotos dotarse de cohetes, bombas y otros medios de guerra “para demoler el hotel con todos adentro”, según la orden impartida desde la capital de la república.
Militares norteamericanos, comandados por el teniente coronel Jhon J. Costa, se impusieron entre los dos grupos muy desiguales confrontados y forzaron un entendimiento. Independientemente del interés por eliminar el foco del conflicto, con ribetes de escándalo internacional, el oficial Costa primero sacó del hotel a unos 15 estadounidenses miembros del circo Palisades Park, que habían sido retenidos por los constitucionalistas a modo de escudo si se producía un “asalto final”.
El teniente coronel Costa, que pudo haber desconocido los acuerdos con los constitucionalistas, cumplió cabalmente todo lo pactado.
Y a 49 años los altos oficiales aún vivos que negociaron con él suelen recordarlo como “todo un caballero de honor”, aunque también rudo como militar. Nobleza obliga.