Aún a la distancia de 523 años y a pesar de la nebulosa imposición por los poderes supranacionales a naciones débiles de sistemas diabólicos de dominación –incentivo y dirección de la delincuencia, invención de enfermedades y “asesinatos médicos” y sismos provocados al presionar capas tectónicas- aún huelen a aliento de niño las bondades angelicales de los indios taínos que tanto impresionara al Almirante Cristóbal Colón y que él consignara en sus anotaciones correspondientes a sus viajes a las tierras de América.

La solidaridad extrema, la entrega del uno al otro, el desprendimiento absoluto para agradar al otro y la ausencia de malicia eran tales que en su limitado lenguaje predominaban las palabras de dulce significado como “Matum”, que significaba bueno, bondadoso, generoso.

Cuando dos establecían una relación entrañable, lo que hoy decimos “enllaves” o en mayor gradación amigos íntimos, se intercambiaban sus nombres, esto es, Antonio llamaba “Antonio” a su íntimo amigo Pedro y este llamaba “Pedro” a su íntimo amigo Antonio.

Hubo llegado un momento en que Colón instruyó a sus hombres para que le pagaran algo…”ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, y llegado los cristianos luego corrían a traerlo todo”

Cuando Colón y demás llegaron las actividades comerciales de los indios se basaban en el trueque, correspondiente a la etapa pre-monetaria.

“En sus momentos de ocio, los hombres también se dedicaban al comercio. El trueque de los excedentes de la producción doméstica por objetos necesarios para el consumo o uso familiar era la forma de intercambio comercial existente entre los taínos”, refiere el historiador Frank Moya Pons en la página 6 de su Manual de Historia Dominicana.

Los taínos tenían la cultura comercial tan disminuida que con regularidad les daban sus bienes sencillos pero estimados por ellos a los españoles a cambio de nada. Hubo llegado un momento en que Colón instruyó a sus hombres para que le pagaran algo…”ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, y llegado los cristianos luego corrían a traerlo todo”. Les daban sus papagayos “y les daban cuanto les pedían sin querer nada para ellos”.

Colón les daba cascabeles, sortijas de latón y cortezuelas de vidrios verdes y amarillas “con que se fueron muy contentos”; pero en el fondo de la conducta taína también había un reconocimiento a la superioridad de Colón, al que llamaban Guaimiquía, el Gran Jefe, creyéndolo venido del cielo y con grandes poderes sobrenaturales.

En el anecdotario popular suele referirse que los españoles engañaron a los indios al cambiarles espejitos por piezas de oro que adornaban a indios e indias. Como argumento en contrario podríamos decirse que el espejito y otros objetos tenían el alto valor de lo novedoso y el valor de uso. Piénsese en el enorme impacto al ver el indio su rostro copiarse en un objeto cuya existencia habían desconocido. De su parte los españoles “comenzaron a comprar los arcos y flechas y las otras armas”, recordaría Colón.

Aunque el oro es la cita común de la codicia española, Colón prestó igual o más atención a las especias, motivo inicial de su viaje comercial, consignando por escrito sus impresiones al comprobar la existencia de algodón muy fino, almáciga, tejo, ají, pimienta, canela…

Y ciertas mujeres indias, que estaban buenas.