En el marco de los lineamientos de los temas que generalmente he desarrollado como articulista, hoy me permito, además de retomarlos, asumir el referente a la contribución de la educación cívica que destaca el artículo 11 de la ley de Partidos, agrupaciones y movimientos políticos, el cual dicta que las organizaciones políticas,  contribuirán con la formación de ciudadanos en materia de educación cívica, manejo de las funciones públicas y ética.

Sin embargo, al detenerme a ponderar profundamente estos postulados, entendí pertinente referirme al tema, que aunque se expresa en una redacción brevísima, implica una gran dimensión axiológica y moral que no se logra con un simple enunciado cuyo carácter se vea como un mandato imperativo y que por decirlo la ley de partidos, automáticamente la sociedad, los partidos políticos y los ciudadanos, asumirán como corderos o por arte de magia, la conducta o comportamiento cívico y ético, que según dicho artículo propende lograr un ejercicio del manejo de las funciones públicas y éticas, según se enuncia en dicha ley.

El problema no es tan sencillo, y por brevísimo que sea su enunciado, según mi  criterio, lograr este estadio de conducta, no solo basta con enunciarlo, sino, que amerita todo un proceso de resocialización que regenere toda una desconexión con los paradigmas de conductas ahora carentes de estas disciplinas. Y en cambio, que se pueda estructurar un plan integral de formación de un nuevo ciudadano, que asuma un conjunto de valores soportados en las mejores prácticas sociales y políticas y que rompa con la disociación que tienen tanto; partidos políticos como individuos en estos valores, los cuales sin trabajarse para ello, con un plan general del propio Estado y los actores políticos y sociales, por lo que, sin ser puesto como objetivo a lograr en un plan de construcción de dicho nuevo ciudadano, simplemente, será o un sueño de hadas o una ilusión de tipo quimérica, o tal vez, simple letra muerta.

Sinceramente sin caer en lisonjas a la ley 33-18, por lo menos se atrevió a recetar esta aspiración conductual, quizás sin saber del gran dislocamiento de las escalas morales y normas sociales, también estando estas totalmente divorciadas de la cultura de paz, entendimiento, amor a los símbolos patrios, desconexión con ideologías, corrupción endémica, y el laissez faire, laissez passer, cuyo significado atañe, dejen hacer, dejen pasar, o sea una práctica caracterizada por una abstención de dirección o interferencia, especialmente con la libertad individual, dicho artículo y otros tantos de la ley de partidos y del régimen electoral, en vez de servir de soporte a la reorientación de las practicas sociopolíticas, estaría generando, confusión y ambivalencia social.

Atendiendo lo planteado hasta este punto, me permito decir en lenguaje llano, la formación cívica no es paja de coco, -como dice el pueblo-, y más refiriendo que el objeto de esta figura moralista, lo que persigue es crear la mente del educando, niño, adultos, un concepto claro de la conducta que deben seguir como ciudadanos conscientes, teniendo en cuenta su actuación presente y futura- o sea, no es una conducta simplista ni momentánea, ni perseguida por beneficio propio, es toda una actitud de modelo correcto de hacer las cosas.

En el mismo tenor, apuntando a otro significado propiamente dicho, y quizás la ley cuando lo previó, no alcanzó a ver que trata de un delineamiento conductual o sea de cambio comportamentales que se deben interiorizar en la conducta de los ciudadanos como parte del conjunto de valores que estructuran la base social, sino también, la obligatoriedad de un comportamiento cívico de los partidos políticos, sus dirigentes y sus afiliados. O sea, no solo al ciudadano, porque la intención es formar los lideres éticos de los gobernantes y funcionarios, esto en función de que desde el punto de vista sociológico, todo el comportamiento de las organizaciones, instituciones públicas o privadas, entre las cuales se incluyen los partidos políticos y las propias prácticas de gobernar, resultan directamente proporcional a la formación y a los valores éticos, morales y cívicos de los ciudadanos, toda vez que es de la propia sociedad de donde los partidos políticos reciben a sus militantes, afiliados, simpatizantes; es decir, a partir de la construcción de ciudadanía formada en estos valores, pues resulta lógico que en la misma línea tendremos líderes y autoridades instaladas, asumiendo comportamientos de mayores compromisos con las mejores prácticas sociales.

A fin de adentrarnos a las conceptualizaciones que retratan el escenario social para reclamar mayores escuerzos para impulsar dicho propósito, me permito desarrollar algunos planteamientos de tratadistas en la materia. En este sentido, José Antonio Jordán, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su artículo «Concepto y objeto de la educación cívica», presenta un aspecto sumamente enriquecedor en la materia. Se trata del enfoque subtitulado «Necesidad actual de una educación cívica». En esta parte de su artículo, el profesor Jordán apunta que su enfoque se orienta hacia un conjunto de síntomas sociales y preocupantes entre los que podrían destacarse los que citamos a continuación: (Pedagogía social: revista interuniversitaria, Nº. 10, 1995, pp. 7-18)

Dejadez o apatía comunitaria.

Citando a J. Lynch (1991: 31), refiere que diversos estudios centrados en la socialización cívica y política llevada a cabo en nuestras sociedades democráticas indican –desfavorablemente–que esa deja mucho que desear, siendo su falta de eficiencia y coherencia una de las razones de la erosión del funcionamiento genuinamente democrático, así como de la creciente anomia respecto a los procesos políticos en la mayoría de las sociedades occidentales. (Jordán, 1995: 7-8).

Individualismo:

Este aspecto parte de que resulta difícil que pueda darse una auténtica ciudadanía, teniendo la actitud de los individuos en un estado egocentrista. El profesor Jordán, cita a H. A. Giroux, 1991:306, quien señala la existencia de una crisis de civismo y de moralidad, dado a que vivimos en un tiempo de creciente pesimismo, nihilismo cultural –negación de todo creencia o todo principio moral, religioso, político o social– e impotencia política; en un tiempo en el que los jóvenes estudiantes parecen haberse perdido en una mecanización alienante de una cultura de masas dominada por los principios de individualismo, consumismo y estandarización. (Jordán, 1995: 8)

Falta de coherencia. Trata de que existe una falta de conexión entre los principios que fundamentan el funcionamiento democrático, leyes, constituciones y estructuras junto con la falta de preparación y disposición de los ciudadanos que deben hacer realidad en la práctica diaria tales principios, o sea, se proclamen […] valores, como igualdad, justicia, participación, tolerancia, etc. Y dentro de este marco conceptual, desarrollar una ciudadanía fundamentada en el apego a la convivencia y que disponga de valores axiológicos a fin de que la materia prima de los partidos políticos (los individuos) dispongan de alta conciencia y sensibilidad social, política, moral y cívica, con miras a que en su calidad de dirigentes políticos y sociales, así como funcionarios, gobernante y representantes de escaños, sean instrumentos de poner en acción las buenas acciones. Con ello se espera poder crear la plataforma social capaz de exhibir un comportamiento que rechace la corrupción y la falta de sentimiento social y colectivo.

Finalmente, sentenciamos, nunca mejor ni más oportuno una figura contenida en una normativa, precisamente en la ley de partidos, agrupaciones y movimientos políticos que disponga la discusión respecto a las posibles fórmulas del propio estado y los organizaciones políticas, de forma responsable, desarrollar programas, no solo dentro de sus militantes, sino en la sociedad en su conjunto, que genere dicha plataforma del accionar de los militantes y los propios partidos como agentes de intermediación con el Estado, teniendo como herramienta la educación cívica.