El que República Dominicana haya sido dominada, a lo largo de toda su historia, por unas élites económicas y políticas que muy raras veces se han preocupado realmente por el bienestar de nuestras mayorías, se debe, ante todo, a un sistema de control social operado por esas élites que ha logrado mantener dispersa y desorganizada a la masa dominicana. Ese sistema precisa, para tener éxito, que, fundamentalmente, dicha masa no se constituya nunca en mayoría. Es decir, que no sea consciente del lugar que ocupa dentro de un esquema de relaciones de poder donde unos pocos para vivir en el privilegio la mantienen excluida. Esa masa, para que funcione el sistema en favor de tales élites, debe estar despolitizada: esto es, desmovilizada.
La importancia de la Marcha Verde y el imaginario que, de a poco, ha colocado en la palestra nacional se explica, a nuestro entender, precisamente en que ha logrado articular procesos tendientes a la movilización ciudadana en un pueblo históricamente desmovilizado. En tal sentido, la movilización se constituye en un significante en sí. Se inserta en la mente de muchos dominicanos como indicativo de que los de abajo, los que no están conectados y sufren en su día a día los problemas acuciantes del país, saliendo a las calles a exigir solución a las demandas ciudadanas, pueden ser protagonistas de la historia. Tienen algo que decir, y, sobre todo, que hacer. En tanto significante que construye realidad –es decir materialidad-, la movilización adquiere una dimensión histórica, en nuestra actual coyuntura política y social, de suma importancia.
Por tanto, debemos seguir marchando. Debemos, los que creemos que es posible otro país, apoyar la movilización ciudadana sin paliativos. Porque cuando examinamos nuestra historia, vemos, pues, que no son muchas las coyunturas históricas en las que algún sector de nuestro pueblo ha asumido la idea de la movilización como forma de pugnar por cambios frente a los de arriba. Han sido muchas de las movilizaciones del pasado, o bien propulsadas por situaciones muy concretas (huelgas ante encarecimiento de precios, reacciones ante invasiones norteamericanas, exigencia de renuncia a un presidente de turno) o bien cosas de tan solo unos días o una combinación de ambas. De ahí que nunca pudieron aquellas movilizaciones convertirse en significante con proyección futura.
La actual movilización timoneada desde los grupos de la Marcha Verde sí ha logrado, primero, sostenerse en el tiempo, y segundo, erigirse en un significante que han asumido diferentes sectores sociales (unos en mayor medida que otros). Si vemos esto desde una perspectiva de procesos históricos (que es, desde una concepción foucaultiana del poder, como se debe ver lo concerniente a la política), podremos situar mejor el significado, y, consecuentemente, la proyección de futuro, de esta movilización. Veremos, así las cosas, que lo más valioso que tiene esta movilización no es el producto que pueda generar ahora en el corto plazo (pongamos por caso, lograr la destitución del presidente Danilo o hacer que pierda el PLD en el 2020), sino, por el contrario, las bases que va creando para ir cambiando nuestra sociedad en el contexto de un proceso histórico. Y en el marco de tal proceso, vamos perfilando diferentes opciones futuras. Vamos construyendo un nuevo país.
Es cierto que esta movilización, muchas veces, parece ser que solapa algunas cosas. Por ejemplo, los organizadores de la Marcha Verde tomaron la decisión política de usar el significante de la impunidad como pivote único de sus demandas. Con el objeto de no lanzar muchos mensajes que confundieran la gente, y, por consiguiente entendieron, la dispersaran. Como todo proceso de decisión, implicó excluir otras alternativas. Así, muy poco ha planteado este movimiento sobre los problemas de fondo de la problemática nacional como lo son la desigualdad, la exclusión, la injusta distribución de ingresos y rentas y la falta de educación de nuestras mayorías. Muchos –y me incluyo- vemos entonces importantes falencias en este movimiento ya que, al situar la impunidad como significante único, y limitar su denuncia al sector público, esto genera cierto espectro de despolitización. Es decir, dibuja una imagen de la impunidad como concerniente únicamente a los políticos como si fueran estos los únicos corruptos, y como si operaran solos sin la participación de los grandes empresarios y ricos. Con lo cual, de cierta manera se allana el camino a la instalación de idearios neoliberales como aquellos que proponen que debemos salir de los políticos (porque “todos son malos”) e ir hacia figuras de corte empresarial que “garanticen” eficiencia y rentabilidad. Sacar los que ahora nos gobiernan y poner en su lugar un presidente empresario.
Sin embargo, forman parte estas debilidades de las fases de maduración que van atravesando estos procesos. Insisto en que veamos esta movilización desde una lógica de proceso para colocarla en un marco histórico más amplio. Y así, atisbar todas las oportunidades que, de cara al futuro, puede generar (y ya está generando desde luego). De modo que, propongo, marchemos todos. Acompañemos a las compañeras y compañeros que marcharán este domingo 12 de agosto en la denominada “marcha del millón”. No caigamos en la apatía. No nos convirtamos en criticadores de todo desde la comodidad de la casa. No seamos militantes virtuales de redes sociales ausentes donde se produce materialidad.
Si tenemos diferencias con la Marcha Verde, debemos ver, a nuestro entender, que lo que significan estas movilizaciones va más allá del grupo concreto que las dirige en cierta forma. Esto tiene que ver con construir historia, esto es, posibilidades futuras en el contexto de un proceso que ya está haciéndose. En todo caso, si tenemos diferencias y creemos que nuestras posturas son las correctas, pues hagamos política posicionando lo que proponemos. El escenario está dado para ello claramente. Estas movilizaciones, en tanto parte de un proceso histórico, no le pertenecen a nadie; se equivocan y pecan de ingenuidad política los que, en esta coyuntura, quieran apropiarse de ellas. Hay que participar y estar ahí. Ir leyendo el escenario para que, eso sí, nos lancemos cuando haya que hacerlo con propuestas políticas concretas. Posiblemente, muy parecido a lo que logró hacer PODEMOS en España tras el famoso 15M.
De momento, sumemos a la movilización. Que esto tiene implicaciones simbólicas muy importantes puesto que verán los de arriba, los dueños de todo de las clases dirigentes y económicas, que son muchos los que están saliendo a las calles. Ellos que, como vimos más arriba, precisan de un pueblo desmovilizado y desanimado. Y verán nuestras masas empobrecidas (que aún no se han sumado mayoritariamente a estas movilizaciones todavía muy de clases medias) que sí se puede, y se debe, salir a la calle a exigir derechos. Y recordemos, por último, que lo simbólico crea materialidad. Es decir, realidad concreta. Es importantísimo estar ahí, marchando, este próximo domingo.