El economista hindú Dilip Rathe fue el primero en estudiar formalmente la importancia de las remesas a nivel mundial. Sus descubrimientos, que resumimos más abajo, son verdaderamente extraordinarios.

Hay en el mundo 232 millones de personas que han emigrado de sus países de origen, lo cual equivale a la población de Brasil. De estos, 180 millones proceden de países pobres. A pesar de que en promedio envían a sus familiares menos de doscientos dólares mensuales, su peso en la economía mundial es impresionante.

En 2013, el monto de las remesas se elevó a 413 mil millones de dólares, lo que equivale al PIB de Francia, quinta potencia mundial. India recibió 72 mil millones de dólares, suma superior a lo que genera su desarrollada industria informática. Egipto recibió tres veces más de lo que genera el Canal de Suez. Tajikistan recibió el 42 porciento de su PIB. Hay países, como Somalia, que literalmente viven de las remesas.

Pero la importancia de las remesas no es solo económica. Las remesas tienen muchos otras consecuencias positivas.

En el nivel de vida, por ejemplo. Del 1995 al 2005, Nepal sufrió una grave crisis política y económica. A pesar de ella, gracias a las remesas – envíadas principalmente de la India, otro país pobre -, en este período los nepalíes que vivían bajo la línea de pobreza se redujeron un 31 %.

En El Salvador, el porcentaje de niños que abandonaron la escuela fue menor en las familias que recibían remesas.

A pesar de todas sus bondades, las remesas tienen limitaciones. La primera son los altos precios de las empresas remesadoras: En promedio un 8 por ciento. Otro límite es el virtual monopolio de las mismas, o su joint venture con empresas estatales, como el correos, por ejemplo. Un tercer límite es la concepción – errada – de que las remesas están relacionadas al lavado de dinero. Hemos visto que el promedio de las mismas es menor que doscientos dolares. Resultaría poco eficaz para quienes lavan dólares – millones de dólares – tener que dividirlos en cantidades relativamente ínfimas.

Rathe propone medidas que eliminen estas limitaciones. En primer lugar, relajar las medidas contra el lavado de dinero para las cantidades menores de 1000 dólares. Segundo, eliminar las asociaciones entre las remesadoras y las instituciones públicas. Tercero,  incentivar a organizaciones sin fines de lucro a implementar sistemas de remesas que operen a precios razonables. Cuarto, promover la competencia entre empresas remesadoras de forma tal que sus precios bajen.

Rathe calcula que bajando el precio de las remesas a un 1 %, se desbloquearían treinta mil millones de dólares, cantidad mayor que la ayuda bilateral que reciben los países de África durante un año y similar a la ayuda que ofrecen los Estados Unidos, el país donador más importante del mundo. Esta enorme cantidad podría utilizarse para luchar contra el SIDA, para mejorar la educación, la salud y las viviendas.

En nuestro país, las remesas rondaron los cuatro mil millones de dólares anuales el año pasado. Esta cantidad ha ido en constante aumento en los últimos cuatro años, a pesar de la crisis. A este ritmo, no sería raro que las mismas igualen y hasta superen las exportaciones de zona franca, que rondan los cinco mil millones de dólares.

Por otro lado, si se compara este monto con el de las ayudas de la Unión Europea, por ejemplo, a nuestro país – cuyo picó alcanzó apenas cuatro millones de euros en 2007 – y se considera que de este último monto un gran porcentaje se queda en funcionarios europeos y gastos de operación de agencias europeas, se tendrá una buena apreciación de la importancia de las remesas.

Entendemos que el gobierno debería aplicar las recomendaciones de Dilip Rathe, a fin de incrementar aún más la importancia de las  ayudas más importantes que recibe nuestro país. Ayuda que proviene, irónicamente, de aquellos que se vieron obligados a abandonarlo…