Hoy no quiero referirme a libros de historia, ni a crónicas de memorias, ni a constataciones de estados de situación, ni a horizontes concretos de sentidos. No deseo, explícitamente pensar en abstracto, aunque por necesidad de oficio tendré que hacerlo a diferencia de Bartleby el escribiente.

Para desarrollar mi tema me concentro en el planteamiento de una situación hipotética posible y de ahí explicó mi experiencia respecto al caso desde el relato de una anécdota como medio para hacer entender lo que trato de comunicar.

Primero, invito al lector a imaginar una escena muy difundida sobre el descubrimiento de la presencia de la gravedad lograda por el físico inglés, Issac Newton.

Se cuenta que reposaba bajo el ramaje umbroso de un manzano, y de repente acontece algo normal, un fruto maduro, en plenitud frutal, cae a sus pies. Es un hecho cotidiano, rutinario.

Generalmente, las manzanas gotean del árbol del que se generan. Empero, el hombre de ciencia no se queda allí, agrega algo que transmuta el significado común del evento. Se cuestiona por algo que por así decir no está ante la vista de todos. Su reacción ante el acontecimiento corresponde al agregar un elemento que no se percibe por los sentidos.

En su interior se cuestiona, cuál podría ser ese elemento oculto que participa del hecho que se revela, pero que no sabemos describir en qué consiste ni cómo opera dentro de lo que distinguimos de lo que se percibe a simple vista. Y a esa incógnita -por mor de brevedad- supongo que la identifica como  una fuerza que actúa provocando el declive, la caída de la fruta. Esta supuesta toma de consciencia es lo que nos revela el cuento, el relato.

Newton vislumbra en este supuesto elemento presente, pero que se oculta, percibe allí el poderío de una nueva realidad enriquecida desde la suposición de que el elemento oculto dona al hecho un sentido prístino con el que antes no contábamos.

De hecho transforma la circunstancia de la caída de la manzana en un eterno arquetipo de un nuevo modo de contemplar y asumir el mundo; revela de esta manera una nueva forma de entender y de codificar lo real agregando al todo inmediatamente donado a la percepción sensorial algo que es intangible, que se constituye desde la construcción de un supuesto que es, pero que no se revela en el evento como tal en su inmediatez.

Deberíamos en este caso, hablar del descubrimiento de un contenido imaginario, irreal hasta ese momento, que se suma a lo que supuestamente acontece como evento.

Siempre he dicho a quien me ha querido escuchar que estimo el filosofar como un ejercicio creativo de un tipo especifico, como una modalidad de elaborar un relato imaginario, inédito al seguir reglas propias.

Pero para que se pueda tener un parámetro comprensible de lo que deseo expresar debo decir que entiendo por imaginación en sentido lato.

La imaginación para mí vendría a constituirse mediante la creación de horizontes psíquicos en que se desatan en un individuo o colectividad, se constituyen en un proceso creativo de orden interior a su propia experiencia, que permite al actuante interpretar con cierta libertad la información generada desde diversas fuentes no siempre conscientes ni homogéneas intrínsecamente, con el fin de crear una representación nueva.

Eclosionaría desde una dialéctica en que cuenta lo múltiple percibido y la vivencia propia de quien actúa al proceder a postular contextos, relaciones que son inéditas y que pueden llegar a constituirse como un  mundo más rico de lo inmediatamente dado sensorialmente.

Lo imaginario se constituiría como una capacidad superior humana. Entiéndase que al hablar de capacidad entiendo que quien la posee dispone de una forma de ejercer  dominio, de un poder o potencia, de una predisposición virtual de plantear posibilidades de orden y jerarquizacion de criterios y campos de sentidos abiertos.  Es así como podríamos proyectar y hacer “visible” lo “invisible”, lo imaginario.

Recurro ahora a intentar presentar un ejemplo que particularmente a mí me transformó en otra persona mediante la toma de conciencia de otra forma de percibir la realidad en el momento que descubrí la presencia de lo imaginario en la filosofía.

En mi caso se origina de una lectura primera, distraída y soñolienta de un párrafo del inicio de un libro, que después de la experiencia que relato a continuación ya no puede ser sino un texto paradigmático, dado que desde entonces su eterna presencia ocupa el centro de mi espíritu comprensivo como lector.

Tenía entonces dos años residiendo en Italia por estudios. Ya leía bien ese idioma dúctil, hermoso y extremadamente bien estructurado que es la lengua culta que por esos años aprendí a experimentar con mayor destreza que mi lengua materna. Me refiero al italiano toscano que en 1966, era el docto vehículo de comunicación en la Facultad de Letras y Filosofia de Florencia.

Era, el inicio del húmedo y friolento noviembre florentino, cuando a las siete de la mañana ya los alumnos esperábamos desde hacía una hora, en el exterior del aula magna donde tendría inicio la esperada  lección precedida de una media hora afortunada en la que podíamos conversar con mucho respeto pero con amplia libertad y sin temor, con el sabio profesor Eugenio Garin, sabio entre sabios, la persona más docta y sencilla que he podido conocer en el ya dilatado despejo de tiempo vivido como estudioso de filosofía y desplegado vida intelectual.

Ese día yo iba armado de un tesoro que me quedaba demasiado holgado para mis veinte años. El objeto de que hablo me había sido entregado a prima noche el día anterior, en la más espléndida señorial y antigua librería de la Patria de Dante, la Librería Seeber, reconocida como monumental por la más rancia intelectualidad europea,  visita obligada cuando se pasaba por Florencia mientras estuvo activa desde 1865 hasta que cerró sus puertas el año 2000.

Allí me tenian reservado el primer volumen del tomo I, de la primera obra de la canónica edición impecable de los libros de Nietzsche, editadas con pericia y rigor filológico único a cargo de los estudiosos provenientes del Partido Comunista Italiano y su imperio editorial, Giorgio Colli y Mazzino Montinari.

En esa ocasión, de este primer libro de la nueva edición solo llegaron dos ejemplares, uno destinado al profesor Garin y el otro, el solicitado por mí.

La tarde anterior en el cuasi mítico local  de La Seeber ya habíamos tenido oportunidad de encontrarnos y comentar sobre la edición que al momento permanecía intonsa, virgen, con las paginas cerradas, con los márgenes sin cortar. Privilegio reservado al que sea su descubridor como lector.

Cuando se presentaban estas ediciones virgenes, el placer del lector se constituía como un auténtico agregado de valor inestimable , abrir uno mismo las páginas impresas y degustar individualmente en soledad, la pureza de la impresión, la textura del papel, descubrir la tipografía y su carga volumétrica era un avance pleno de los goces del paraíso.

En el momento de la tonsura, el libro se abría ante tus ojos en una experiencia única e irrepetible para otro ser humano. Era en ese momento que lector y obra fundían y la lectura se transformaba en una experiencia única, eterna e ineludible.

Pero ahora el tiempo me impone despertar, y debo retormar al eje de mi discurso, la obra era el primer volumen de los dos tomos en que saldría: Umano, troppo umano

[ Humano, demasiado humano, según su traducción habitual al español].

A la mañana siguiente, con modestia y con cierto pudor ante mis compañeros de estudio, presenté mi ejemplar con perdida parte de su virginidad, que cubría toda la introducción de los editores y la primera parte del texto de Nietzsche.

Me había dedicado desde que regresé a casa aquella afortunada noche hasta tarde la madrugada a intentar sorber el mensaje de esas páginas.

El primer aforismo de la primera parte titulada muy significativamente: De las cosas primeras y últimas, lo leí varias veces pero me daba cuenta de que lo esencial me quedada fuera, no lo apresaba. No entendía el mensaje en su transparente formulación.

En la conversación matinal el profesor proporcionó, en un instante, un código, una cifra que resumía el modo de pensar de Nietzsche, y si la tomaba en cuenta la comprensión de su pensamiento se pondría a mi alcance, claro el texto tenía que ser pacientemente desglosado y asimilado en dosis lentas y reducidas, con mucha paciencia.

Insistió que el elemento determinante al asumir su lectura era poner en el centro la dimensión imaginaria siempre presente en la obra de Nietzsche. Este no es un erudito de la filosofia, sino alguien creador, un artista que al disponer de una consciencia metodología rigurosa, constitutiva mente jamás renunciaría al razón más destacado de su personalidad, su sensibilidad artística, su actitud ineludiblemente poética para analizar y asimilar el mundo.

El componente imaginario no se percibe por quien no lo ha experimentado como parte de su ser. Este se despliega como presente en la vivencia de las cosas pero solo algunos humanos están debidamente abiertos a esa dimensión, entrenados en el manejo de esa presencia misteriosa que solo trasluce en quienes se abren sin prejuicios, con cierta ingenuidad, sin prepotencia y con alegría a los juegos imaginarios que constituyen la riqueza y plenitud del ser.

¿Un ejemplo? Un verso de Rilke: Rosa contradicción pura / ser sueño de nadie / bajo tantos párpados. Citado de memoria.

Semejantes textos no actúan si solo son frutos de un mero ejercicio de tirar  y sumar palabras al desgarre en un espacio geométrico supuestamente predispuesto para la escritura, sino que esas propuestas son parte de un diálogo que el pensador va tejiendo con un entorno secreto que es su mundo infantil e insconsistente, y que incluye el tejido de su personalidad que integra actitudes, sentimientos, valores, palabras poéticas, experiencia dolorosas, recuerdos y olvidos, arquetipos y voces amadas que luego toman cuerpo en un pseudo lenguaje racional con apariencia objetiva, y la labor del lector filósofo es descubrir lo oculto y mensurar la carga anímica de lo propio para no falsear el texto con las mezquinas limitaciones de su ser contingente y egoista.

La lección se formuló en diez minutos, pero ese instante me revelo la insondable consistencia e importancia del elemento imaginario para la vida humana creativa, dirigida a prestar atención no a lo que aparecerá a todos con la misma consistencia en apariencia, sino a qué deberíamos atender, a aquello que está presente de una manera diferente y una en el evento en que consolida y se constituye como oidor y forjador de cosas extraordinarias.

Semejante experiencia, que no se revela como un objeto, sino que su presencia surge desde una actitud generativa, activa, que nace o surge sin que podamos dar reglas, criterios o normas de ciertos procedimientos que estemos obligados a seguir para llegar a un resultado feliz.

La única regla que rige la imaginación, pienso, es establecer desde un campo abierto de libertad ciertos parámetros innecesarios, o para decirlo de manera positiva, desde asumir criterios, aserciones hipotéticas caprichosas que elegimos, aparentemente por azar o de manera no plenamente consciente, pero que de manera intuitiva, indirecta, oculta, sentimos, percibimos, que tienen una cierta afinidad con lo que tratamos de vislumbrar.

Pero este es un campo donde, puedo afirmar desde mi vivencia, rige la total incertidumbre, la incerteza, la negación total de la actitud que domina hoy en nuestras vida, el cálculo, la planificación, lo utilitario, la prisa en forma de desasosiego.

Estimo desde esta actitud que ni en la creación de la obra de arte, ni en los sueños, ni en la reflexión filosófica funciona que nos establezcamos una meta de llegada, un fin.

Si el proceso ha de ser auténticamente creativo nos movemos en un territorio del que no conocemos su estructura, la orografía de los flujos, no conocemos sobre la  densidad del terreno, ni sobre la  consistencia o los límites de una región dominada por un sentido fluctuante como el ser.

En la imaginación somos seres errantes que esperan y labran en dirección de dar con posibilidades que nos conduzcan a diferentes territorios de los explorados, transitados, ansiados habitualmente.

Hay una expresión que amo y cuido con mucho recato, por ello no hablo mucho de ella ni la nombro. Es un monumento para el pensamiento creativo, es un templo para habitar en ella por mucho tiempo para intentar aprender a movernos en ello  con mucha pureza espiritual. Su autor es el pensador francés, Henri Bergson.

Su creador con su formulación busca orientar su investigación hacia la búsqueda de algo que el denominada como una Lógica de lo posible, o dicho en el contexto de este discurso mío en despejar direcciones o tendencias hacia un despeje del mundo desde un horizonte que pretendería guiarse por un ejercicio posible de juegos de las múltiples eventualidades que descubrir la imaginación.

La palabra de Bergson es la siguiente: Creo que acabará por hacerse evidente que el artista crea lo posible al mismo tiempo que lo real cuando ejecuta su obra, pues resulta claro que lo real es lo que se hace posible y no lo posible lo que se hace real. Creo que ahí el lector atento encuentra una cifra que resume todo lo dicho hasta aquí. [En Preludios a la posmodernidad, Academia de Ciencias de R. D., 2001, Ed. Buho, pp.165. La segunda es que el resaltado en negritas, es de quien estas palabras pergeña.

Creo que ya es tiempo de la despedida, se impone que libere al lector distraído en estas naderías filosóficas que a nada productivo llevan según la común opinión del vulgo cuasi infinito.

Me tomo la libertad de agregar solo otra referencia que estimo que no está demás. La primera es una necesaria cortesia para el lector interesado, que tal vez quisiera saber de que trata el tema del primer aforismos de la obra citada de Nietzsche, que lleva por subtítulo: Un libro para espíritus libres, -cayendo en lo anecdótico confieso que esa obra constituye en mi historia personal el cumplimiento de mi liberación personal, su presencia en mi existencia es la persistencia de mi revolución personal aún hoy en curso. En ella descubrí la liberación de la ideas de la ilustración y descubrí una forma nueva de ser histórico, me transformé en un ser moderno.

El texto fue publicado por su autor en 1878. Produjo muchos efectos personales e históricos. Fue la causa de la ruptura de Nietzsche con el universo de la cultura del nuevo imperio domesticada por las ideas antisemitas y elitistas sobre la cultura que implicaba las ideas que se plasman en la concepcion de la música de Richard Wagner, la música que reinaría oficialmente sobre la cultura alemana hasta el hundimiento del Tercer Reich.

El gran maestro de la cultura alemana liberada de semejantes efluvios demoníacos, el inmenso Thomas Mann, en diálogo con el maestro de la escuela filosófica de Frankfurt, T. W. Adorno elaboran un monumento cultural para interpretar las fuerzas secretas que se movían en ese espacio de sentido intelectual e histórico en el tiempo de ejecución del Holocausto, en la gigantesca obra hermenéutica en forma de novela que lleva por título, Doctor Faustus, comenzada en plena segunda guerra mundial en 1943 y publicada en 1947, con el subtítulo: La vida del compositor alemán Adrián Leverkühn.

Pues bien, para cerrar este ya interminable barroco antillano cito el aforismo inicial del que vengo tratando por este espacio escritural y que constituye el ilimitado océano en que hice por vez primera contacto con lo que significa el descubrimiento de la imaginación en la filosofía.

¿Cuál podría decir es la revelación que hace Nietzsche en ese aforismo inaugural de su obra de pensador fundamental de la modernidad?

Citó breves expresiones en que encuentro lo esencial de su aporte: Química de los conceptos y sentimientos: Los problemas filosóficos adoptan ahora de nuevo en casi todos los respectos la misma forma de pregunta de hace dos mil años: ¿Cómo puede algo nacer de su contrario, por ejemplo, lo racional de lo irracional, lo sensible de lo muerto, la lógica de la ilógica, la contemplación desinteresada del querer ávido, el altruismo del egoísmo, la verdad de los errores? Hasta ahora la filosofía metafísica soslayaba esta dificultad negando que lo uno naciese de lo otro y suponiéndoles a las cosas valoradas comb superiores un origen milagroso, inmediatamente a partir del núcleo y la esencia de la «cosa en sí». (…).Todo lo que necesitamos y es todo lo que hasta ahora nos ha venirlo faltando es la química del mundo moral, estético, religioso. También aquí las cosas más preciosas se extraen de otras viles y menospreciadas. Cómo puede lo racional nacer de lo irracional, la lógica de la ilógica, la contemplación desinteresada de la ávida, el altruismo del egoísmo, la verdad de los errores; ése es el problema de la generación a partir de los contrarios. Estrictamente hablando, no hay ninguna oposición, sino sólo una sublimación (algo habitualmente sustraído). [Texto traducción de Alfredo Brotons Muñoz, Editorial Akal, 1996, 2001 – Madrid, España].

¿Qué acontece aquí, en este fragmento, además de su manejo y manifestación de cómo debería actuar lo imaginario en la filosofía? Actúa en ello algo maravilloso y sorprendente en ese texto tan breve y genial, Nietzsche fundamenta la base de su método de destrucción de ideas hueca, formula la quintaesencia de su modo de filosofar con el martillo. Encontramos aquí formulada de manera plena y acabada la base de su pensamiento, el método genealógico.