El de la ignorancia, que tiene múltiples formas de manifestación, es uno de los peores males radicales de nuestra sociedad. Y de entre esas formas en que se hace patente, el analfabetismo es la más detestable, por injusta y porque bajo su imperio habita una de las mayores causas de la pobreza material y espiritual de un pueblo.
El analfabetismo ha sido siempre telón de fondo del oscurantismo político, la explotación económica y la exclusión social.
Que sobreviva aun en nuestro tejido social debería darnos vergüenza, porque vivimos en la era del conocimiento y de los más vertiginosos avances de la racionalidad tecnológica y consumo de sus versátiles artefactos. No por casualidad para Sócrates la ignorancia es un mal, mientras que el conocimiento es un bien para el ser humano.
Por esa razón la iniciativa de Estado auspiciada por el actual gobierno del presidente Danilo Medina bajo el nombre de Plan Nacional de Alfabetización Quisqueya Aprende Contigo, que procura mitigar, sino erradicar o diezmar definitivamente el flagelo del analfabetismo en la sociedad dominicana contó de inmediato con el respaldo y entusiasmo participativo de amplios sectores de la sociedad.
El programa alcanzó, desde sus inicios, un alto vuelo de cruzada pública, privada, individual y colectiva contra el mal ensombrecedor y miserable de la ignorancia, que de acuerdo con Balzac, es la madre de todos los crímenes. Por su enorme peso social, el plan educativo va de la mano con otro muy importante en su misión liberadora denominado Quisqueya Sin Miseria. Porque analfabetismo y pobreza son las dos alas de un ave de mal agüero.
De acuerdo al Boletín de Alerta Semanal del plan, adscrito a la Dirección General de Programas Especiales de la Presidencia (Digepep), al 26 de febrero de 2016, de la meta objetivo final, que comprende un total de 943,201 ciudadanos adultos y jóvenes, frente a un total de beneficiarios registrados de 961,866, se contaba a esa fecha con 549,120 egresados, de los cuales, 458,878 ya estarían certificados.
Una cantidad importante de ciudadanos, independientemente del plazo del programa y de la deserción y recuperación de personas durante el proceso, ha caminado desde las oscuridad hacia la luz, desde la esclavitud moral hacia la libertad de elegir, por medio de la alfabetización.
Que cierta parcela partidaria y determinado dirigentismo, que no liderazgo político preeminente, hayan pretendido instrumentalizar, con fines proselitistas, la iniciativa de gobierno y, falseando a potenciales recipientes de su certificado de alfabetizado, ese añorado “Ya sé leer y escribir”, hayan dado lugar, en franco gesto de ignorancia perversa, a un inhumano espectáculo, por demás terrible, como bien pensó Goethe de la ignorancia en acción, no equivale a un fracaso del proyecto del Estado.
También la manipulación de personas es una consecuencia de la ingenuidad del iletrado, por demás, necesitado y pobre, y de la perversidad del ignorante que presume de estratega político y de sabiondo.
Hizo bien el Gobierno en suspender de inmediato y temporalmente los actos de entrega de certificados, de manera que ese propósito sagrado y fundamental de un Estado democrático, el de educar a sus ciudadanos más desprotegidos y marginados, no se confunda con pretensiones proselitistas aun fueran de su propio partido.
La designación de una comisión independiente y multisectorial de la Junta Nacional de Alfabetización, para investigar el caso y rendir un informe veraz es otro gesto loable de las autoridades, que refleja ejemplarmente la seriedad con que diseñó y ha llevado a cabo la cruzada alfabetizadora y da muestras de que no flaqueará ante quienes atenten con el compromiso del Estado de doblegar el oscurantismo ladino.