Para los católicos nostálgicos que pensaron –o que todavía piensan- que con Francisco la Iglesia retornaría a los buenos tiempos del Concilio Vaticano II no debe ser fácil enfrentar la realidad de su papado tres años y medio más tarde. Francisco le ha puesto una cara más amable a la Iglesia y ha asumido elocuentemente la defensa de los migrantes y del medio ambiente, es cierto, pero en lo que respecta a los temas más polémicos, sobre todo de moral sexual y reproductiva, la Iglesia sigue firmemente plantada en la época de Pío Nono.

La realidad cruda y dura es que, más allá del genio de Francisco para las relaciones públicas, la Iglesia sigue estando del lado equivocado en la gran mayoría de cuestiones, incluyendo la anticoncepción, el aborto, la educación sexual, la diversidad sexual, el divorcio, el uso de condones para prevenir el SIDA, la masturbación, el sexo por placer, el matrimonio sacerdotal, el matrimonio igualitario, la fecundación asistida, la investigación médica con células madre, etc. Francisco ha sido particularmente decimonónico en lo que respecta a los derechos de las mujeres, sobre todo aquellas dentro de sus propias filas que aspiran a la ordenación sacerdotal, un tema que se rehúsa siquiera a considerar (“esa puerta está cerrada”, dijo) (1).

El atraso no se manifiesta sólo en el ámbito de la “teología pélvica” (2), como bien sabemos los dominicanos, que hemos sido testigos del apoyo de la Iglesia a las dictaduras de Trujillo y de Balaguer, de su incitación al golpe de Estado contra Bosch, de su apoyo a la invasión yanqui del 65, del antihaitianismo de la jerarquía y su aprobación de la sentencia TC 168-13, del encubrimiento de los curas pederastas, de las complicidades eclesiales con los gobiernos corruptos del PLD (personificadas por Agripino en el papel del cortesano favorito), del apoyo del Cardenal a los asesinatos extrajudiciales, del acoso eclesiástico al Embajador Brewster, etc.

En las últimas semanas hemos sido testigos de tres eventos de gran importancia para las democracias latinoamericanas, eventos que pusieron en evidencia la vocación inquebrantable de la Iglesia católica de promover el oscurantismo en el ámbito de la política secular. El primero fue el golpe de Estado constitucional contra Dilma Rousseff y el amañado proceso judicial que lo precedió, ante los cuales la Iglesia prefirió guardar silencio, lo que equivale a apoyar tácitamente a los neogolpistas.

En los inicios del proceso contra Dilma, la Conferencia de Obispos quiso aprovechar la situación para atacar a su rival Eduardo Cunha, el corruptísimo Presidente de la Cámara de Diputados, reconocido líder evangélico y principal promotor del impeachment. Pero parece que poco después los obispos decidieron que no les convenía un enfrentamiento público en torno a ese tema con los evangélicos, cuyo crecimiento acelerado en Brasil constituye uno de los grandes desafíos actuales del Vaticano. Está clarísimo, además, que los obispos no simpatizaban en lo absoluto con Dilma, la antigua guerrillera que se mantenía fiel a sus convicciones izquierdistas, la defensora de las causas feministas tan poco dada a la genuflexión política ante los jerarcas religiosos –quienes, no hay que olvidar, apoyaron a los militares golpistas de 1964 que la torturaron bestialmente durante meses.

El segundo evento a considerar es el plebiscito por la paz en Colombia, donde la supuesta neutralidad de la Iglesia también significó el apoyo tácito al NO. Al igual que en Brasil, la jerarquía prefirió apoyar implícitamente a la ultraderecha uribista, secundando el discurso demencial de los evangélicos según el cual el acuerdo de paz promovía el enfoque de género y los derechos de las personas LGBT (3). Con su postura, la Iglesia del liberal Francisco dio luz verde a Unidos por la Vida de Colombia, la Sociedad Lefebvrista de Colombia y otros grupos de la extrema derecha católica para que dieran rienda suelta a su paranoia anti-feminista y anti-LGBT en la campaña por el NO. Los grandes ganadores fueron Uribe y sus aliados conservadores, mucho más cercanos a las posiciones e intereses eclesiásticos que el gobierno actual, que hasta una ministra abiertamente lesbiana tiene en su gabinete.

Lo ocurrido en Colombia debe servir de alerta a los demócratas latinoamericanos sobre las nuevas estrategias políticas con que la ultraderecha religiosa de la región incita al rechazo de los avances de las mujeres y los LGBT en materia de derechos ciudadanos, para luego instrumentalizar ese rechazo hacia otros fines. Es decir, primero incitan al backlash de la feligresía con el discurso cada vez más estridente contra “la ideología de género” y a favor de la familia (léase: contra el aborto y el matrimonio igualitario); una vez que las bases están bien enardecidas, las movilizan a favor de otras causas conservadoras, como el NO a la paz en Colombia o el rechazo a la reforma constitucional mexicana, nuestro tercer evento a considerar.

El caso mexicano ilustra el funcionamiento de esta estrategia a la perfección. Me refiero a la marcha multitudinaria contra el matrimonio igualitario que tuvo lugar el mes pasado en México, culminando meses de intensas coordinaciones entre diversos grupos conservadores, desde el Opus Dei hasta la evangélica Unión Nacional Cristiana por la Familia. El objetivo visible de la movilización fue la iniciativa del Presidente Nieto que busca el reconocimiento constitucional del matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero el objetivo real de la jerarquía católica y del Vaticano es derrotar al PRI en las próximas elecciones presidenciales a fin de lograr el retorno al poder del PAN, el más conservador y más católico de los partidos políticos mexicanos desde la época de los Cristeros (uno de cuyos ‘mártires’ Francisco acaba de canonizar, por pura coincidencia).

Recordemos que el PRI fue el heredero de la Revolución Mexicana de 1910, que instituyó el régimen político más laico del continente, con una separación Estado-Iglesia más estricta que la de los EEUU. Entre 1929-1989, cuando el PRI gobernó ininterrumpidamente, en México se mantuvieron vigentes disposiciones constitucionales y políticas públicas que imponían severas limitaciones a la Iglesia en materia de participación política, derechos de propiedad, exoneración de impuestos, participación en el sistema educativo, propiedad de medios de comunicación, etc. En los años 90, tras la llegada del PAN al poder, empezó el relajamiento progresivo de la laicidad del Estado mexicano, proceso que la Iglesia quiere retomar con más fuerza ahora. La anticipada derrota electoral del PRI en las próximas elecciones será el resultado último de una estrategia política en la que la Iglesia apoya electoralmente al PAN a cambio de un número cada vez mayor de concesiones institucionales, económicas y políticas para sí misma.

Todo lo cual nos trae de nuevo a la República Dominicana, donde el obispo Masalles y sus aliados católicos de ultraderecha también organizaron hace unos meses su marcha multitudinaria a favor de la familia; donde Agripino negocia los intereses del gobierno en tres frentes diferentes; donde el arzobispo acuerda con el alcalde de Santo Domingo la construcción de nuevas iglesias con fondos municipales; donde se rumora insistentemente que Leonel, Vincho y Masalles han formado una alianza para bloquear la despenalización del aborto en el Senado, a cuyos miembros presionan insistentemente.

Es el status quo ante con una sola salvedad: en lugar de López –Pitbull- Rodríguez, ahora tenemos un arzobispo más amable, que no anda insultando a la gente ni despotricando todo el tiempo contra los haitianos. Es la versión criolla del gatopardismo vaticano actual: todo cambió, nada cambió, excepto el rostro tras el cual se esconden las mismas prácticas. 

NOTAS

  

(1) La frase completa, pronunciada en julio del 2013 ante los periodistas que lo acompañaban en el avión papal, fue: "Sobre la ordenación de las mujeres la Iglesia ha hablado y ha dicho no. Lo dijo Juan Pablo II con una formulación definitiva. Esa puerta esta cerrada".

(2) La frase se atribuye a Daniel C. McGuire, profesor de teología católica de la Universidad de Marquette, un centro de estudios jesuita en Milwaukee.

(3) Ver Nicholas Casey, “El resultado del plebiscito revela profunda tensión entre corrientes progresistas y conservadoras”, en el New York Times del 11 de octubre 2016. http://www.nytimes.com/es/2016/10/11/el-resultado-del-plebiscito-revela-profunda-tension-entre-corrientes-liberales-y-conservadoras/?action=click&contentCollection=Americas&module=Translations&region=Header&version=es-LA&ref=en-US&pgtype=article