En su libro “La doctrina social de la Iglesia”, C. Van Gestel (1961) destaca que la reprobación del capitalismo por el Vaticano se resume en dos aspectos fundamentales: un poder ilimitado sobre la propiedad sin subordinación al bien común y la negación o desconocimiento resultante de la dignidad humana de los trabajadores por parte del jefe o dueño de la propiedad o del capital.

El tema había sido abordado por los cardenales franceses en una carta de septiembre de 1949, en la que expresan la necesidad de que se sepa que “hay en la noción misma del capitalismo, es decir, en el valor absoluto que confiere a la propiedad sin referencia al bien común y a la dignidad del trabajo, un materialismo inadmisible dentro de la enseñanza cristiana”.

Un lustro después, en abril de 1954, la cuestión fue nuevamente planteada por el episcopado francés, en el que recuerda “las graves condenas lanzadas por los soberanos pontífices” contra lo que llama “los abusos del capitalismo liberal”. Otra carta pastoral  de 1955 de la jerarquía católica francesa  resalta “la fuerza ilimitada que este sistema (el capitalismo) da al dinero, el inquietante reparto de bienes que ella representa, la opresión de las personas por el sistema económico son cosas gravemente contrarias a la ley de Dios”, concluyendo que “es un deber (cristiano) luchar contra los tales abusos”.

Una carta pastoral de los obispos estadounidenses de 1986, sobre los conceptos de riqueza y pobreza, dice que” a la preocupación bíblica por la justicia por los pobres, corresponde una atención omnipresente hacia los peligros de la riqueza”, añadiendo que los bienes terrenales “son para ser disfrutados y Dios da abundancia material a un pueblo que le es fiel, pero grandes riquezas son percibidas como peligrosas”.

Sin duda un debate que a pesar del tiempo apenas comienza y cuya esencia contradice los favores que a la iglesia dominicana concede el Concordato.