El desconcierto de las sociedades hoy incluye no solo los impactos de fenómenos naturales alterados por unas relaciones agresivas del ser humano con la naturaleza, sino también por enfermedades reiteradas, nuevas enfermedades y pandemias que se multiplican de manera rápida en el mundo y muchas enfermedades afectan a millones de personas. A estas desventuradas realidades se suma un mundo sin ideología, sin paradigmas y sin resignación, incluida la religiosa que atraviesa por igual sus dolencias litúrgicas y de credibilidad a pesar del vacío existencial que vivimos.

La globalización se tiene como un paradigma del gran capital internacional, no necesariamente un proyecto de la sociedad y por ello su destino es incierto dado que solo se beneficia una parte reducida del gran capital y sectores pequeños de las sociedades periféricas que se alimentan de este modelo de circularidad del capital, las finanzas y los beneficiarios que se nutren de este sistema mundial de desarrollo.

La globalización encierra un modelo que regula el mercado internacional, el comercio y marcos legales y las acciones de gobiernos y economías dentro de pautas ordenadas o aprobadas por el concierto de naciones capitalistas y la cúpula de los países dominantes de la economía mundial y sus centros de poder financieros.

Ante tantos nubarrones, la humanidad siempre encuentra un ánimo esperanzador porque la humanidad no sucumbirá ante el desmoronamiento de liderazgos, modelos, paradigmas y desconciertos

El capitalismo atraviesa contrariedades que lo ponen en entredicho en cuanto a su eficiencia, efectividad y validación social. La economía liberal que le sirve de soporte se cuestiona en tanto y su festín y libre movilidad, sobre todo, del gran capital, su circularidad y destino final de beneficio de la riqueza producido a nivel mundial, no termina de generar las expectativas prometidas.

Ya no podemos oponer a ese capitalismo hoy, el socialismo. Este también ha colapsado antes de lo previsto. Los modelos que nos venden como socialistas, en los hechos no lo son: China, Cuba, Rusia, Venezuela, Corea del Nore. Si pasamos a analizar estos regímenes en su composición y acciones son dictaduras con ribetes populistas algunas y otras abiertamente de economía mixta y muy pocas libertades ciudadanas, teniendo a una cúpula del partido, como la nueva clase dominante beneficiaria de la riqueza que se produce en estas sociedades.

El centro del capitalismo, como eje articulador de este, no defiende abiertamente la sociedad burguesa y sus bondades, por tanto, no hay ni ideología ni paradigma burgués, solo en estas sociedades sus gobiernos enarbolan la democracia como parte de su antigua utopía, esta queda como residuo maltrecho de la burguesía inicial. Los demás dones favorables de la burguesía no se mencionan: el desarrollo de una economía para beneficio de toda la sociedad, reducir la pobreza heredada del feudalismo, la igualdad de derechos para todos, la equidad social y todo el avance de la ciencia y la tecnología al servicio de todos y todas.

Estos principios no se tienen como guía de acción, son simple enunciados hoy, por tanto, no existen como paradigma del capitalismo que, ante el fracaso de la efectivad del socialismo, el capitalismo sigue respirando. El socialismo ha demostrado grandeza en la ideología de adocenamiento de las poblaciones, efectividad en la centralización de las fuerzas alrededor del estado y el control social de sus pobladores, ha sido deficiente, sin embargo, en lo relativo a la producción, la eficiencia económica, con libertades ciudadanas limitadas, la alimentación de sus pobladores, la equidad social, la eliminación de la pobreza, que sigue como materia pendiente, y el militarismo se traga sus presupuestos.

Tampoco pueden estos regímenes, levantar la ideología que les sirvió de base para llegar al poder, rápidamente abandonan su ideología inicial e instrumentalizan desde el poder, la manipulación de las masas a través de un control de la información y social para evitar reacciones y por protestas, por tanto, caen en formas dictatoriales del ejercicio del poder. Se pasan la vida hablando de la amenaza del capitalismo a la seguridad nacional, y sobre esa base justifican sus deficiencias internas y el exceso de los gastos militares y la pobreza de la producción y bienestar social en sentido general.

Hoy pues no tenemos paradigmas, pues la globalización no fue un paradigma social, es de grupos de poder que terminaron imponiendo como modelo obligatorio este sistema de dominación internacional. Sus resultados son hoy deficientes y producen inequidades exageradas entre las economías de los países, modelo ya viejo de pobres y ricos, antes desarrollados y subdesarrollados, tercermundistas y primer mundo. Como quiera la desigualdad mundial sigue y el capitalismo no ha podido ajustar sus desigualdades, que son propias a su deficiencia estructurar para alcanzar los niveles del desarrollo prometido.

Ni una ni otra ideología se levanta con orgullo y convicción de los distanciamientos que se han producido de las líneas matrices con las que fueron promovidas en su momento histórico. Por eso decimos que hoy no hay ideología, no hay paradigmas entusiastas de los grupos humanos, y ausencia de una ideología que levante y promueva la esperanza de un sector social como antaño se produjeron.

No olvidemos que los burgos eran comerciantes que residían alrededor de los castillos y marginados del poder, a través del mercadeo de bienes, acumularon riqueza y definieron otro futuro convirtiéndose en los motores del capitalismo y la burguesía, siempre vendida como superior al antiguo régimen feudal.

El socialismo de finales del siglo XIX comenzó a torcerse temprano en la Rusia soviética con José Stalin, sin embargo, al capitalismo en esas primeras décadas del siglo XX, les preocupaba el reparto del mercado internacional y la acumulación de sus centros de poder, que los llevó a dos confrontaciones mundiales.

Es luego de la Segunda Guerra Mundial cuando se advierte de una nueva y beligerante lucha, la ideología, ante el poder heredado por Rusia soviética y EE. UU., siendo la Guerra Fría su forma expedita de conflagración a través de terceros y lo ideológico se hizo frontal entre dos modelos que eran o se vendían diferentes en lo económico, lo político y lo ideológico, constituyéndose los dos paradigmas del momento: capitalismo y socialismo, ambos resquebrajados por sus propias contradicciones, en los motivos de la conflagración internacional.

Hoy no tenemos resultado de esa lucha que sea favorables a un futuro promisorio y el mundo está en un gran laberinto en que ni las religiones contribuyen a despejar el porvenir, puesto que ellas son también parte del descalabro de legitimidad por la que atraviesa el mundo moderno cuestionado hasta en sus propias entrañas fundacionales de los últimos siglos.

Sin esperanzas, sin paradigmas, sin proverbiales discursos, estamos en un punto de inflexión en el que, o el imaginario humano se inventa un recurso que sirva de catarsis de vida o modelo económico integrador que nos incluya en los beneficios, o nos abocamos hacia un vacío pronunciado de las ideas.

No creo que las sociedades están en condiciones de crear otro paradigma esperanzador apoyado en una ideología perfeta, las ideas están bajo la mirada de la desconfianza social. La religión, tampoco ha sido impoluta en esta travesía crítica que vive el mundo, sus líderes, doctrinas y practicas que también se cuestionan, y cada vez más debilitada por su secularización creciente.

Finalmente, ante tantos nubarrones, la humanidad siempre encuentra un ánimo esperanzador porque la humanidad no sucumbirá ante el desmoronamiento de liderazgos, modelos, paradigmas y desconciertos como el que vivimos. Por eso queda solo esperar y contribuir a una mejor vida, al bien común y regular los excesos de los estados, gobiernos, instituciones y el capital desbordado que logra beneficios y acumulaciones insultantes ante tanta pobreza, exclusión y famélicas poblaciones, enrostrando no solo el abuso de esta acumulación, sino la deshumanización que le compaña. Ante el abismo que nos espera, la esperanza es lo último que se pierde.