Cuando algún dominicano cercano, movido por su derecho a extrañarnos, no dice que nuestro país es del que venimos y no México, mantengo un interno desacuerdo. Un criterio equipado de cariño y deseo legítimo de tenernos cerca motiva esa opinión con frecuencia. Sin embargo, aquí nunca me he sentido en el extranjero. Es eso tan difícil de explicar y, a la vez, tan claro vivirlo.

El interlocutor, que a veces es un pariente, y otras un amigo que nos extraña, parte de una premisa sólida. Mi esposo y yo somos dos migrantes tardíos, que dejamos la isla después de los cincuenta años. Hay raíces emocionales y profundas, que cruzan 2,250 metros de la altura y bajan desde Ciudad de México hasta el nivel de mar de Santo Domingo.

Como bien me observó Frank Abate un día, dándome una pista de la respuesta que busco, no salimos solo a otro país cualquiera. Vinimos a uno con el rasgo geográfico, cultural, histórico, económico y político de un continente. Agrego a la idea de mi amigo, que este nos arropa. Aquí encontré rutas desandadas en las relaciones bilaterales entre los dos países, más allá de las comerciales o de inversión, que me llevaron al rescate de un tiempo en que era México, por encima de los Estados Unidos, una fuente primaria de fortalezas para la República Dominicana.

Cuando ando sus caminos por tierra y por aire, si bien encuentro paraísos dorados como Oaxaca, al que llegas cruzando tantos volcanes empinados que parecen una siembra labrada por alguna deidad maya; o territorios distintos al insular, como la escena templada de Nuevo León; están estos otros, más pegados al Caribe, dónde me sorprenden los rasgos comunes. Al recorrerlos no dudo en entender que por esos bordes en algún momento se despegaron las Antillas, cuando la Pangea hizo su mitosis, para dar vida a nuestros pequeños pero fértiles territorios.

He andado en vehículo el Estado de Veracruz, que parece madre paridora de La Romana y La Altagracia. Mérida tiene un encanto oceánico como el de Puerto Plata. Los valles al sur de Tijuana, agrestes y exóticos, son ideales para el cultivo de vides como Neiba por su parecido paisaje. Es La Vega una pequeña Puebla, y Samaná una bahía que aparenta desprendida de las de Huatulco cuando las placas tectónicas se despegaron.  No obstante, mal haría en reducir la sensación de hogar que me provee México a una observación geológica o poblacional.

Pasaría lo mismo si lo limito a lo profesional. Si algún amigo mexicano, en su amable afán de que no perdernos, nos persuade con buenos argumentos que convencen de que aquí tenemos más oportunidades de desarrollo que allá, tardo rato explicando que nuestra diminuta isla, a los ojos de ellos, es algo más que un litoral de bellas playas.

Bartolomé de las Casas pasó del funesto oficio de encomendero a líder espiritual y social en Santo Domingo y en Chiapas. Renacimos a la libertad por una misma voz humanista, cuando solo éramos colonias de ultramar de un mismo imperio monárquico. Como dato extraordinario, un nieto de Pedro Henríquez Ureña vive hoy día en el Estado de Chiapas, andando las utopías de su abuelo. En su caso, estudiando las lenguas de los pueblos originarios para darles la dignidad merecida.

La lista de identidades comunes entre México y República Dominicana es larga y tomaría varias entregas. Van desde la pasión por béisbol hasta la indiscutible influencia estadounidense en la vida económica de nuestros países. Con pena, debo agregar en esa lista que enfrentamos similares desafíos en la lucha contra la corrupción y la violencia.

Sin embargo, la clave de la respuesta que busco para quienes insisten que no pertenezco a este otro país, no la encontré en los rasgos geográficos, culturales, económicos o políticos.

Asistí a la sede de la Embajada Dominicana en México, en ocasión de evento sorpresa pagado de su presupuesto personal por los funcionarios públicos que trabajan allí. Se celebró un almuerzo en honor a la embajadora María Isabel Castillo, por motivo de su cumpleaños, lo que habla bien de ellos y del liderazgo que la diplomática permea.

Encontré en el grupo presente, que tuvo la cortesía de invitarme en razón de mis responsabilidades al frente de la Cámara Binacional de Comercio y Servicios México-República Dominicana A. C. (Cabimex-RD), un motivo que nos une más allá del trabajo. Entre el coloquio ameno y los fabulosos platillos del chef Miguel Sánchez, hallé una explicación sublime.

Entre esos comensales encontré un eco de mi inquietud. A ellos les dicen también, como a mí, que andamos prestados en México. Incluso aquellos con lazos maritales de décadas. Cada uno en la mesa llegamos a México en diferentes épocas y por motivos variados. Algunos familiares como doña Eneida López Rodríguez, pasada cónsul dominicana por veintiséis años, que llegó en 1968 a Monterrey por motivo de matrimonio. Otros en la mesa vinieron directamente en labores profesionales o por estudio. Y están los casos más significativos, como el de Madeline Jiménez, artista conceptual dominicana, que llegó tras la búsqueda de una expresión hace más de quince años.

La clave de la respuesta la encontré en el corazón y sentido de pertenencia reflejado en la camaradería de ese grupo de personas, que se tratan como amigos y donde se percibe una clara dinámica de trabajo en equipo, siendo su trabajo precisamente crear puentes entre los dos países. Los finos detalles decorativos organizados por Carolina Pérez en la mesa, hizo de la fresca tarde chilanga una costumbre de patio dominicano.

Escuchando las fascinantes historias de vida de cada uno (la de doña Eneida alcanza para una fabulosa novela), sus reflexiones sobre el curso de la diplomacia comercial y cultural que bajo el liderazgo de la embajadora emprenden,  así como las explicaciones del chef Miguel Sánchez sobre la ecuación química detrás de cada una de sus recetas, encontré esa tarde la metáfora exacta para describir lo que ha significado mi estadía en México.

Sánchez, español de origen, ha recorrido América continental e insular en labores de conquista. No lleva espada ni cruz, sino su aguda experimentación gastronómica.

Ideó un ceviche dominicano con kampachi curado con coco y ají, plátano a dos texturas y aceite de cilantro. No sabía yo si esos aguachiles me los había preparado Ara, nuestra auxiliar en casa por los últimos tres años, o estaba de regreso en casa de mi suegra doña Eva Ramírez, quien hace los mejores plátanos al caldero.

Continuó con una molleja de corazón, puré de batata y almendras fritas y aceite de achiote, y dudé si estaba en la cocina de mi hermana Leticia o en la de la mamá de Omar, mi compañero de estudios oriundo de Oaxaca.

El chef, que además iba explicando cada plato con una motivación, siguió con un dorado al vapor en hoja de plátanos, puré de yuca y su crujiente­, guineos, aceite verde y flores. De repente, la comida que se hacía los veinticuatro de diciembre al mediodía en casa de mi tía Leticia Pagán, volvió a mis sentidos como un pasaje de Como agua para chocolate (1992).

No le como cerdo a cualquiera. Pero ese lechón confitado por treinta y dos horas, acompañado con un puré de mangú y pico de gallo de hierbabuena, se lo acepto a este chef con gusto, porque me colocó en la finca de mi compadre Héctor Luis Lahoz, con su caja china y natural bonhomía, como también en los buenos ratos que pasé en mis visitas laborales a Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey en el norte de México, donde los norteños bailan música caribeña y saben de béisbol como el que más.

Una tarta de queso estilo País Vasco con aguacate dulce como pre-postre, me sentó en casa de mi comadre dominicana Anita Valdez y de mi amiga michoacana Pamela Atamoros al mismo tiempo. Finalmente, Miguel Sánchez encontró, creo yo, algún ejemplar de Mujer 2000 y otro de algún cocinero poblano para traer un toffee salado con puré de habichuelas dulces, crumble de canea y flores ácidas, y ya no supe en que fantasía quedé entra esas que considero mis dos tierras.

Me sorprendió que fuera tan simple la respuesta para quienes me dicen por qué me creo tan de aquí como de allá. La identidad comienza en las cocinas y me he sentado en muchas mesas hogareñas de este lado que me han hecho sentir también en casa.

Feliz cumpleaños embajadora Castillo, gracias por reunirnos en una tercera misión más allá de la oficial y comercial, la de explicar estos profundos sentires humanos.