Un sector de la prensa dominicana, proyectando la falsedad de que “los haitianos” rechazan la ayuda dominicana tras la devastación del huracán Matthew, ahora se dedica a generar el desprecio de los dominicanos contra los haitianos en un momento en que Haití sufre una terrible e histórica tragedia humanitaria. Un acto de la irresponsabilidad e inconsciencia más absolutas. Veamos: es cierto que la élite haitiana se ha pronunciado contra la ayuda dominicana que llegó por toneladas a Haití hace varios días. Y cierto es también que ha condenado que militares y elementos gubernamentales dominicanos entren a territorio haitiano a coordinar la entrega de dicha ayuda. Sin embargo, en ese contexto, hay que preguntarse, ¿en qué condiciones vive esa élite en comparación a las condiciones de vida de la masa haitiana? Y, por tanto, ¿una élite que, mientras muchos haitianos hasta mueren de hambre, vive en el privilegio representa ese pueblo y habla por él?
¿Lo que un haitiano rico de Cabo Haitiano o Puerto Príncipe, muy cómodo en su aposento, piensa sobre la ayuda dominicana a los damnificados del huracán, tendrá algo que ver con lo que sobre lo mismo debe estar sintiendo (más que pensando) un haitiano que se quedó sin casa, sin ropa, sin comida, sin nada, tras el paso del huracán? Esa élite haitiana vive específicamente de la miseria y exclusión de la mayoría de los haitianos. Para que persistan sus privilegios debe pugnar por la existencia de estructuras políticas y económicas (y derivado de ello unas subjetividades y sentido común instalado en la mente de las mayorías haitianas) que específicamente crean condiciones de colonialismo y desarraigo internos que excluyen una masa haitiana que ha naturalizado su paupérrima condición de vida y tales injusticas. Y con ello una masa despolitizada, mentalmente colonizada y apartada de la política en tanto considera, lo concerniente al poder político y la toma de grandes decisiones, algo que no le incumbe en el contexto de su “incapacidad” e “inferioridad”.
Pasar juicio al pueblo haitiano en este momento de tragedia, en función de las expresiones de su élite, no solo es propio de gente idiotizada, es también una forma de insolidaridad porque, se supone, uno da al que necesita sin esperar nada a cambio. El que da de verdad lo hace por convencimiento, para ayudar al necesitado. Si usted da esperando agradecimientos y/o salvaciones divinas, no está dando nada: lo que está haciendo es una transacción tipo inversión para luego capitalizar/recibir. De modo que, hermanos y compatriotas míos dominicanos, actuemos con más responsabilidad e inteligencia a la hora de asumir posturas y opinar sobre los hermanos haitianos. Haití no es su élite, sino que su gente; una gente que la está pasando muy mal en estos días y que, por consiguiente, hay que ayudar sin esperar retribuciones. Y, en un sentido estratégico, al mediano y largo plazo, a República Dominicana le conviene que Haití se recupere para tener un vecino y socio con el cual, entre otras cosas, comercializar y evitar que oleadas de haitianos hambrientos entren a territorio dominicano. Esto último es muy simple: República Dominicana es de por sí un país empobrecido afectado por problemas estructurales históricos, la rapacidad de su élite y la corrupción de sus políticos, de modo que no está en la posición de recibir más pobres provenientes de otro país. De ninguna manera.
Pido mesura, y sobretodo, solidaridad y amor para con nuestros hermanos haitianos. Y, en este caso concreto, que tengamos claro que así mismo como la élite haitiana vive de la miseria de la mayoría de los haitianos, la élite dominicana, racista y clasista hasta la médula, la cual habla a través de esa prensa que hoy atiza el odio de los pobres dominicanos hacia los pobres haitianos, tampoco representa a los dominicanos de a pie. Las élites ricas de países empobrecidos, en los cuales persisten esquemas de colonialismo interno y una biopolítica sustentada en la idea de raza o la línea de color, como ocurre en Haití y República Dominicana, son enemigas de los pueblos. Por tanto, es condición obligatoria socavar, mediante acciones políticas y la movilización de la gente, sus privilegios para que haya mejores condiciones de vida para las mayorías excluidas y racializadas, hoy día sus víctimas y siervos. Cuando me hablen de Haití que me hablen de los haitianos, su gente de a pie, no de unos vividores y explotadores que emiten opiniones y lanzan odio contra los dominicanos desde mansiones con aire acondicionado. Esos haitianos de a pie, muchos de los cuales ahora van a comer gracias a la ayuda dominicana, sobre todo los niños, que lo único que les queda es la vida, están agradecidos de los dominicanos. Lo que pasa es que no tienen cómo expresar lo que sienten, como sí lo tienen los abusadores haitianos ricos.
El mundo nos está mirando queridos dominicanos: no quedemos retratados como gente torpe que se deja manipular fácilmente a partir de titulares de prensa torcidos; no quedemos como gente insolidaria e inhumana que, ante un momento de sufrimiento de los haitianos, a lo que estamos pendientes es a ver si agradecieron en lugar de ver qué hacer por ayudarlos más y si están mejor. Cuidado con lo que proyectamos. No somos así. Eso no es lo que aprendí de mis abuelos, allá en Yuna, campito humilde en San Francisco de Macorís, donde mi abuela todos los días enviaba comida a los vecinos por si no tenían, y sin esperar nada a cambio. En ese mismo campito hoy día conviven dominicanos humildes y haitianos humildes sin mayores problemas.
Esto, al final, de lo que se trata, es de ricos que viven de los pobres. En esa perspectiva de las cosas, queda claro que los pobres haitianos y los pobres dominicanos son víctimas de los mismos: las élites ricas en cada lado de la Isla que los desprecian, subyugan, no pagan impuestos, viven en otro mundo, no se parecen a ellos ni física ni mentalmente y son aliadas del capitalismo internacional deshumanizador y rapaz que explota inmisericordemente los empobrecidos y condenados del mundo.