“En la huella nos hacemos con las cosas… es la aparición de una cercanía, por lejos que pueda estar lo que la dejó atrás” (Walter Benjamin).

La huella es el rastro, señal, vestigio que deja alguien o algo, hombre o animal en la tierra por donde pasa, define el Diccionario en línea de la Real Academia de la Lengua Española. Leyendo esta referencia, no podemos pasar por alto la frase famosa del rey Atila (año 451), el terror de los romanos, al frente del grupo bárbaro de los hunos cuando dijo: “Por donde mi caballo pisa no crece el pasto”. Queda bien claro, que las huellas son el retrato de quien las deja. Los cazadores experimentados conocen a sus presas por las huellas, y los expertos naturalistas identifican especies siguiendo esos trazos. Las huellas son espejos y delación. Delatan nuestra manera de vivir y relacionarnos con el entorno donde vivimos, convivimos y sobrevivimos.

La huella ecológica, es un concepto usado por primera vez en 1977, que debemos a Martin Rees y Mathis Wackernagel de la Universidad de Columbia Británica.  Es un indicador del impacto que producimos en el planeta (comunidad, país),  por las actividades humanas que realizamos en el estilo de vida que hemos asumido como ideal. Podríamos decir que es la superficie o cantidad de tareas de terrenos que necesitamos cada uno, para satisfacer nuestras necesidades y para reciclar el CO2 que producimos, viviendo en un nivel de bienestar y dignidad.

La huella ecológica, tiene que ver con lo que producimos y consumimos (alimentos) , vivienda, infraestructuras, equipamientos, desechos generados en el suelo, el agua y la atmosfera. También incluimos el volumen  de agua utilizada en nuestros quehaceres, la energía, el transporte, la capacidad de los ecosistemas ecológicos para absorber los residuos generados durante el proceso de producción y el uso de los productos finales (biocapacidad), la erosión y contaminación del suelo, la pérdida de biodiversidad o la degradación del paisaje para acomodar nuestra manera de vivir etc.

“La huella no es únicamente un indicio de hechos acontecidos- W. Benjamin-, la huella es ante todo, donde el pasado puede construirse y actualizarse en el marco de las interrogaciones que el presente le dirige a la historia”, la forma como hemos respondido a nuestras necesidades y demandas ante la naturaleza y ante el futuro que debemos construir ahora, con nuestras equivocaciones y aciertos.

Todos tenemos la misma huella ecológica? Pues no. Como país tenemos una medición de la huella ecológica, que en estos momentos está por encima de nuestra capacidad. Es decir que hace tiempo que necesitamos casi tres República Dominicana para satisfacer las necesidades de cada dominicano. Somos el 2do país de Latinoamérica, con 2.7 de huella ecológica, detrás del Salvador (3.4) y superamos la media mundial que ronda en 1.6. Y sin hacer grandes esfuerzos en razonamientos, hemos cogido fiao a la naturaleza, ya que la población que tenemos y los recursos, bienes y servicios de la naturaleza están comprometidos con nuestro estilo de vida de despilfarro y consumo insostenible. Estamos tomando más que lo que nuestro entorno puede ofrecernos y eliminamos más residuos de lo que puede soportar.

Así como hay países que tienen un nivel de confort, producción y consumo alto, tienen su huella ecológica alta. Cito a Estados Unidos, Australia, Europa, Japón, China y colocamos en ese paquete a la India que tienen y trabajan aún por unos estándares de vida para sus poblaciones, que rebasa en más de un 200% su biocapacidad. Ejemplo, un ciudadano gringo tiene como sombra una huella ecológica de 9.6, haciendo uso del espacio que le corresponde a otro ciudadano del mundo. ¿Y en nuestro país pasa lo mismo? Por supuesto, hay quienes viven un estilo de vida, un confort y derroche que están usando el espacio y los recursos que le pertenecen a otros, y generando más de los residuos que puede soportar y asimilar el medio donde vivimos, para desgracia de todos.