Realidades
Lo que acontece en tiempos de pandemia no es solo cuestión de “dolor y tristeza en cada rostro” (Daniel Defoe). La última de las pandemias conocidas, la del Covid-19, irrumpió en la cotidianidad del mundo y particularmente en la dominicana en medio de difíciles decisiones pendientes de índole social, económica y política.
A nivel social ni qué decir de la desigualdad que se impone por todos lados, incluso en aquellas sociedades que más admiramos por estar adecuadamente institucionalizadas y donde se respeta el debido proceso de la justicia y sus consecuencias. Incluso allí, en estos precisos tiempos, por doquier se habla de buscar una “respuesta a la era del malestar” (Joseph E. Stiglitz) generado por un capitalismo ajeno al progreso y desarrollo humano; o, sencillamente, se aboga de manera docta por “la abolición de los billonarios” debido al “capital” y las “ideologías” (Thomas Piketty”) dominantes.
En función de ese marco de referencia -teórico, si no ideológico y transido- aparece la realidad crítica de una democracia encarnada en la igualdad que la niega: la del 1%, por el 1%, para el 1%. Quienes quieran que sean esos unos tienen a todos los restantes como excluidos de todo menos de la miseria y la frustración de expectativas que encandilaban a tantos hoy día justamente indignados.
De ahí el debate al que en sordinas somos convocados debido, -no solo pero también- al belicoso ataque del coronavirus que ha dejado abierta y sangrando esa herida real.
Decisiones fáciles
El impacto económico de la actual crisis sanitaria se anuncia como inefable e inimaginable, pero no deja de ser un colapso completo del estilo de vida actual.
La cuarentena obligatoria o semi obligatoria en todos los países y prácticamente todos ellos a la vez, de hecho presagia lo peor. Su onda expansiva fluctúa desde una inmediata y prolongada recesión por países y mundial hasta la aterrante reiteración de una depresión económica tan aguda como su pálida resemblanza en 1929. En ese escenario quiebra de empresas y desempleo irán de la mano.
Así se justifica a todas luces la apresurada inyección de inimaginables sumas de dinero a la economía -en la más pura tradición de Keynes- a modo de schock destinado a reactivar el consumo y por ende la producción, relativizando así momentáneamente el pesado peso del incremento de déficits fiscales y endeudamientos nacionales.
Por supuesto, la toma de decisiones de cada país -independientemente del tamaño de su economía- apunta en esa dirección. No importa si es con la mano derecho o con la izquierda que se escriben hoy día las leyes y los decretos asistenciales, pues todos son seguidos de más o menos cuantiosas transferencias de fondos.
Lo significativo a mi entender de neófito en cuestiones económica no está ahí, pues la receta tiene ya un siglo “funcionando” con eficiencia de respirador artificial en el mercado de las naciones. Más subyacente y decisivo parece ser la cuestión que retiene la atención de alguna de las mejores -y peores- mentes de la humanidad.
…Y decisiones difíciles
En efecto, dos son los temas de debate en la palestra pública:
(1º) El primero de ellos, cómo combinar interés sanitario para contener la expansión del virus, pero sin que el remedio (cuarentena, aislamiento social) no sea peor que la pandemia si se llega a paralizar por completo y por más de dos quizás tres semanas de cuarentena el mercado laboral y económico de cada sociedad y de una sensible mayoría de ellas.
El punto no es si Donald Trump, presidente estadounidense, y otros tienen o no razón en querer-fozar la reapertura de la economía de esa y otras naciones, dado que cerrar el aparato económico por completo podría provocar más muertes en un futuro no tan lejano que el Covid-19. Tampoco si es más económico y sensato -como considero personalmente- que la superación de la disyuntiva cuarentena o rápido regreso a la vida cotidiana sea un testeo masivo de la población para frenar la pandemia, pues termina siendo más barato que frenar el aparato productivo y también que tantos paquetes de estímulo megamillonarios.
Esas discusiones seguirán entre especialistas en la materia, todos ellos con el interés de preservar vidas humanas: solo que algunos únicamente cuentan vivos, enfermos y muertos; otros también se preocupan por los daños colaterales que se seguirán por la merma de las actividades económicas; y, en medio de cifras y conclusiones científicas, los menos practican el viejo adagio del sentido común y el justo medio aristotélico entre vidas humanas/riqueza.
Muy probablemente, en menos de un mes, tras la Pascua cristiana del domingo 12 de abril o luego de una tregua adicional de dos semanas más que se ha tenido que conceder, se pondrán en práctica una y otra estrategia de contención sanitaria y se podrá entonces verificar si alguna posición tenía más razón que la otra para lograrlo -en términos de “un rápido relanzamiento económico” (Nouriel Roubini).
Si bien al principio de ese entonces aún será muy temprano para comenzar a verificar indicios definitivos que den razón a los unos o a los otros, no po ello ya se ha comenzado a debatir el segundo tema de atención actualmente.
(2º) Esa segunda cuestión de fondo es si la crisis sanitaria demarcará la superación -más que la humanización relativa o el mero reordenamiento- del régimen económico capitalista; o bien, por el contrario, si se tratará de un interludio incapaz de enmendarlo o interrumpirlo de manera definitiva. En la primera hipótesis, la humanidad se encontraría en la antesala de una nueva era ´civilizatoria´; y, en la segunda, se hallaría en un alto en el devenir de su convulso aparato productivo luego de seculares revoluciones científico-tecnológicas desde hace ya más de tres siglos.
La idea de que estamos atravesando por una vía insospechada la antesala de la superación definitiva del sistema capitalista probablemente parte de la expresion metafórica según la cual la actual pandemia y sus adláteres son el equivalente al “corazón explosivo en el sistema global capitalista” (Slavoj Žižek). A raíz de ese síntoma de que no podemos seguir en el camino que hemos seguido hasta ahora, de espaldas al medio ambiente, al bienestar y expectativas de la población en general e incluso dando la espalda a la igualdad originaria de la democracia, es imperativo asumir profundas transformaciones.
Por eso todo pareciera indicar que el coronavirus representa “el perfecto desastre para el capitalismo del desastre” (Naomi Klein) o aún mejor “una oportunidad única para que repensemos nuestro modo de habitar la Casa Común” (Leonardo Boff) en consonancia armónica con el medio ambiente y solidaria con todos los demás.
Con ese tenor intelectual de raigambre escatológica, se adelanta que estamos ante un dilema de civilización. ¿De cuál?, de la del libre mercado y el consumo, el espectáculo, la fatuidad y el abominable neoliberalismo infecundo y globalizante.
De ahí que la solución de tanto malestar es sencilla. Llegó la ocasión de presenciar “la muerte trágica del neoliberalismo” (Carlos Sánchez) y entonces escoger entre la barbarie de ese fugaz y escurridizo presente líquido o alguna forma de “comunismo reinventado” (Žižek) porque los días del sistema capitalista y de sus infinitas mutaciones parecieran estar contados.
Resulta absolutamente cierto que, “¡o muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana!” (Desmond Brown), pues sobran las evidencias sobre el tapete que muestran que, entre otros, el covid-19 le ha quitado el antifaz al modelo económico de las naciones más poderosas del planeta, tanto a Estados Unidos, como a China.
A modo de contrapunteo a esa posición última, empero, no faltan todos aquellos -entre los que me incluyo- que afirmamos que nada ni nadie por ahora le ha asestado un golpe mortal al reinado del capitalismo económico ni a sus lacras y peores secuelas.
Siempre se podrá seguir cantando que “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…” (Antonio Machado). Y precisamente, ¿qué cosa más natural en tiempos de pandemia y de decisiones difíciles, que hagamos caminos alcanzando nuevos logros científicos y medicinas, y acumulando dinero y deudas necesarias, como para que el planeta tierra llegue a ser de alguna nueva potencia, en lo que se perfecciones el sistema económico que todo lo sustenta y soporta?
De modo que ni desaparece la civilización humana ni el salvajismo de un capitalismo hinchado de lobos y de leviatanes; a lo más, y es deseable, algo se humaniza.
Expresando esa misma alternativa desde otro punto de vista, -en función del sol veterotestamentario de Josué-, podrá detenerse temporalmente el estilo de vida y la actividad económica de estos días, -al riguroso extremo de no salir de una habitación o de la casa y ni poder cambiar de posición domiciliaria-, pero eso no significa que caerán las murallas de ese nuevo y prepotente Jericó construido por la hiedra del capitalismo. Esa mole amurallada seguirá representando la modernidad del capitalismo occidental aupada nueva vez por las concreciones de sus continuas revoluciones científico-tecnológicas y no ya como en la historia ida por sus conquistas y ocupaciones militares.
Dicho sea a vuelo de pluma, el virus y el miedo que circula libremente en Oriente y en Occidente no vencerán la razón científica y tecnológica que lo adversan. Por tanto, pasados estos dos, “el capitalismo continuará aún con más pujanza” (Byung-Chul Han), de modo tal que la discusión hay que situarla a nivel eminentemente político en la esfera del orden -no solo económico sino- mundial.
Y de ahí la verdadera dimensión de la cosa bajo consideración. Nos encontramos de hecho y de derecho en un “turning point” (punto de retorno, John Gray) de la historia humana. “No solo está en juego el desenvolvimiento de un modo de producción particularmente salvaje, sino del orden mundial que el modo económico y las decisiones políticas que se tomen sostendrán para beneficio de las más diversas sociedades a nivel global.