Archipiélago pájaro
La hora de Clarice
Lo interesante es que puede regar como pólvora el chisme y denostar a la muchacha, pero decide escribirle o (des)cribirla; decirle directamente a la chicuela “tu cuerpo es una circunstancia de tinta roja”. El hombre (la verdadera Clarice), escribe, pone palabras una al lado de la otra, preguntándose: “¿Será verdad que la acción supera la palabra?”

Esta propuesta de superposciciones, indiferencias y omnipotencias a través de la escritura, es lo que hace la lectura. Asistimos a la confesión de una pasión. Un hombre que admite que la raíz de su locura y desenfreno es una joven norestina del sertao de Alagoas. Lo interesante es que puede regar como pólvora el chisme y denostar a la muchacha, pero decide escribirle o (des)cribirla; decirle directamente a la chicuela “tu cuerpo es una circunstancia de tinta roja”. El hombre (la verdadera Clarice), escribe, pone palabras una al lado de la otra, preguntándose: “¿Será verdad que la acción supera la palabra?”
Más que superarla, en mi opinión, creo que una cosa y la otra se (con)funden. Bien lo dice el narrador cuando, hecho ya Clarice, dice “la acción de esta historia tendrá como resultado mi transfiguración en otro y mi materialización final en objeto. Sí, tal vez alcance la flauta dulce por la que me treparé en suave enredadera”. Esta breve historia es muchas cosas, entre ellas, un tratado de la lectura-escritura como una de las formas de la meditación y como bien dice la Lispector, “la meditación no tiene que significar nada o dar resultados: la meditación puede verse como fin de sí misma. Medito sin palabras y sobre la nada. Lo que confunde la vida es escribir”.
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